viernes, 4 de mayo de 2018

ALBERT CORTINA: «EL TRANSHUMANISMO PARTE DE UNA COSMOVISIÓN CIENTIFICISTA, MATERIALISTA Y ATEA DEL SER HUMANO»



Pretende ser un movimiento de liberación para el siglo XXI

Javier Navascués ha entrevistado para InfoCatólica a Albert Cortina, experto en transhumanismo, ideología emergente que acompaña a la globalización tecnológica y a la actual Revolución digital o Revolución de la inteligencia.
(Javier Navascués/InfoCatólica) Albert Cortina es abogado y urbanista. Promueve un humanismo avanzado para una sociedad en que las biotecnologías emergentes estén al servicio de las personas y no al revés. Cree que conectar el cerebro con el corazón es un magnífico camino a recorrer. Se dedica a capacitar a las personas en la responsabilidad tecnológica, ambiental y social mediante los principios de una ética universal aplicada a los desafíos del futuro. Le gusta gestionar de forma integral ideas, valores y proyectos. Como director del Estudio DTUM se dedica desde hace más de 25 años a la ordenación de la ciudad y del territorio, a la preservación de los espacios naturales y a la intervención y gestión del paisaje. Aboga por una conversión espiritual del corazón. Actualmente focaliza su atención en la preservación de la condición humana.
Coautor y coordinador, junto con el científico Miquel-Àngel Serra, de la trilogía de libros ¿Humanos o posthumanos? Singularidad tecnológica y mejoramiento humano (Fragmenta Editorial, 2015), Humanidad ∞. Desafíos éticos de las tecnologías emergentes (EIUNSA, 2016) y Singulares. Ética de las tecnologías emergentes en personas con diversidad funcional (EIUNSA, 2016). Autor del libro Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica (Ediciones Teconté, 2017).
¿Qué es el transhumanismo?
Según la Wold Transhumanist Association podemos entender el trasnhumanismo como una manera de pensar en el futuro basado en la premisa de que la especie humana en su forma actual no representa el final de nuestro desarrollo sino más bien una etapa relativamente preliminar.
El filósofo Nick Bostrom de la Universidad de Oxford ha definido formalmente el transhumanismo como un movimiento cultural, intelectual y científico que afirma el deber moral de mejorar biotecnológicamente las capacidades físicas y cognitivas de la especie humana, y aplicar al hombre las tecnologías emergentes (nanotecnología, biotecnología, tecnología de la información, ciencia cognitiva, inteligencia artificial, robótica, realidad virtual, transferencia mental, criónica...), a fin de que se puedan eliminar los aspectos no deseados y no necesarios de la condición humana: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal.
¿Es por tanto únicamente una corriente de pensamiento científico?
Desde mi punto de vista, es algo más. El transhumanismo es la ideología emergente que acompaña a la globalización tecnológica y a la actual Revolución digital o Revolución de la inteligencia. Esta ideología se ve a sí misma como un nuevo movimiento de liberación para el siglo XXI. La liberación del hombre de su condición humana natural y sobrenatural.
El transhumanismo tiene su fundamento en una cosmovisión cientificista, materialista, reduccionista y atea del ser humano. No obstante, curiosamente está confluyendo con las nuevas corrientes gnósticas y New Age, conformando de este modo una especie de tecno-religión con pretensiones hegemónicas en el Nuevo Orden Mundial que tiene el claro objetivo de sustituir la cosmovisión cristiana sobre la persona y la creación por otra cosmovisión universal posthumana.
Así pues, no es de extrañar que el transhumanismo haya sido descrito por Francis Fukuyama como «la idea más peligrosa del mundo».
¿Cuál es el origen de este movimiento filosófico y científico?
Impulsos trascendentalistas parecidos al transhumanismo se han expresado al menos desde los orígenes de la humanidad en la misma búsqueda de la inmortalidad y de los intentos pseudocientíficos de alcanzar la fuente de la juventud, lograr el elixir de la vida y otros esfuerzos parecidos que pretendían vencer el envejecimiento y la muerte.
Si recuerda, el «seréis como dioses» (Gen 3,5) fue el argumento decisivo que utilizó el demonio para que el primer hombre cayera en la tentación. El error humano fue no saber descubrir que la creación no era sólo un acto de poder y dominio inigualables, sino ante todo un acto de amor gratuito.
Muchos siglos después de este relato bíblico, el ser humano no ha cambiado mucho y seguimos tropezando en la misma piedra. Queremos ser como dioses, pero dioses poderosos, controladores de las leyes naturales y de la moral a merced de nuestra arbitrariedad y extravagancia. Queremos tener en nuestras manos la decisión sobre la vida y sobre la muerte.
Seguramente el transhumanismo no sea una lucha por la supervivencia, sino más bien una lucha por el poder.
¿Qué ha querido decir antes con «impulsos trascendentalistas»?
Si, el trascendentalismo fue un movimiento filosófico, político y literario estadounidense que floreció aproximadamente entre 1836 y 1860. Comenzó como un movimiento de reforma dentro de la Iglesia Unitaria y se basó en un monismo que sostenía la unidad del mundo y de Dios, así como la inmanencia del mundo. El unitarismo como corriente teológica de un sector del cristianismo protestante, cree en un Dios unipersonal pero sostiene que Jesús no es el mismo Dios, sino un hombre creado por éste.
¿Un Jesús simplemente humano?
Resulta interesante ver la oposición radical que existe entre la visión transhumanista y la figura de Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre, que pasó su vida amando y enseñándonos a «vivir como dioses». «Dios es Amor» (1 Jn 4,8) Aquí comenzó una verdadera revolución; la mejor revolución que ha conocido la historia de la humanidad. Si queréis ser como Dios – nos dice Jesús-, si queréis ser auténticamente felices, debéis amar.
Decía el Papa Benedicto XVI, en la misa de inicio de su pontificado. «No es el poder lo que redime sino el amor. Éste es el distintivo de Dios» (Benedicto XVI, 20 de abril de 2005).
Ya sabemos pues lo que nos hará felices, ya tenemos el camino trazado por Jesús, la actitud auténticamente humana: amar.
¿Algunos antecedentes históricos más del transhumanismo?
Si, posiblemente la filosofía de Nietzsche con su exaltación del «superhombre» o la filosofía social de la Eugenésia que defiende la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención manipulada y métodos selectivos de los seres humanos. El eugenismo del siglo XIX pretendía el aumento de personas más fuertes, más sanas, más inteligentes…
Por otro lado, algunos autores consideran que el origen remoto del transhumanismo, al menos en la formulación de este término y en su inspiración general, puede situarse en un texto de 1957 del biólogo Julian Huxley.
¿El hermano del escritor británico Aldous Huxley autor de la novela distópica «Un mundo feliz» escrita en el año 1932?
Si, efectivamente. Sir Julian Huxley, fue el primer director general de la UNESCO, colaboró en la Sociedad Humanista de Nueva York (First Humanist Society of New York) y en la presidencia del congreso fundacional de la Unión Internacional Humanista y Ética en 1952 (Internacional Humanist and Ethical Union). A su vez, fue uno de los grandes pioneros en la defensa medioambiental a través del World Wildlife Found. (WWF), y ayudó asimismo a fundar la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). No obstante, también mantuvo durante un tiempo una posición favorable a la eugenesia, entendida como manera de mejorar a los seres humanos. Así, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, concretamente en 1957 en una obra titulada «New Bottles for New Wine» y horrorizado por el aborrecible uso de la eugenesia que se había hecho, Huxley propuso el término «transhumanismo» para referirse a la perspectiva según la cual el ser humano debe mejorarse a sí mismo, a través de la ciencia y la tecnología, ya sea desde el punto de vista genético o desde el punto de vista ambiental y social.
¿Y cómo ha ido evolucionando hasta nuestros días esa idea inicial del transhumanismo?
Tal y como escribe James Hughes, ex presidente de la World Transhumanist Association, el transhumanismo es un producto de la «cultura blanca, masculina, opulenta del Internet estadounidense; y su perspectiva política general siempre ha sido una versión militante del liberalismo típico de esa cultura». Dicha cultura, cuyo núcleo principal podemos situar en Silicon Valley (California, EEUU), desarrolló un híbrido entre la doctrina neoliberal del libre mercado y la teoría de las redes e Internet.
¿Qué papel juega Internet en todo esto?
Los visionarios del transhumanismo afirmaban que Internet nos liberaría de las jerarquías políticas, instaurando una democracia liberal en la que un orden emergente surgiría del caótico bullicio de las decisiones individuales de agentes libres y racionales. Pese a su retórica contracultural y revolucionaria con ciertos tintes de anarcocapitalismo californiano, la filosofía del movimiento transhumanista es netamente conservadora y neoliberal. Esto se debe en gran parte al determinismo tecnológico que está en la base del transhumanismo: esa ideología determina que para cambiar la sociedad bastará con la convergencia de las biotecnologías emergentes y su hibridación con el ser humano, hasta llegar al advenimiento de la Singularidad que dará paso a una nueva humanidad constituida por seres transhumanos y posthumano.
¿Es un movimiento uniforme o hay diferentes tendencias dentro del transhumanismo?
El elemento común de esta ideología es que tiene como objetivo final, tal y como hemos señalado anteriormente, transformar la condición humana mediante la interacción e implementación de biotecnologías que mejoren y aumenten las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.
No obstante, podemos destacar algunas de las corrientes distintivas del transhumanismo: el transhumanismo libertario, el transhumanismo democrático, el tecnogaianismo, el ecomodernismo, el singularitaranismo, el dataismo, el posgenerismo, el inmortalismo, el extropianismo, el abolicionismo, el raelismo…
¿Cuáles serían a su juicio los principales «pros» de esta nueva ideología?
El principal «pro» del transhumanismo es que nos permite volver a pensar en qué consiste la condición humana, qué es en esencia el ser humano, cómo entendemos su evolución biocultural y tecnológica, el concepto de persona y de singularidad humana, y nuestra misión de custodios de la biosfera y de la creación.
Específicamente para los creyentes católicos al contrastar cristianismo y transhumanismo tenemos la oportunidad de estar de nuevo alerta sobre la tentación del «seréis como dioses» que permanentemente nos ofrece Satanás, el dios de este mundo (2 Corintios 4:4), y de este modo, volvernos a asombrar y a maravillar con el Plan de Dios, auténtico Soberano de este mundo y Rey del universo, que manifiesta su Amor verdadero y gratuito en sus actos de creación, redención y salvación del mundo y de la humanidad.
¿Y los principales «contras» del transhumanismo?
Que se basa en una antropología equivocada e inadecuada para el ser humano.
«Todo me es lícito, mas no todo conviene» (1 Corintios 10:23-26). Sinceramente creo que no todo aquello que la ciencia y las biotecnologías puedan hacer o podrán hacer en un futuro nos conviene o convendrá como personas o como especie humana.
La visión prometeica del transhumanismo, que nace de la muerte de Dios, es reduccionista respecto al ser humano. Su meta final, su objetivo último es la superación de lo humano basándose en la falsa promesa de un nuevo hombre transhumano o posthumano que se cree libre y elevado a un nivel de existencia superior e inmortal. El transhumano-posthumano se entroniza como el auténtico «Homo Deus». Ya sabemos que la superación de la humanidad por la figura ideológica del superhombre tiene raíces profundas en nuestra cultura, unas raíces que se fortalecen cada vez que en la historia intentamos «liberarnos» del legado de Jesús de Nazaret, es decir, de la humanidad nueva que, en cambio, se enraíza en su persona y en su resurrección.
¿Es decir que el transhumanismo quiere que dejemos de ser humanos?
En efecto, no quiere que vivamos en la plenitud que supone ser Hijos de Dios.
La singularidad transhumanista que pretende establecer inexorablemente el nuevo destino de la humanidad, ahonda en la perdida de todo sentido y nos identifica con la nada. La vida que nos presenta el transhumanismo es una vida reducida, a pesar de las promesas de longevidad indefinida y de inmortalidad cibernética, una vida que, por eso mismo, no vive de ninguna plenitud. El nuevo hombre -el transhumano-posthumano- desconoce que Aquel contra quien lucha, olvida y niega es el fundamento de su grandeza, ya que el hombre no es el mismo ni se perfecciona si no es por la Gracia.
¿En qué ejemplos de la vida cotidiana, vemos claramente ya la influencia del transhumanismo en la sociedad?
En la cultura de la mejora y del mejoramiento humano que se va extendiendo por nuestra sociedad hipermoderna. En las formas más extremas de la ideología de género relacionadas con el diseño biotecnológico humano. En las posiciones más radicales del aumento de capacidades físicas en el deporte, en la valoración extrema de la eficiencia lógico-racional que pronto será asumida por los robots autónomos inteligentes que tomarán decisiones humanas, en la creencia de que los algoritmos, el Big Data, el Internet de las cosas nos salvarán. En la construcción del humano plus (H+) en lugar de en un ser más humano (+H).
El transhumanismo propone básicamente tres superaciones: una relativa al alargamiento de la vida, otra relativa a la agilidad mental, y una última relativa a la eliminación del sufrimiento, ¿hasta qué punto es positivo y no es incompatible con la ley de Dios?
En relación al alargamiento de la vida, lo que los transhumanistas denominan la Superlongevidad, debemos pensar si ello será un sueño o más bien una pesadilla. Por supuesto que el aumento de la esperanza de vida con calidad, cariño y cuidados es bueno. No obstante, longevidades de 100, 120, 130… años en soledad, con un grado de dependencia no correspondido con el amor de nuestros seres queridos, con agonías y sufrimientos no sublimados por el sentido y la esperanza cristiana de alcanzar el gozo de la vida eterna resultaran muy difíciles de sobrellevar. La tentación de la eutanasia y el derecho a decidir cuándo y cómo morir se generalizarán en nuestras sociedades envejecidas y con déficits graves en el Estado del Bienestar.
¿Y la agilidad mental?
Lo que los transhumanistas denominan la Superinteligencia. Esta ideología lleva al extremo un camino empezado hace mucho tiempo cuando el racionalismo hizo de la razón lógico-calculadora la única facultad digna de ser tomada en consideración. El ser humano reducido a esa forma reductiva de la razón pierde todo el sentido de lo que es el misterio. El transhumanismo propone alcanzar una razón que potencia al infinito su reducción de puro cálculo y toma como modelo de funcionamiento las supercomputadoras y la inteligencia artificial.
No obstante la persona es multidimensional. En el primer nivel, tenemos la inteligencia más básica, la inteligencia emocional, que está más relacionada con el cuerpo, los instintos y es acerca de sentir. El segundo nivel lo ocupa la inteligencia intelectual que está más relacionada con las actividades de la mente, lo cognitivo y es acerca de pensar. Finalmente, el tercer nivel lo ocupa la inteligencia espiritual que está más relacionada con el bienestar, con vivir una vida feliz con plenitud y es acerca del Ser.
El aumento de la inteligencia espiritual será esencial en las sociedades biotecnológicas emergentes para mantener la preeminencia de la inteligencia humana sobre la inteligencia artificial.
Finalmente, la eliminación del sufrimiento.
El tercer aspecto que propone el transhumanismo es la eliminación del dolor, del sufrimiento, mediante nuestra transformación biotecnológica. En definitiva, la creación de un mundo feliz centrado en el Superbienestar.
El filósofo transhumanista David Pearce, en efecto, plantea que abolir el sufrimiento sería el detonador de una nueva etapa en la evolución humana, y que esto es perfectamente posible con el apoyo de la medicina genética y el desarrollo de fármacos psicoactivos e inteligentes.
No obstante, todos tenemos constancia de que el mal, el sufrimiento – sobre todo el sufrimiento inocente- entra en la categoría del misterio, no tiene respuesta humana. Forma parte de este mundo y de la condición humana.
Ante el dolor y el sufrimiento, lo que verdaderamente vale más es el consuelo; y el consuelo se transmite mediante la presencia, la coparticipación en el de manera especialmente humana. Cuando uno sufre, lo que más se agradece es la presencia del otro que le transmite su calor humano. Eliminar el dolor, como propone el transhumanismo, es eliminar a la vez la presencia consoladora del otro y también el abrazo de Jesús que no rechazó el cáliz del dolor. Cristo no ha venido a explicar el sufrimiento ni a resolver el problema del mal: ha tomado el mal sobre sus espaldas para liberarnos de él.
Si el sistema de valores de la sociedad biotecnológica del futuro se basa en los principios del humanismo avanzado, continuaremos pensando que lo que de verdad importa es consolar y ayudar al que sufre y hacer felices a los demás.
Usted ha acuñado el concepto de humanismo avanzado con la intención de contraponerlo al transhumanismo, ¿Cómo lo definiría?
Ante los citados desafíos ideológicos y los retos impresionantes que nos plantea la convergencia de las biotecnologías y su interacción e integración en el ser humano y en el ambiente, efectivamente, he acuñado el concepto de humanismo avanzado, centrado en una antropología adecuada del ser humano para este siglo XXI, abierto a la Trascendencia, que evoluciona para ser, precisamente, más humano. Es una reformulación del humanismo en el que las biotecnologías emergentes estén al servicio de las personas y de la biosfera y no al revés, y en el que la ética, las humanidades y la espiritualidad, lideren el nuevo escenario del progreso científico- tecnológico.
El humanismo avanzado resulta muy estimulante.
Estoy convencido que con una mirada interdisciplinar, transversal y humanista de la ciencia y la ayuda de las tecnologías emergentes al servicio de las personas, podremos construir para el siglo XXI unas sociedades capacitadoras e incluyentes en la que se defiendan de forma activa los postulados del humanismo integrador y avanzado, es decir, la dignidad inherente a toda persona, la libertad del ser humano, su derecho a decidir, la defensa de su integridad física y moral, el respeto a su dimensión espiritual y su condición de Hijos de Dios, y la equidad entre todos los seres humanos. En definitiva, necesitamos organizar una sociedad que capacite a las mujeres y a los hombres de toda condición y edad para que puedan desarrollar su proyecto vital, alcanzar la felicidad, y ser, de este modo, personas singulares, mejores y diversas.
Necesitamos un sistema de valores humanistas revisado que configure una ética universal para ayudarnos a discernir en qué casos la interacción e integración de biotecnologías emergentes en nuestro cuerpo y mente para aumentar nuestras capacidades resulte moralmente correcta, y en que otros casos no.
Y los católicos tenemos un estimulante camino a recorrer. Necesitamos conectar el cerebro con el corazón.
Hay muy poca documentación eclesiástica a este respecto y por lo tanto pocas pautas sobre la moralidad y licitud de este movimiento.
Efectivamente, tenemos pocos documentos eclesiásticos católicos de referencia. El pasado mes de noviembre del 2017, en el Vaticano, se reunieron en asamblea plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura diferentes expertos dedicados a estudiar los temas que hemos ido tratando en esta entrevista bajo el título: «El futuro de la humanidad: nuevos retos a la antropología».
En la Asamblea Plenaria del citado Dicasterio se trataron, en primer lugar, el mapa del territorio y los modelos antropológicos fundamentales. En segundo lugar el rediseño de la naturaleza humana: Medicina y genética, en tercer lugar, el hombre, entre cerebro y alma: Neurociencias y finalmente, en cuarto lugar, en la sociedad de las maquinas pensantes: inteligencia artificial.
¿Y que dijeron?
Los frutos de las discusiones se recogerán y publicarán próximamente en la Revista del Dicasterio «Culturas y Fe».
Del discurso del Papa Francisco en la audiencia a los participantes a la citada Asamblea Plenaria, cabe destacar la siguiente idea final: «/…/ sigue siendo válido el principio de que no todo lo que es técnicamente posible o factible es, por lo tanto, éticamente aceptable. La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben observar por el bien de la humanidad misma, y requiere un sentido de responsabilidad ética. La verdadera medida del progreso, como recordaba el beato Pablo VI, es lo que está dirigido al bien de cada hombre y de todo hombre».
Por lo tanto, es necesario obrar con mucha prudencia, ¿verdad?
Efectivamente, el principio de prudencia y el espíritu abierto y crítico resultan básicos ante los retos y desafíos planteados por los avances biotecnológicos aplicados al ser humano y a la biosfera. Deberemos estar atentos a la evolución de la ideología del transhumanismo a nivel global.
El famoso tema de la implantación del chip bajo pretexto de mejorar la salud, la conectividad, la seguridad… ¿puede ser una forma muy peligrosa de control de las personas?
Si, la implantación de un chip en nuestro cuerpo y mente, con efectos profundamente destructivos sobre nuestra privacidad, intimidad e interioridad, debe ponernos en alerta y abrir un riguroso y amplísimo debate trasversal que hasta ahora no se ha produciendo.
A nivel de la batalla espiritual que se está librando en estos últimos tiempos entre el bien y el mal, deberemos tener en cuenta las palabras de San Juan: « Y la bestia hará que a todos, a pequeños y a grandes, a ricos y a pobres, a libres y a esclavos, les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar ni vender sino el que tenga la marca, es decir, el nombre de la bestia» (Ap 13:16).
Tratar de escapar del sistema del microchip en el Nuevo Orden Mundial biotecnológico implicará ser excluido del comercio, de los beneficios gubernamentales, del sistema de racionalización masiva de alimentos, del nuevo sistema financiero sin dinero físico, etc.
Por ello, creo necesario que los católicos reflexionemos profunda y rigurosamente sobre este sistema biopolitico y este modelo económico biotecnológico que puede acabar siendo dirigido por una sinarquía contraria radicalmente a los designios de Dios.
¿Hasta qué punto se podría considerar una rama dentro de la bioética o sería una ética totalmente aparte?
Estamos ante una ética distinta. Además de la bioética, necesitamos una tecnoética adecuada para afrontar a nivel mundial los retos de la convergencia de las tecnologías emergentes. Debemos capacitarnos desde una ética de la anticipación para ejercer con responsabilidad tecnológica la innovación aplicada al propio ser humano en la sociedad biotecnológica del siglo XXI. En esta línea, propongo trabajar en la elaboración internacional de una Declaración Universal de los Valores Humanos.
El supuesto de eliminación del sufrimiento sería el más controvertido, pues aparentemente, ¿no cree que se aproximaría más al budismo que al cristianismo?
Los logros del progreso científico-técnico son legítimos en lo que respecta a la mitigación del sufrimiento humano (consagrar nuestro conocimiento de la biología, y en especial de la genética a la erradicación de enfermedades, a la prolongación del bienestar y a su universalización…), así como a auspiciar ciertas capacidades humanas, siempre y cuando se posea certeza de que las intervenciones destinadas a este fin no comprometen otros bienes y valores, no se imponen coercitivamente y no implican riesgos mayores que los beneficios potenciales. Esta es la posición del cristianismo, siempre adoptando una actitud humilde ante el misterio de la vida, del sufrimiento y de la muerte.
Curiosamente, el budismo tibetano, a través del Dalai Lama, ha entrado en contacto con el Proyecto Avatar 2045 sobre inmortalidad cibernética impulsado por el millonario ruso Dmitry Itskov.
Alargar la vida en esta vida está bien, pero el hecho de desafiar a la muerte es entrar en un terreno muy peligroso, pues una inmortalidad humana en la tierra se opondría al plan de Dios (muerte, juicio, cielo, infierno).
Recientemente algunos transhumanistas afirman que vamos a asistir a «la muerte de la muerte». Dicen sin rubor que la muerte no es inevitable y que las religiones nacen del atávico miedo a la muerte. Hasta hace muy poco tiempo, señalan, ese miedo y ese deseo de supervivencia sólo encontraba consuelo en paradigmas religiosos. Sin embargo, el hecho incontrovertible de la muerte ya puede rebatirse- según estos autores- desde fundamentos científico-técnicos.
No obstante, el sentido de la muerte en la concepción católica es mucho más rica e integral. Dicha cosmovisión cristiana no se conforma con una simple inmortalidad cibernética sino que aspira, nada más y nada menos que a la resurrección del cuerpo-alma y a la vida eterna, contemplando y viviendo en el torrente inefable del Amor que es Dios.
¿Cuál sería la línea roja que no debemos traspasar desde el sano avance científico ya que significaría desafiar a Dios?
Tres de los riesgos existenciales más apremiantes para la humanidad son las pandemias, el cambio climático extremo y la guerra nuclear. Muchos expertos añaden a estos tres, el riesgo existencial que va a suponer en las próximas décadas la inteligencia artificial fuerte, es decir, aquella que se independizará del control humano hasta adquirir, incluso, consciencia de sí misma.
Desde mi punto de vista, la línea roja fundamental que las biotecnologías no deberían traspasar jamás, es la que pueda ir contra la dignidad humana y la libertad personal ambas constitutivas de la condición humana querida por Dios. La Ley natural nos ayuda en ese discernimiento y la fuerza del Espíritu Santo nos inspirará para hacer bien las cosas. No debemos tener miedo y actuar con cautela pero con esperanza.

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