La Beata Ana Catalina
Emmerick no solo refirió en sus visiones detalles de asombrosa precisión sobre
la Pasión de Cristo, la parte más conocida de su obra porque inspiró la
película de Mel Gibson, sino también sobre numerosos otros episodios bíblicos o
de los personajes bíblicos. Así lo recoge un reciente artículo publicado en Cari
Filii News:
¿Murió la Virgen María? El dogma de su Asunción a los Cielos, definido en 1950 por el Papa Pío XII, no se pronuncia sobre algo que debaten los teólogos, estableciendo que aquélla se produjo “cumplido el curso de su vida terrena”.
¿Murió la Virgen María? El dogma de su Asunción a los Cielos, definido en 1950 por el Papa Pío XII, no se pronuncia sobre algo que debaten los teólogos, estableciendo que aquélla se produjo “cumplido el curso de su vida terrena”.
Según pudo contemplar la Beata Ana Catalina Emmerick (1774-1824)
sí muere, tal como recoge una recopilación
de sus visiones recién publicada por Homo Legens: Secretos de la Biblia.
En el prólogo, el
historiador Fernando Paz explica
que estas visiones, que el escritor Clemens Brentano (1778-1842) transcribía fielmente, han
recibido algunas confirmaciones sorprendentes, como el hallazgo de la
casa de la Virgen en Éfeso merced a la descripción geográfica hecha por ella,
quien jamás estuvo en Tierra Santa
“Junto a todas
estas visiones, el cumplimiento de no pocas de las cuales es recordatorio
fehaciente de su seriedad”, afirma Paz, “Ana Catalina Emmerick fue testigo igualmente de los
episodios bíblicos que aquí se recogen, desde el principio de los tiempos hasta su final”.
Ana Catalina Emmerich sufrió las llagas de la corona de espinas, así como los estigmas de la Pasión.
Ana Catalina Emmerich sufrió las llagas de la corona de espinas, así como los estigmas de la Pasión.
Por cortesía de la editorial,
ofrecemos a los lectores de Cari Filii News algunos
pasajes de Secretos de la Biblia referidos
a los últimos días de Nuestra Señora en Éfeso.
EL VÍA CRUCIS DE MARÍA EN ÉFESO.
VISITA A JERUSALÉN
En las cercanías de su vivienda había dispuesto y ordenado
María Santísima las estaciones del Vía Crucis. La vi al
principio ir sola por las estaciones de este camino midiendo los pasos dados
por su divino Hijo, que tenía anotados desde Jerusalén. Según los pasos que
contaba, señalaba el lugar con una piedra y sobre esta piedra la vi escribir lo
sucedido en la Pasión del Señor y anotar el número de pasos hasta este lugar.
Si encontraba un árbol en el camino, señalaba el paso de la Pasión en el árbol
mismo. Había señalado doce
estaciones. El camino llevaba al final a un matorral y el santo sepulcro
estaba señalado en una gruta. Cuando hubo señalado estas doce estaciones, vi a
la Virgen María, silenciosa, recorrer con su fiel criada esos pasos de la
Pasión del Señor, meditando y orando. Cuando llegaban a una estación, se
detenían, meditaban el misterio de la estación y oraban.
Poco a poco este Vía Crucis fue mejorado y arreglado
y Juan hizo poner mejor las
piedras recordatorias con sus inscripciones. La gruta también fue
agrandada, adornada convenientemente y transformada en lugar de oración. Las
piedras estaban en parte enterradas en el suelo, cubiertas de vegetación y de
flores y cercadas. Eran de mármol blanco liso. No he podido medir el grueso de
esas piedras por las plantas que cubrían la parte inferior.
Los que hacían el Vía Crucis llevaban un asta con una cruz como de un pie de alto; clavaban el asta en una hendidura de la piedra y se postraban delante para rezar, si es que no se echaban de cara al suelo, meditando y orando. Las sendas en torno de las piedras eran bastante anchas, pues podían ir por ellas dos personas a la vez. Conté doce de estas piedras, las cuales, terminado el acto, se cubrían con una estera. Las piedras eran más o menos iguales y en los lados tenían letras hebreas; los lugares donde estaban las piedras eran de diversas dimensiones. La estación primera, el Getsemaní, la formaba un vallecito con una pequeña cueva donde podían estar arrodilladas varías personas. La estación del Calvario no estaba en la gruta, sino en una colina. Para ir al sepulcro se pasaba la colina; luego al otro lado de la piedra recordatoria, en una hondonada y al pie de la colina, la gruta del sepulcro, donde María Santísima fue colocada más tarde. Creo que esta gruta existe todavía bajo los escombros y que un día ha de ser descubierta.
Los que hacían el Vía Crucis llevaban un asta con una cruz como de un pie de alto; clavaban el asta en una hendidura de la piedra y se postraban delante para rezar, si es que no se echaban de cara al suelo, meditando y orando. Las sendas en torno de las piedras eran bastante anchas, pues podían ir por ellas dos personas a la vez. Conté doce de estas piedras, las cuales, terminado el acto, se cubrían con una estera. Las piedras eran más o menos iguales y en los lados tenían letras hebreas; los lugares donde estaban las piedras eran de diversas dimensiones. La estación primera, el Getsemaní, la formaba un vallecito con una pequeña cueva donde podían estar arrodilladas varías personas. La estación del Calvario no estaba en la gruta, sino en una colina. Para ir al sepulcro se pasaba la colina; luego al otro lado de la piedra recordatoria, en una hondonada y al pie de la colina, la gruta del sepulcro, donde María Santísima fue colocada más tarde. Creo que esta gruta existe todavía bajo los escombros y que un día ha de ser descubierta.
Cuando la Virgen hacía el Vía Crucis llevaba un sobrevestido que
llegaba en pliegues hasta los pies. Se ponía sobre los hombros y se cerraba
debajo del cuello con un broche. Llevaba un cinturón y cubría así el vestido interior.
Me parece que era un vestido de grandes solemnidades, al uso de los judíos,
porque lo he visto usado también por Ana en algunas ocasiones. Sus cabellos
estaban ocultos en una especie de gorro de color amarillo, que llegaba hasta la
frente y caía detrás con sus pliegues recogidos. Un velo negro de tela fina le
llegaba hasta los hombros. En esta forma la he visto recorrer el camino de la
Pasión. Había llevado este vestido
en la crucifixión de Jesús, oculto bajo el vestido de luto que la cubría, y ahora
se lo vuelve a poner todas las veces que hace el Vía Crucis.
En casa se pone este vestido para los quehaceres diarios.
La Virgen María tenía ya mucha
edad, pero no llevaba otras señales de vejez que un ansia grande que la
transformaba y la espiritualizaba cada vez más. Estaba de ordinario seria, de modo que nunca la vi riendo. Cuando más
avanzaba en edad se volvía más transparente, se esclarecía su rostro. No
tenía arrugas en la cara ni en la frente, aunque aparecía demacrada; ni señales
de decrepitud: era como un espíritu en su modo de ser. He visto una vez a la
Virgen haciendo el Vía Crucis con
otras cinco mujeres. Ella precedía; me pareció muy débil, blanca y como
traslúcida. Era conmovedor ver ese
rostro angelical. Me pareció que hacía este camino de la Pasión por última vez.
(…)
Cuando la Virgen María hubo
vivido tres años en el retiro de Éfeso sintió gran deseo de ver los lugares santos de Jerusalén. Juan
y Pedro la condujeron a esa ciudad. Estaban reunidos allí
varios apóstoles: recuerdo haber visto a Tomás. Creo que era un concilio. María les ayudaba con sus consejos.
A su llegada la he visto, al
anochecer, antes de entrar en la ciudad, ir al Huerto de los Olivos, al
Calvario, al santo sepulcro y visitar los santos lugares de Jerusalén. La madre de Dios estaba tan angustiada y
desfallecida, que apenas podía ya andar. Pedro y Juan la sostenían por
momentos.
Un año y medio antes de su muerte
la he visto de nuevo visitar los lugares santos de Jerusalén. Estaba entonces muy triste y suspiraba
siempre, diciendo: «¡Oh, Hijo mío! ¡Oh, Hijo mío!»… Cuando llegó a aquella puerta donde cayó Jesús
con la cruz, se sintió tan agobiada, que cayó en desmayo. Creyeron los
acompañantes que iba a morir, y la llevaron al Cenáculo, que aún existía, y
allí vivió algún tiempo en la
pieza junto al Cenáculo.
María estuvo varios días tan
débil y postrada que se creía que iba a morir; por eso se pensó en prepararle
un sepulcro. María misma eligió
una cueva en el Huerto de los Olivos y los apóstoles le prepararon un hermoso
sepulcro por medio de un trabajador cristiano. Algunos pensaron que
había ya muerto. Así se esparció la noticia de su muerte también en el
extranjero.
Pero la Virgen cobró nuevas
fuerzas, de modo que pudo
emprender el viaje de vuelta a Éfeso. Murió allí después de año y medio de su
llegada. El sepulcro preparado en el huerto fue tenido en honor, y más
tarde se edificó una iglesia sobre él. San Juan Damasceno, así se me dijo en
visión, escribió, según había oído decir, que murió en Jerusalén y fue
sepultada allí mismo.
He visto que fue voluntad de Dios dejar inciertos la
muerte, el lugar de su sepultura y su Asunción a los cielos en
aquellos tiempos primitivos de creencias incipientes, para no dar motivo a que
hicieran de la Madre de Dios una diosa, como había tantas en las mitologías
paganas.
LLEGADA DE LOS APÓSTOLES PARA LA MUERTE
DE MARÍA SANTÍSIMA
Cuando la Virgen María sintió acercarse su fin sobre la Tierra llamó en oración, según se lo había encargado Jesús, a los apóstoles junto a su lecho. Tenía ahora sesenta y tres años de edad. Cuando nació Jesús tenía solo quince años.
Antes de su Ascensión, Jesús
había enseñado a María, en la casa de Lázaro en Betania, cómo debía llamar a
los apóstoles junto a sí y darles su última bendición que debía serles de gran
provecho. Le encargó también
diversos trabajos espirituales, cumplidos los cuales debían verse satisfechos
sus vehementes deseos de reunirse con Jesús en el Cielo. En esa ocasión
Jesús había mandado a Magdalena que viviera en soledad allá donde la llevarían
y a Marta que viviera en una comunidad de mujeres. Él, Jesús, estaría siempre
con ellas.
Mediante la oración de María, los
ángeles recibieron el encargo de avisar a los apóstoles dispersos que se
reunieran en Éfeso junto a la Virgen. He visto que los apóstoles tenían erigidas en todas partes pequeñas iglesias
provisionales de maderas entrelazadas o chozas de barro
blanqueadas, hechas en la forma como veo la casa de María y su oratorio, es
decir, por detrás terminadas en triángulo. Tenían altares para los divinos
oficios.
Los largos viajes que hicieron no
fueron sin especial ayuda de Dios. Aunque ellos no lo sabían explicar, yo veía
que muchas veces hacían viajes
imposibles sin ayuda sobrenatural. Los he visto muchas veces caminar
entre multitud de paganos sin ser vistos por ellos. Los prodigios que he visto
obrar en sus misiones se me presentan a veces algo diferentes de lo que se sabe
por los libros que los narran. Obraban en todas partes según las necesidades de
los diversos pueblos. Los he visto llevar huesos de los profetas o de algunos
primeros mártires y tenerlos delante de sí en la oración y en la celebración de
los oficios divinos.
Pedro estaba, cuando fue avisado
de ir a Éfeso, con otro apóstol en Antioquía. Andrés, que había estado hacía
poco en Jerusalén, donde fue perseguido, no estaba lejos de Pedro. He visto a
Pedro y a Andrés en varios lugares, de camino, no lejos uno del otro.
Descansaban de noche en lugares abiertos de los países cálidos. Pedro estaba
recostado junto a una pared cuando vi venir al ángel, que le tendió de la mano
y le dijo que se levantase y
partiese a donde estaba la Virgen esperándole y que en el camino encontraría a
Andrés, su hermano. Pedro, que ya era de edad y postrado por los
trabajos, se enderezó sobre sus rodillas, apoyándose en las manos y escuchó al
ángel que le hablaba. Luego se puso de pie, se echó el manto encima, tomó su
bastón y se encaminó hacia afuera. Pronto se encontró con su hermano Andrés,
que había tenido la misma visión.
De camino encontraron a Tadeo, quien dijo haber recibido
también aviso del ángel. Así llegaron a Éfeso, donde hallaron a Juan. Judas Tadeo y Simón se
encontraban en Persia cuando recibieron el aviso del ángel.
El apóstol Tomás era de pequeña estatura y
de barba rojiza; estaba más lejos que todos, y llegó después de la muerte de
María. Cuando el ángel le avisó, estaba el apóstol orando en una choza de barro
y caña. Con un compañero muy sencillo lo he visto navegando los mares en una
pequeña embarcación. Luego atravesó la comarca, sin entrar en ciudad alguna.
Venía un discípulo con él. Tomás estaba en la India cuando recibió el aviso. Se
había propuesto, antes de recibir el aviso, penetrar en Tartaria, y no podía
resolverse a dejar su proyecto. Tenía el carácter de querer hacer siempre
demasiado y así llegaba a veces tarde. Se internó más al norte, a través de
China, en las comarcas de Rusia. Aquí le alcanzó el segundo aviso y entonces se
dirigió a Éfeso. El criado que tenía consigo era un tártaro, a quien había
bautizado. Tomás no volvió a Tartaria después de la muerte de María. Fue
traspasado por una lanza en la India, a donde había vuelto. He visto que en
estas comarcas levantó una piedra de recuerdo. Sobre ella había orado de
rodillas, dejando la impresión encima. Dijo que cuando el mar llegase hasta esa
piedra vendría otro misionero a predicar aquí la fe (San Francisco Javier).
Juan había estado hacía poco en
Jericó, pues iba con cierta
frecuencia a Tierra Santa, aunque vivía de ordinario en Éfeso y en los
alrededores.
A Bartolomé lo he visto en Oriente, en Asia. Era un hombre de
bello aspecto y muy arriesgado. Su rostro era blanco; tenía la frente ancha,
ojos grandes, cabellos negros y encrespados y barba partida en dos. Había
convertido a un rey y a su familia cuando recibió el aviso. Cuando volvió a ese
país, fue martirizado por un hermano del rey convertido.
El apóstol Pablo no fue llamado, pues lo fueron solo aquellos que habían conocido o eran parientes de
la Sagrada Familia.
Pedro, Andrés y Juan fueron los
primeros en llegar a la casa de la Virgen María, la cual, próxima ya a la
muerte, estaba tendida en el lecho
de su celda. He visto que la criada de María se afligía: en un rincón y
aun delante de la casa se echaba de cara al suelo, orando con gran aflicción y
tristeza.
He visto acudir a dos parientes
próximos de María y a cinco discípulos. Todos parecían muy cansados. Tenían
bastones de viaje. Estos discípulos llevaban debajo del manto con capucha la
vestidura blanca de sacerdotes, cerrada por delante con cuerdas de cuero,
formando rodetes como botones. Las capas y estas vestiduras sacerdotales eran recogidas hacia arriba
cuando estaban de viaje. Algunos traían bolsos colgados de la cintura. Al
encontrarse se abrazaron con mucho afecto. Algunos lloraban de alegría y de emoción al verse reunidos otra vez.
Al entrar dejaban sus capas,
bastones, bolsos y cinturones; sus largas vestiduras blancas les caían en
pliegues hasta los pies. Ahora se ponen un cinturón ancho que tiene letras
hebreas bordadas. Luego se
acercaron con reverencia al lecho de María para saludarla. La Virgen pudo decir
pocas palabras. No he visto a estos viajeros tomar otro alimento que un
líquido que bebían en recipientes que llevaban consigo. No dormían en la casa,
sino afuera, en tiendas que se improvisaban junto a las paredes exteriores de
la misma casa, con telas, mimbres y maderas entrelazadas y cubiertas con
esteras.
He visto que los primeros en
llegar arreglaron, en la parte
anterior de la casa, un lugar para celebrar la Misa y orar. Se preparó
un altar con tela roja y encima otra blanca donde colocaron un crucifijo que
parecía de madreperla. La cruz era como la de Malta. Esta cruz era como un
relicario, pues se podía abrir y tenía cinco compartimentos en forma de la
misma cruz. En uno, el del medio, estaba el Santísimo Sacramento; en los otros estaban dispuestos el crisma,
el aceite, el algodón y la sal. Era de apenas un palmo de largo y lo llevaban
los apóstoles en sus viajes colgado del cuello.
Con este recipiente trajo Pedro la comunión a María. Los
demás apóstoles y discípulos se dispusieron en dos hileras desde el altar hasta
el lecho de la Virgen y se inclinaron profundamente al paso del Santísimo
Sacramento. El altar, donde se veía también un atril con rollos de las
Escrituras, no estaba en el medio de la sala, sino al lado derecho de la pieza,
y era removido al dejar de usarse.
Cuando
los apóstoles se reunieron para despedirse, se había removido el tabique de
separación. Los apóstoles llevaban sus largas vestiduras blancas con el ancho
cinturón con letras. Los discípulos y las santas mujeres estaban alineados a
los lados. He visto que la Virgen María estaba en su lecho sentada, y que cada
apóstol venía y se arrodillaba, y que María oraba, y con las manos cruzadas sobre la cabeza, los bendecía.
Lo mismo hizo con los discípulos y las santas mujeres. Una, que se inclinó
mucho sobre ella, fue abrazada. Cuando se acercó Pedro, he visto que tenía un
rollo de Escritura en las manos. Habló
la Virgen María a todos, en general; y esto lo hizo según lo que le había
mandado Jesús en Betania. He visto también que dijo a Juan cómo debían
hacer con su cuerpo y que debía repartir los vestidos que quedaban a la criada
y a las otras mujeres que a veces venían a ayudarla. Señaló hacia el armario;
he visto que la criada fue allá, abrió y volvió a cerrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario