martes, 17 de abril de 2018

CENTENARIO DE UN GRAN ESCRITOR PERO MONJE POCO EJEMPLAR



EL ENIGMA DE THOMAS MERTON
En la Biografía que escribió de su buen amigo desde la juventud -Thomas Merton- el escritor y artista Edward Rice cuenta que a una dama oriental que le preguntó qué estaba haciendo, le contestó que estaba escribiendo un libro sobre un inglés que se hizo comunista, luego católico, más tarde monje trapense y finalmente budista; en ese momento, habiendo alcanzado su vida la plenitud, murió”. Tal descripción del popular monje fallecido hacía poco sentó muy mal en círculos católicos norteamericanos y peor todavía en su abadía de Gethsemani, de la que salieron en defensa de la identidad católica de Merton, cuyo cuerpo yacía como el de un monje más en el cementerio monástico.
 Esta anécdota nos sirve como punto de partida para recordar a ese gran enigma que fue Thomas Merton. Sobre él comenta el experto historiador del monacato benedictino, García M. Colombás en su libro “La tradición benedictina”, que nos sirve de base para estas líneas: Es un mundo, un universo. Lleno de luces y sombras, de afirmaciones rotundas y de dudas lacerantes. ¿Quién fue realmente Thomas Merton? Ni él mismo logró dilucidarloDe él se ha dicho también que fue el monje más famoso del mundo (Linage Conde) e incluso una suerte de San Bernardo del siglo XX(Dom Jean Leclerq). Pero, ¿realmente fue tal?
Sigue diciendo el P. García Colombás que tanta es la devoción que los ‘mertonianos’ profesan a su maestro y caudillo que no dudan en darle la razón en todo y aún en canonizar sus yerros como gracias especialísimas de Dios. Lo que no está en modo alguno de acuerdo ni con la verdad ni con lo que él deseaba”. Su fama la conocemos todos como escritor best-seller traducido a casi todos los idiomas de la tierra, pero, quizás muchos  no conozcan sus yerros, que difícilmente encontramos divulgados en los muchos libros que hablan del famoso monje.
Nacido en Prades, Francia, el 31 de enero de 1915 -se acaba de celebrar el centenario- de padre neozelandés y madre norteamericana, perdió a su madre a los 6 años y a su padre a los 18, lo cual le influyo toda su vida, como él mismo escribirá años después. Creció en Inglaterra y tras una azarosa y apasionada vida de estudiante universitario de letras en Cambridge y después en Columbia, en Nueva York -en la cual tuvo un hijo con una amiga y a través de abogados se aseguró de no tener que volver a ver nunca más ni a la madre ni al hijo- ya al final de los estudios a través de amigos conoció a un monje hindú el cual le cambió su vida: Le recomendó con gran sentido común que si quería profundizar en la espiritualidad se leyese primero a los místicos occidentales. Esto le llevó a leer las Confesiones de S. Agustín y la Imitación de Cristo. Eran los primeros pasos que le llevaron a la conversión y a recibir el bautismo en noviembre de 1938.
 A partir de su conversión empezó a rondar en su cabeza la idea de la vida religiosa y lo intentó primero con los Franciscanos de Nueva York, pero estos, escandalizados por su pasado, no se atrevieron a aceptarlo. Mientras tanto había conocido a los Trapenses de Gethsemani (Kentucky) y había quedado fascinado por su vida, pues eran tiempos de bonanza para la abadía y no faltaban las vocaciones, la comunidad florecía. Sus deslices de tiempos de universitario no fueron un obstáculo para que los Trapenses le admitiesen, pues en efecto en aquellos tiempos la vida de la Trapa se veía fundamentalmente como un camino de dura vida penitencial. Pero supuso también romper con su vida anterior, regalar sus ropas y sus libros, olvidarse de sus aspiraciones literarias que le habían hecho soñar con un gran porvenir en el mundo de las letras, con las cuales había hecho ya sus primeros pinitos, y sumergirse en las tierras perdidas de Kentucky, cosa que hizo en febrero de 1942. Al comenzar su vida monástica le dieron un nuevo nombre, Louis y el vivió estos inicios con entusiasmo y con el alma en paz. El escribir se había acabado para siempre, y así se lo planteó desde el comienzo de su postulantado. Pero eran solamente los comienzos…
 Pues resultó que dom Frederic Dunne, el abad que lo acogió, estaba protegiendo a uno de los monjes de la comunidad, el P. Raymond Flanagan, cuyos libros ya habían reportado conversiones, vocaciones e incluso donaciones. Y, pese a que los trapenses en general miraran de reojo a los monjes que escribían y publicaban, dom Frederic quiso que Merton siguiera escribiendo traducciones del francés y obritas piadosas para la edificación de los buenos católicos americanos. Incluso quiso que siguiera componiendo poemas, pero con la condición que no apareciera en sus libros su nombre monástico, que como hemos visto  era Louis, sino el nombre civil: Thomas Merton.
 Pero sin quererlo dom Frederic fue la causa de una serie de escrúpulos, dudas y propósitos nunca cumplidos que amargaron la vida de Merton. La lucha intestina entre el escritor y el monje empezó casi enseguida y no cejó nunca del todo durante muchos años. Hablando de su “yo” escritor escribiría él mismo años más tarde: Es un hombre de negocios. Está lleno de ideas. Respira conceptos y proyectos nuevos. Engendra libros en el silencio que debiera ser dulce con la oscuridad infinitamente fecunda de la contemplación. Y, lo peor del caso, tiene a mis superiores de su parte. No le expulsan. No puedo librarme de él. Acaso al final me matará, beberá mi sangre. Nadie parece comprender que uno de los dos debe morir
 Pero no fue el Merton escritor el que murió sino todo lo contrario. Poco después desde fuera de monasterio, a través de sus amigos, le llegó la oportunidad de contar su vida. No le fue fácil salirse con la suya. Su Abad le protegía pero la cúpula de la Orden se mostraba desfavorable, pues nada más inaudito en aquella época que un monje de 31 años pretendiendo revelar la película de su vida ante el público con el pretexto de contar su conversión. La Obra, que se iba a titular La montaña de los siete círculosen referencia a la Divina Comedia de Dante, tuvo muchos problemas con la censura de la Orden: demasiado sexo, demasiado alcohol, demasiadas confidencias sobre aspectos internos de la Orden… a fuerza de suprimir páginas y páginas, de modificar, pulir  edulcorar el texto, se logró el permiso de los superiores.
 Por fin se publicó la obra, auténtico best-seller de su tiempo en los Estados Unidos y en muchos otros países, y esto cambió la obra de su autor. Al principio reaccionó con la humildad propia de un buen monje, pero luego tuvo que atender al correo, cada vez más abundante, y continuar escribiendo y publicando. Su lucha interior se debatirá en los años siguientes entre periodos de gran fecundidad y otros en los que voluntariamente dejará de escribir, pero que van siendo menos frecuentes, se quería alejar de la máquina de escribir pero no podía. Jim Forrest dirá que fue un gran escritor no por alguna razón especial, sino porque no podía dejar de escribir”. Llegó un momento en 1949 en que se convenció de la necesidad de combinar ambos aspectos de su vida, el ser monje y escritor: Me parece que escribir, lejos de oponerse a la perfección espiritual… se ha convertido en una de las condiciones de las que mi perfección va a depender”. A partir de entonces se esforzó lealmente por corresponder a su doble vocación de monje y escritor, y por algunos años -sobre todo los primeros- lo hizo de modo ejemplar, pero en otras épocas, sobre todo los últimos años, las exigencias y los instintos mundanos de Thomas prevalecieron sobre las piadosas intenciones del P. Louis.
 La larga y terrible depresión que sufrió inmediatamente después de su ordenación sacerdotal le marcó para siempre, de modo que él escribió que su vida monástica se divide en dos partes: antes de su ordenación sacerdotal en 1949 y después de su ordenación. Las causas del decaimiento fueron la fatiga física y espiritual, la escasez de tiempo para la contemplación, la falta de privacidad en su vida trapense de cada día y la rudeza de la comunidad que contrastaba con su espíritu refinado universitario y de la que él intentaba evadirse a través de la máquina de escribir.
 A pesar de que después de la ordenación le pusieron a dar clases a los novicios y eso le mantuvo entretenido durante unos años, en 1955, “año de la gran crisis”, Merton llegó a la conclusión que Gethsemani no era para él ni él para Gethsemani: Primero pensó en hacerse Cartujo y después pidió permiso a la Santa Sede para pasarse a la Camáldula pero el Abad de entonces, que ya no era el que le animó a saltar a la fama, se las ingenió para que no se le concediese el permiso, y con dicho propósito escribió para que intercediese en el tema al futuro Pablo VI, entonces Arzobispo de Milán y como es sabido de mucha influencia en la Secretaría de Estado del Vaticano en la que había trabajado muchos años. En su carta a Montini describía a Merton como un soñador, un romántico y un poeta amante de aventuras, y afirmaba que no perseveraría en la Camáldula y se convertiría en un vagabundo, un gitano”. En conclusión: No se le concedió el permiso a Merton.
 Curiosamente, el mismo Abad que había escrito cosas tan poco agradables sobre este monje rebelde le nombró poco después maestro de novicios de Gethsemani, pues al anterior maestro le habían elegido Abad de otro monasterio, quizás con la idea de tenerle entretenido y que no pensase en huidas. Y acertó el buen Abad, pues fueron sus años de maestro de novicios un periodo de gran bonanza en la vida de nuestro monje, en los que además escribió algunos de sus mejores tratados sobre la vida monástica. Pero esta bonanza llegaría a su fin: A comienzos de los años 60 sus lectores, desconcertados, asistieron a un cambio radical de estilo: El monje recoleto que disertaba con tanta convicción sobre la oración y la contemplación había sido sustituido por un vociferante activista que dedicaba todas sus fuerzas a la crítica social, la defensa de la paz y la lucha contra la energía nuclear, y su interés por la vida monástica se dirigía ahora al monacato de otra religiones y se sentía fascinado por los lamas tibetanos.
 ¿Qué había pasado en estos años? A finales de los años 50 sus diarios nos explican cómo cada vez más el se iba alejando de su comunidad. En 1959 intentó trasladarse a Cuernavaca, pero no le salió bien, en 1960 se consideraba un “prisionero político de Gethsemani” por discrepar de las ideas de su Abad, al que no podía aguantar. Pidió que se le permitiese vivir en una ermita en los bosques de la abadía y no con el resto de la comunidad y se le concedió para que no volviese a la carga con las ideas de dejar la comunidad, lo cual sería una gran afrenta para su abadía, por lo famoso del personaje. A partir de su traslado a la ermita,  si bien participaba de muchos rezos de la comunidad, él cuenta que también pasaba mucho rato paseando descalzo por los bosques escuchando el canto de los pájaros y uniéndose a la “danza del universo”. En su ermita recibía en principio visitas de amigos e intelectuales con frecuencia con los que debatía sobre los problemas del mando de su época, y con el paso del tiempo acabó por organizar picnics con amigos y amigas y pasar a veces buena parte del día fotografiando flores y plantas y otras curiosidades de la naturaleza que después se publicaron en libros.
 En 1966 tuvo que someterse a una operación y le tocó en suerte una enfermera, Magie, con la que se entendió muy bien, tan bien que tras unos titubeos iniciales empezó entre ellos una historia de amor, de la que él tuvo la iniciativa con una carta de proposición, y que duró dos años. A pesar que les pillaron in fraganti en el despacho de un doctor en uno de sus primeros escarceos y eso le produjo al monje un sentimiento culpa con fuerte deseo de abandonar la relación, sin embargo no lo hizo. A tal punto llegó la pasión amorosa con encuentros todo lo frecuentes que podían, que sobre ella llegó a decir Merton: Era como si estuviésemos casados”. Todo terminó, aparentemente, cuatro meses antes de morir, cuando el monje quemó las cartas de Magie, sin que sepamos bien porqué. El caso es que en esos meses su vida había cambiado y su clausura llegaba a su fin.
 En efecto, por aquel entonces fue elegido Abad de Gethsemani un buen amigo de Merton que llegaba al cargo con ideas renovadoras para la comunidad, entre ellas la de darle carta blanca a nuestro monje para aceptar las invitaciones a congresos y simposios que le pareciera, cosa que hasta entonces le había sido negado en aras de la observancia monástica. Incluso le invitó a que buscase un lugar apropiado para fundar una pequeña colonia de ermitaños, lo que llevó a Merton a visitar California, Nuevo Mexico y Alaska. Pero el viaje que realmente le interesaba era el que le llevaría a recorrer varios países de extremo Oriente, y la ocasión fue la de dar una conferencia en Bangkok de tema monástico, para lo cual eligió un tema tan poco tradicional como el del comunismo y la tradición monástica.
 En realidad, como él escribió en su Diario, lo que de verdad le interesaba era visitar los santuarios del budismo y, sobre todo, entrevistarse con budistas. Cuando despegó su avión de San Francisco camino de Asia escribió: Voy al hogar, al hogar donde nunca he estado corporalmente”. Las etapas de su periplo fueron Bangkok, Calcuta, Nueva Delhi, los Himalayas -donde cumplió su sueño de entrevistarse con el Dalai Lama- Madrás, Ceylán, Singapur y de nuevo Bangkok. En Ceylán, después de la visita a los grandes Budas yacentes escribió: “Mientras contemplaba estas figuras, de pronto, casi con violencia fui limpiamente liberado de la habitual semi-limitada visión de las cosas y una claridad, una irradiación se hizo evidente y obvia… No sé si en toda mi vida había experimentado semejante sensación de belleza y autenticidad espiritual fluyendo juntas en una misma iluminación estética”.
 El 10 de diciembre de 1968 dio su conferencia en Bangkok, de vuelta del periplo y se retiró a descansar. Algunas horas más tardes le encontraron tendido en el suelo con una quemadura en el costado derecho, estaba muerto. No se sabe bien lo que le pasó, si murió electrocutado por tocar mojado el ventilador, si fue una crisis cardíaca o incluso, como alguno ha pensado, si tuvo que ver la CIA en hacer desaparecer a este popular personaje que cada vez se inclinaba más hacia el comunismo, lo cual le hacía muy incómodo para el gobierno americano de la época, en plena guerra fría. Sea como sea, el buen monje murió en extrañas circunstancias en un hotel de Bangkok con el cuerpo -y el alma- muy lejos de su clausura de Kentucky.
Como epílogo a esta historia no viene de más recordar lo que el mismo Thomas Merton cuenta en “La montaña de los siete círculos”: Mi madre quería que yo fuese independiente y que no corriera con el rebaño. Tenía que ser original, individual, poseer carácter e ideales propios”. Pues bien, hay que reconocer que, se esté a favor o en contra del famoso monje escritor, no se puede negar que sin duda llevó a cabo con maestría, incluso dentro del estrecho cerco de la clausura trapense, dicha recomendación de su madre.
Alberto Royo Mejía

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