Anthony Ferguson es un joven seminarista “millenial”
que tenía como proyecto de vida casarse y formar una familia, pero
descubrió que Dios tenía otros planes para él y hoy comparte su testimonio.
Anthony, actualmente en el cuarto año de formación en el seminario de la
diócesis de Richmond (Estados Unidos), dijo al diario estadounidense The
Washington Post que “nunca había pensado
en ser sacerdote, eso no estaba en mi radar. Yo me resistí, era un territorio que
no conocía”.
“La razón por la que quise ser sacerdote es porque
quise predicar, ser parte de la vida de la gente, compartirles esta maravillosa
buena nueva de que Dios nos ama”, indica el
joven, que espera ser ordenado diácono en 2019 y sacerdote en 2020.
Cuando era niño, recuerda, su familia iba a Misa los domingos y rezaban
por los parientes enfermos. Pero su padre, de formación protestante, no los
educó en las enseñanzas de la Iglesia Católica.
En su juventud, Dios no figuraba entre sus intereses. Durante sus
estudios de arte en la Universidad de Richmond llegó a probar suerte con el
ateísmo y perdió el “refugio” de la fe.
Sin embargo, recuerda, “yo aún quería creer
en Dios. Quería creer”.
Eventualmente, un curso bíblico para cristianos evangélicos lo ayudó a
volver al camino de Dios. “Me decía que si iba a
seguir a ese tal Jesús, tendría que cambiar muchas cosas”, señala, y
dejó las fiestas y aquellos amigos que eran una influencia negativa.
Su inquietud religiosa la llevó a su arte. “Plasmé
mis luchas y preguntas sobre la espiritualidad, sobre Dios en mi arte. Se
convirtió en mi catarsis para lidiar con toda la basura que tenía dentro”, relata.
Al salir de la universidad y comenzar a trabajar como artista gráfico,
se sumergió en la lectura de San Agustín y de C.S. Lewis, el autor de Crónicas
de Narnia.
“Allí mi conversión se profundizó, fue como si mis
ojos se abrieran. Mis preguntas comenzaron a tener respuestas y desarrollé más
confianza. También comencé a orar más”, recuerda.
Luego Anthony ayudó a formar un grupo de jóvenes en la diócesis de
Richmond, dedicado a estudiar las Sagradas Escrituras y al voluntariado. En ese
tiempo, recuerda, una de sus preocupaciones era “encontrar
a la chica indicada. Quería enamorarme y casarme”.
A la par, surgió una inquietud vocacional sobre el sacerdocio. “Tenía una creciente curiosidad. Al inicio me horrorizó”.
Con esa inquietud en mente, un amigo sacerdote lo invitó a participar en
la liturgia de Viernes Santo de 2012, sosteniendo la cruz para que los fieles
la veneraran.
“Al estar parado allí, sosteniendo la cruz y siendo
empujado físicamente por quienes se arrodillaban, me sentí movido por el amor
de la gente. Recuerdo estar parado en medio de la iglesia pensando: ‘Dios, si
tú quieres que pase el resto de mi vida sirviendo a la gente, lo haré”, señala.
Durante este tiempo, confiesa, “experimentaba
subidas y bajadas” sobre la vocación. “Estaba
volviéndome loco. En unas semanas estaba muy interesado en el sacerdocio y en
otras me sentía horrorizado por la idea”.
Anthony comenzó a salir con una joven, pero seguía luchando con la
inquietud del sacerdocio.
Un domingo, durante la Misa, rezó pidiendo guía en su camino. “La respuesta que obtuve fue muy gentil, silenciosa y
provenía desde lo más interior de mi alma. Era de que no importaba lo que yo
eligiera, el Señor estaría allí de alguna forma”.
“Cuando pensé en convertirme en sacerdote realmente
experimenté una cálida sensación de paz”, asegura.
En enero de 2014, finalmente el joven hizo el trámite para ingresar al
seminario y meses más tarde comenzó sus estudios en la Escuela Teológica de la
Universidad Católica de Brookland, en Washington D.C.
Anthony señala que en el camino vocacional al sacerdocio aparecen preguntas
como “¿los beneficios del sacerdocio son
suficientes para hacerme feliz? ¿Las bendiciones del sacerdocio son
suficientes?”.
Aunque le resulta ocasionalmente difícil ver a familias y niños junto a
sus padres, y confiesa que “hay un dolor allí”, el
joven se imagina celebrando Misa, ejerciendo su ministerio en los hospitales y
dando catequesis a niños con su arte.
“Todo se trata de soltarse y permitir que Dios haga
lo suyo”, asegura.
Redacción ACI
Prensa
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