Una virtud que
incluso no aparece en el diccionario.
Por: Samuel Saad | Fuente: SearchRC
Por: Samuel Saad | Fuente: SearchRC
Existe una virtud que es tan poco conocida, que
ni siquiera sale en el diccionario. Si la escribes en Word, el corrector te
cambiará la palabra por otra o te la subrayará en rojo. Es muy probable que
nunca hayas siquiera oído hablar de ella. En cambio, su contraparte, el vicio
opuesto, es un tema de conversación frecuente en todos los círculos de todas
las razas y estratos sociales, un trending topic en las redes sociales, y sus
consecuencias son tan devastadoras que el Papa Francisco las ha comparado con
el terrorismo.
El respeto de la reputación de las personas
prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto
(cf CIC can. 220). Se hace culpable (…) de maledicencia el que, sin razón
objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas
que los ignoran. —Catecismo de la Iglesia Católica, 2477
La benedicencia es la virtud opuesta a la
maledicencia. Su forma más básica es el evitar hablar mal de las demás
personas, pero no se limita a esto. Se trata de procurar hablar y pensar
siempre bien de los demás, de esparcir sus virtudes, cualidades y logros.
La maledicencia es el cáncer de la vida
cristiana. Donde existe, reinan la envidia, el rencor, el juicio, la
desconfianza, la intriga, la división, la sospecha y el recelo. La benedicencia
en cambio es un apostolado, como el de Jesucristo que “pasó
por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,38). Al aplaudir todo lo bueno
que hay en los demás, se crea un clima de aprecio, confianza, buena voluntad,
colaboración y favorece a un mejor desarrollo de todas las capacidades de una
persona.
En todos los seres humanos, hay una tendencia a
buscar en nuestra relación con los demás lo que puede llenar nuestras
carencias. Buscamos en los demás lo que nos gusta, pero las cosas en el prójimo
casi nunca son como nosotros querríamos. Eso es excelente, porque las decepciones
y las imperfecciones de los demás nos obligan a amarlos con un amor auténtico,
desinteresado y a no esperar del prójimo la felicidad, la plenitud o la
realización que sólo podemos encontrar en Dios. Es preciso adquirir una
autonomía espiritual, sabiendo que mi compromiso es con Dios. El hecho de que
los demás sean pecadores, a mí no me impide convertirme en santo, ni tengo el
derecho de juzgarlo.
Cuando tenemos una contradicción o un problema
con alguien, muchas veces nos inclinamos a ver una mala voluntad por su parte y
hacer valoraciones morales. En verdad, la mayoría de estas situaciones son
simplemente malentendidos, dificultades de comunicación o diferencias de temperamento.
El demonio, con el fin de hacerte perder toda tu energía espiritual, hará que
te fijes en un montón de cosas negativas de los demás. Entonces te va a dar una
carga de inquietud, tristeza y desaliento, que irá minando poco a poco tu
propio impulso espiritual.
La benedicencia no se trata de ser mentiroso,
exagerado ni adulador. El adulador busca su propio interés, exagerando
deshonestamente las cualidades de los demás para manipular y obtener algo a
cambio. En cambio, la benedicencia es un reconocimiento auténtico, sincero y
desinteresado de las virtudes, aciertos y logros de los demás.
La benedicencia, como toda virtud, exige una
conquista personal, no se da normalmente de modo espontáneo y natural. Tiene en
su origen otro hábito aún más profundo: pensar siempre bien de nuestro prójimo.
“De la abundancia del
corazón habla la boca” (Mt 12,34).
Hay que cultivar la bondad, para pensar siempre
bien de los demás y pedirle a Dios la gracia de ver al prójimo como Él lo ve.
No hay que ser deshonesto ni mentiroso, pero es mejor equivocarse mil veces
dándole el beneficio de la duda al prójimo que condenar o difamar una sola vez
en falso.
Nadie tiene derecho a herir la buena fama de los
demás. Si a fuerzas hay que realizar una crítica hacia alguien (en el trabajo,
en un proyecto o apostolado, etc.), se debe hacer sólo con quien puede ayudar o
solucionar el problema y con quien tiene derecho de saber. No tienes ninguna
razón para criticar o hablar mal sobre alguien con otra persona que no puede
resolver ni tiene nada que ver con el problema, porque es una falta a la
caridad. Tampoco se justifica que, con el pretexto de amenizar una
conversación, se hagan comentarios o chistes ingeniosos o crueles sobre los
defectos de una persona, sacrificando la caridad por una tonta y cruel satisfacción.
Es insensato creer que así te harás agradable y gracioso.
Si aún no has decidido en qué virtud piensas
trabajar este nuevo año que comienza, la benedicencia es una buena opción.
“Si alguno no peca con la
lengua es un hombre perfecto” (Sant 3,2).
Puedes agregar a tu examen de conciencia diario
la pregunta “¿he dicho algún comentario
anticaritativo hacia el prójimo?” y te puedes colocar como meta diaria
decir al menos un comentario positivo sobre alguien cada día.
“Construye dentro de tu
corazón un sagrario para guardar ahí, como un tesoro, la buena fama de tus
hermanos, y siémbrala entre los demás.” -Cristo
al Centro. Pensamientos de la espiritualidad de la Legión de Cristo y el Regnum
Christi.
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