REDACCIÓN CENTRAL, 12 Sep. 17 / 03:41 am (ACI).- Cuenta San
Alfonso María de Ligorio en su libro “Las Glorias de María” (Cap. X) que, siguiendo las
referencias de otros dos autores católicos, hacia el 1465 vivía en Güeldres
(Holanda) una joven llamada María que fue a hacer unos recados a Nimega (Países
Bajos) y allí fue tratada groseramente por su tía.
Por el camino de vuelta, la muchacha desconsolada y encolerizada invocó
la ayuda del demonio y este se le apareció en forma de hombre, prometiéndole
ayudarla con algunas condiciones.
“No te pido otra cosa –le dijo el enemigo– sino que de hoy en
adelante no vuelvas a hacer la señal de la cruz y que cambies de
nombre’. ‘En cuanto a lo primero, no haré más la señal de la cruz –le
respondió–, pero mi nombre de María, no lo cambiaré. Lo quiero demasiado’. ‘Y
yo no te ayudaré’, le replicó el demonio”.
Después de discutir por un tiempo, los dos acordaron que ella se
llamaría con la primera letra del nombre de María, es decir, Eme. Una vez
cerrado el pacto, ambos se fueron a Amberes, donde la joven vivió seis años con
esa perversa compañía y llevando una mala vida.
Cierto día la chica le dijo al enemigo que deseaba ir a su tierra, al
demonio le repugnaba la idea pero finalmente consintió. Al llegar a la ciudad
de Nimega, se dieron con la sorpresa de que se estaba representando en la plaza
la vida de Santa María.
“Al ver semejante representación, la pobre Eme, por
aquel poco de devoción hacia la Madre de Dios que había conservado, rompió a
llorar. ‘¿Qué hacemos aquí? –le dijo el compañero–. ¿Quieres que representemos otra comedia?’ La agarró para
sacarla de aquel lugar, pero ella se resistía, por lo que él, viendo que la
perdía, enfurecido la levantó en el aire y la lanzó al medio del teatro”.
Es así que la joven contó su triste historia, fue a confesarse con el
párroco, quien la remitió al Obispo y éste al Papa. El Pontífice, después de
oír su confesión le impuso como penitencia llevar siempre tres argollas de
hierro: una en el cuello y una en cada brazo.
La joven María obedeció y se retiró a Maestricht (Países Bajos), donde
se encerró en un monasterio para penitentes.
“Allí vivió catorce años haciendo ásperas
penitencias. Una mañana, al levantarse vio que se habían roto las tres
argollas. Dos años después murió con fama de santidad; y pidió ser enterrada
con aquellas tres argollas que, de esclava del infierno, la habían
cambiado en feliz esclava de su libertadora”.
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