El Milagro del cojo de
Calanda.
Estamos en cola de la fiesta
de Nuestra Señora del Pilar, el 12 de octubre, que tiene el privilegio de haber
sido la única aparición de la Virgen estando aún en vida; que se apareció al
apóstol Santiago en Zaragoza, España en el año 40 dC sobre un pilar para darle
ímpetu en su apostolado. Pero una de las cosas más extraordinarias de la
intercesión de la Virgen del Pilar es el milagro del “cojo de Calanda”, por el
que se le devolvió a un hombre la pierna que le había sido amputada.
Entrando
en la iglesia de Calanda hay una capilla dedicada a “el milagro de los
milagros”, como se le llama en la tierra de España, y es conmemorado por
una placa cerca de la misma capilla:
“En
este mismo lugar y por la intercesión de la Santísima Virgen Pilar, fue
devuelta a su devoto Miguel Juan Pellicer la pierna que hace mucho tiempo había
sido amputada”.
Calanda es una pequeña ciudad de Teruel, Aragón.
Aquí está el milagro de los milagros: la
intercesión de la Virgen del Pilar, que le devolvió a un hombre la pierna que
había perdido.
MIGUEL JUAN PELLICER
Miguel Juan Pellicer Blazco fue bautizado en
Calanda el día 25 de marzo 1617, fiesta de la Anunciación de María. En segundo
de 8 hermanos y hermanas, Juan Miguel nació de padres campesinos pobres, pero
buenos cristianos. Con un poco de cultura – parece haber superado el
analfabetismo – fue instruido en los contenidos fundamentales de la fe católica
por las lecciones del párroco de Calanda, manteniendo una fe humilde con una
profunda devoción a María, rezando a la Virgen del Pilar que, según la
tradición popular, había sido invocada por el pueblo de Calanda en el siglo IX
y habría salvado al pueblo de ser saqueado por un jefe de una feroz banda
islámica.Desde entonces, Calanda habría reconocido en la Virgen del Pilar a su
protectora.
Era un rapaz de pocos años cuando un perro le
mordió en la pierna derecha. Afortunadamente no fue grave, pero le quedó una
cicatriz, que tendrá gran importancia en la historia que vamos a relatar.
Cuando el muchacho cumplió 20 años decide irse a
Castellón, a trabajar con su tío materno, Jaime, quien, a pesar de ser también
agricultor, cuenta con una posición más desahogada. Sus padres se oponen a que
se marche, pues no tienen más hijo varón y lo necesitan en las tareas del campo,
pero él desoye sus ruegos y súplicas y los abandona.
EL ACCIDENTE Y LE CORTAN LA PIERNA
A finales de Julio, Miguel Juan conduce un carro de
trigo tirado por mulas. Él va montado sobre una de ellas; el camino es largo y
monótono, con el traqueteo la somnolencia se apodera del joven que se cae de la
caballería y el carro le pasa por encima, agarrándole una rueda la pierna
derecha, justo por debajo de la rodilla. La herida es gravísima.
Su tío lo lleva sin tardanza al hospital de
Valencia, a 50 kms. de distancia. Allí ingresó el día 3 de Agosto de 1617.
Pero no mejora, y la pierna cada vez tiene peor aspecto.
En vista de ello, Miguel Juan pide que lo envíen al
famoso hospital de Zaragoza, uno de los mejores de la época, lo que le fue
concedido por los regidores del hospital, remitiéndole allí con pasaporte, “de
lugar en lugar, por caridad y de limosna”.
Sería penoso el viaje, 320 kms., de tal manera que
hasta primeros de Octubre no llegó a Zaragoza, febril y con la pierna ya
gangrenada. A pesar de eso quiso ir primero a la Virgen del Pilar, donde
confesó y comulgó.
Ya en el hospital, viendo que no hay solución y que
peligra su vida, el licenciado Juan de Estanga, después de consultar con
el maestro Millaruelo, decide cortarle la pierna “cuatro dedos por debajo de
la rodilla”.
Se la serraron sin más anestesia que la entonces
conocida: una bebida bien cargada de alcohol.
El miembro amputado se puso en una caja de madera y
fue enterrado en un área especial del cementerio del hospital, de acuerdo con
la práctica en boga de máximo respeto, en vista de la resurrección del cuerpo.
A los meses, Miguel abandona el centro con una pata
de palo y una muleta. En esas condiciones sólo puede dedicarse a la mendicidad.
El Cabildo le dio permiso para pedir limosna a la puerta del Pilar. Por las
noches se recogía en una posada, el Mesón de la Tablas, por “cuatro dineros”, y
si no los tenía dormía sobre un banco en el patio del hospital.
Para pagar su hospedaje, cuando podía hacía
“algunos trabajos de mano”, según refiere su primer biógrafo, Fray
Jerónimo de San José.
Sabemos que oía misa todos los días, pidiendo a la
Virgen; y cada ocho confesaba y comulgaba; cuando los dolores de la cicatriz
apretaban, se untaba con el aceite de las lámparas de la Virgen, a pesar que el
cirujano le advertía que esa práctica no era buena para la herida.
EL REGRESO A CALANDA
Así transcurren dos años. Al fin, Miguel Juan no
soporta más y decide volver a Calanda, sin embargo teme la airada reacción de
sus padres, con los que rompió los lazos familiares al dejarlos abandonados
para probar fortuna con su tío Jaime.
El párroco del pueblo intercede por él y los padres
aceptan acogerlo.
El viaje a Calanda fue durísimo y tiene lugar en
varias etapas, apelando a la caridad de arrieros y labradores que lo van acercando
poco a poco.
El 10 de mayo de 1640 llegó a su casa,
donde los padres “le recibieron como hijo”. Desde ese día ayuda en las tareas
domésticas como buenamente puede.
El 29 de mayo cargó en la era de sus
padres nueve cargas de estiércol que su hermanita de 12 años transportaba en
una burra al corral. Cuando muy cansado volvió a su casa, se encontró en ella
alojado a un soldado de caballería, de las dos compañías que pernoctaron
aquella noche en el pueblo.
Recordemos que estamos en plena guerra con Francia
y se dirime la independencia de Cataluña, siendo Aragón lugar estratégico en el
desarrollo de la contienda.
Al soldado reservaron su cama, y él a eso de las
diez, quejándose de fuertes dolores en el muñón, fue a acostarse al cuarto de
sus padres donde le habían preparado un serón de esparto y un pellejo para que
se echara.
Junto a la lumbre queda el soldado que relata sus
hazañas a los padres de Miguel, a un criado que éstos tenían, de nombre
Bartolomé, y un matrimonio vecino, los Barrachina.
¡TIENE LAS DOS PIERNAS!
Miguel queda profundamente dormido y sueña que está
en el Pilar de Zaragoza, untándose el muñón con aceite de las lámparas.
Transcurrido como un cuarto de hora, a todos les entra sueño y deciden
retirarse.
Al entrar sus padres en el dormitorio notaron una
extraña fragancia; la madre se aproximó con el candil al hijo, y vio, muda de
asombro, que le salían de la ropa no una, sino las dos piernas cruzadas.
“Dos credos” tardó el padre en despertar a Miguel.
“¡Hijo, que tienes dos piernas!”, repetía la
madre sin cesar. Éste no daba crédito a lo que le había ocurrido.
A gritos llamaron a los vecinos Barrachina, llegó
primero el marido y luego su mujer incrédula. Muchos vecinos iban llegando a la
casa, y todos, incluidos los soldados, contemplaron y tocaron la pierna. A
primeras horas de la mañana siguiente, el pueblo entero, con el párroco a la
cabeza, el notario real y los dos cirujanos que allí vivían, se dirigieron
desde la casa de los Pellicer al templo, donde se celebró una Misa en acción de
gracias; Miguel confesó y comulgó.
Además, cosa curiosa, la pierna al principio no
estaba bien del todo. A la iglesia tuvo que ir todavía con la muleta. Pero lo
más asombroso es que era la misma pierna cortada, allí estaban las señales del
antiguo mordisco que le propinara un perro en su niñez y otras cicatrices. Era
pálida y débil, con poca sensibilidad y más corta que la otra; en los días
sucesivos fue desarrollándose hasta quedar totalmente normal. Sin embargo se
conservaba la tremenda cicatriz que, “cuatro dedos por debajo de la rodilla”,
marcaba el lugar por donde había sido amputada.
LAS PRUEBAS Y CONSTATACIONES
El 2 de abril de 1640, lunes santo por más
señas, el Rvdo. Marco Seguel, párroco de Mazaleón, distante 55 km., de
Calanda, se personó ahí acompañado del notario de su pueblo, Miguel
Andreu, y de otras varias personas, para tomar declaración, del reciente
milagro.
De todas formas, el documento definitivo – que es
el que hemos seguido – son las actas del proceso diocesano incoado a principios
de junio a instancia de los Jurados, Consejo y Universidad de Zaragoza,
conforme lo acordó su Ayuntamiento por unanimidad en reunión solemne de 8 de
mayo: en reconocimiento “de los beneficios que le ha hecho y hace a esta ciudad
la Reina de los Ángeles, Nuestra Señora del Pilar”. Después de tomar prolijas
declaraciones a 25 testigos (cirujanos, clero, familiares, conocidos…) se
terminó con la razonada sentencia del Arzobispo, Don Pedro Apaolaza,
publicada el 27 de abril del siguiente año, 1641, en la cual detalla y
declara milagrosa la restitución de la pierna a Miguel Juan Pellicer.
Hubo luego más escritos y testimonios, destaca el
del jesuita P. Jerónimo Briz, que escribió el siguiente prólogo -y era
responsable del “Nihil Obstat”- a un estudio que llevó a cabo el Dr. Pedro
Neurath, médico de la ciudad de Tréveris: “He leído el artículo sobre el
estupendo milagro de la Virgen del Pilar, hecho inaudito, que me consta es
cierto, pues conocí al joven primero en Zaragoza, cuando le faltaba la pierna y
pedía limosna junto a la puerta del templo del Pilar, y después lo he visto en
Madrid andando con las dos piernas, he visto la marca que la Santísima Virgen
le ha dejado como señal de la amputación, y no sólo yo, sino todos los padres
jesuitas de este Colegio Imperial; conocí a sus padres, a quienes los canónigos
de Santa María del Pilar suministraban alimentos, conocí al cirujano que le
amputó la pierna. Y ha sido descrito por el autor con tanto acierto que puede
ser publicado para gloria de Dios como prueba de nuestra fe y refutación de los
herejes. Madrid, 12 de marzo de 1642”.
Fue tal la fama de este acontecimiento que, al año
siguiente, tuvo que ir a la Corte requerido por el Rey. Acompañado del
Protonotario de Aragón y del Arcediano de la Seo, fue recibido por Felipe IV
rodeado de sus cortesanos. Tras hacerle unas cuantas preguntas, el rey se
arrodilló y besó la milagrosa pierna de Miguel.
LA HISTORIA POSTERIOR DEL COJO DE CALANDA
Luego volvió a Calanda donde se hizo muy famoso.
Sabemos que estuvo
en 1642 en Valencia. En 1645 pasó a Mallorca
comisionado por el Cabildo del Pilar para recoger limosnas y propagar la
devoción a la Virgen del Pilar.
Lamentablemente su cuñado (el marido de su hermana
María), que fue designado para acompañarle, tuvo que ser encarcelado por el
Virrey en1646, por sustraer de los fondos recaudados. Probablemente Miguel
también estuvo implicado en el robo, mas, por lo que fuere (seguramente por el
prestigio del milagro obrado en su persona) él quedó libre y prosiguió con su
actividad, que debía de ser muy lucrativa.
A fines de febrero de 1647 seguía en Mallorca
con su misión; aunque el virrey escribe: “Al cual aplicaré un tutor, que le ha
bien menester, que también le sirva de ayo para las costumbres”; porque parece
que la vida que llevaba Miguel no era todo lo ejemplar que debiera. Sin embargo
hay rumores de que al poco perdió definitivamente este cargo pues su conducta
era incompatible con tan digna tarea. Y a partir de este momento le perdemos la
pista.
Sabemos que seis meses más tarde ha regresado a la
Península y va camino de Zaragoza.
El 12 de septiembre de 1647 llega enfermo
a Velilla de Ebro (pueblo que se encuentra en la carretera que une
Zaragoza con Castellón, y que dista 50 kilómetros de la capital), allí, después
de haber recibido los últimos sacramentos, murió y fue enterrado. Tenía 30
años.
EXHUMACIÓN DEL CADAVER
Y trescientos años más tarde,
en 1950 para ser exactos, el entonces notario de Pina de
Ebro, Rafael de Aldama Levenfeld, había asistido a instancias del
Arzobispo de Zaragoza, Rigoberto Doménech Valls, a la exhumación de un
cadáver encontrado en el cementerio de Velilla de Ebro y que podría ser el de
Miguel Juan Pellicer.
El Arzobispo no estuvo presente en el acto de
Velilla, pero designó en su lugar al Deán y Vicario General Hernán Cortés
Pastor.
El protocolo manuscrito se encuentra en el archivo
del Colegio Notarial, mientras que una copia de éste, los informes eclesiástico
y forense, algunas cartas intercambiadas por los protagonistas que participaron
en la exhumación y seis fotografías que recogen la atípica indagación, se
encuentran en el Archivo Diocesano de Zaragoza.
Las conclusiones efectuadas por los
peritos Valentín Pérez Argilés, catedrático de medicina Legal; Tomás
Lerga Luna, académico de Medicina, y su ayudante, Eduardo Mª Martín Muñoz,
todos ellos de la Universidad de Zaragoza y firmantes del informe pericial,
eran, literalmente, las siguientes:
1ª “Por la edad, sexo probable y antigüedad, pueden
ser los restos estudiados los correspondientes a Miguel Pellicer.”
2ª “Si los datos históricos que puedan existir
respecto a su talla y forma de su cráneo resultan concordantes, podrá
alcanzarse la certeza moral.”
3ª “La irregularidad existente en la tibia derecha
y el hecho de ser 5,5 mm más corta que la izquierda, inversamente a la norma
(sin que tan pequeña diferencia pudiera producir claudicación) son dos
circunstancias que, aunque de valor limitado, pueden estimarse como meros
indicios a favor de la identificación de Miguel Pellicer.”
El informe médico citado anteriormente y la foto
del cadáver han sido puestos a disposición de eminentes paleontólogos y
traumatólogos.
Lo primero que llamó su atención al observar las
fotos del cadáver fue una anomalía que se aprecia a la altura del corte
producido por el carro. Ésta podría corresponder a la posterior cura y
osificación o sinóstosis del hueso, pero los especialistas se mostraron cautos
al respecto porque -explicaron- también podría tratarse de tierra adherida al
hueso.
Lo que resultó más fácil de identificar por parte
de los expertos en catalogación y restauración de tejidos y vestimentas
antiguos fueron los escarpines (calzado del siglo XVII), que aparecen en el
fondo de la caja de madera, y unas plantillas ortopédicas, que son parcialmente
visibles en el ángulo superior derecho de la misma. Una de ellas, probablemente
la correspondiente al pie derecho, es más del doble de ancha y gruesa que la
otra, lo que viene a indicar que el individuo exhumado en velilla, fuera o no
Miguel Juan Pellicer Blasco, padecía, efectivamente, una importante cojera.
Aquel 4 de Mayo de 1950, el supuesto cadáver
de Pellicer fue encerrado en una caja sellada y lacrada por el notario Aldama,
a la espera de un análisis más exhaustivo que nunca llegó a realizarse.
El 4 de septiembre de ese mismo año, el arzobispo
Doménech comunicó oficialmente al notario:
“Es conveniente volver a dar sepultura a los restos
encontrados hasta que nuevamente sean necesarios para su estudios.”
Ceremonia que tuvo lugar el 17 de septiembre
de 1950. Aldama cerró el protocolo el 28 del mismo mes.
Foros de la Virgen María
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