domingo, 11 de septiembre de 2016

EL DIOS DE JESÚS


"Todos los que cobraban impuestos para Roma, y otras gentes de mala fama, se acercaban a escuchar a Jesús. Y los fariseos y maestros de la ley le criticaban diciendo:
– Este recibe a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les contó esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra la pone contento sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido!’ Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O bien, ¿qué mujer que tiene diez monedas y pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘¡Felicitadme, porque ya he encontrado la moneda que había perdido!’ Os digo que así también hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se convierte."

Jesús viene a mostrarnos al Padre. Y el Dios de Jesús es ante todo misericordia. Él no persigue a los pecadores, sino  que va en su busca. El Padre no castiga, no guarda rencor, sino que se alegra cuando vuelven a casa; hace una fiesta.
Las religiones, por desgracia, se montan sobre las obligaciones, las amenazas y los castigos. En la Iglesia también hemos caído en esa trampa. Pero ese Dios terrible no es el Dios de Jesús. Es el Dios del Antiguo Testamento, al que le falta la revelación de Jesús. Los profetas  empezaron a intuir este camino de misericordia.
Nosotros seguimos sin entender el perdón. O hacemos como el hijo pródigo y volvemos a casa como esclavos, para comer, o hacemos como su hermano, que se revela ante un perdón del Padre que cree injusto. Pero el Padre es el que lo deja todo para ir en busca de la oveja perdida. Es la mujer que remueve toda la casa para encontrar la moneda perdida. Es el Padre que sale cada día a la terraza a otear el camino por el que ha de volver el hijo. Es el pastor, la mujer, el padre, que se alegra ante el encuentro, el retorno a la casa, del hijo que estaba muerto y ha regresado vivo.
Nos quejamos de la sociedad que ha perdido su espiritualidad, que no cree en Dios. ¿No será que nuestra actitud hacia ella es de censura de castigo y no de misericordia?


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