VATICANO, 11 May. 16 / 05:59 am (ACI).-El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia
General de esta semana a la parábola del "Padre
Misericordioso", que se enmarca en la del Hijo Pródigo, y explicó
cómo Dios espera con los brazos abiertos a cada persona y le perdona todo el
mal que haya podido realizar.
En el Evangelio que comentó Francisco, el hijo pródigo vuelve a casa de
su padre, el cual, dada su alegría, festeja su regreso. Sin embargo, su hijo
mayor no entiende la actitud de su padre y lo increpa.
“Jesús no describe a un padre ofendido y resentido,
un padre que, por ejemplo, dice al hijo: ‘me las pagaras, ¡eh!’; no, el padre
lo abraza, lo espera con amor. Al contrario, la única cosa que el padre tiene
en su corazón es que este hijo este ante él sano y salvo y esto lo hace feliz y
hace fiesta”.
El Papa aseguró que “la misericordia del
padre es rebosante, incondicionada, y se manifiesta mucho antes que el hijo
hable”, quien sabe que se ha equivocado.
“El abrazo y el beso de su papá le hacen entender
que ha sido siempre considerado hijo, no obstante todo. ¡Pero es hijo! Es
importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de Dios es fruto
del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras
acciones, y por ello nadie puede quitárnosla, nadie puede quitárnosla, ¡ni
siquiera el diablo! Nadie puede quitarnos esta dignidad”, afirmó.
Llevando al día a día la palabra, el Santo Padre dijo que “nos anima a no desesperarnos jamás”. “Pienso en las
mamas y en los padres preocupados cuando ven a sus hijos alejarse tomando
caminos peligrosos. Pienso en los párrocos y catequistas que a veces se
preguntan si su trabajo ha sido en vano. Pero pienso también a quien se
encuentra en la cárcel, y le parece que su vida se ha terminado; a cuantos han
realizado elecciones equivocadas y no logran mirar al futuro; a todos aquellos
que tienen hambre de misericordia y de perdón y creen de no merecerlo…”.
“En cualquier situación de la vida, no debo olvidar
que no dejaré jamás de ser hijo de Dios, ser hijo de un Padre que me ama y
espera mi regreso. Incluso en las situaciones más feas de la vida, Dios me
espera, Dios quiere abrazarme, Dios me espera”, añadió.
Pero también está el hijo mayor: “también él
tiene necesidad de descubrir la misericordia del padre. Él siempre ha estado en
casa, ¡pero es tan diferente del padre! Sus palabras no tienen ternura”,
explicó el Papa.
“No dice jamás ‘padre’, no dice jamás ‘hermano’,
piensa solamente en sí mismo, se jacta de haber permanecido siempre junto al
padre y de haberlo servido; a pesar de ello, jamás ha vivido con alegría esta
cercanía", señaló.
“Los justos, estos que se creen justos, tienen también necesidad de
misericordia. Este hijo representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la
pena trabajar tanto si luego no recibimos nada a cambio”.
Francisco explicó a los fieles que “Jesús nos recuerda que en la casa
del Padre no se permanece para recibir una recompensa, sino porque se tiene la
dignidad de hijos co-responsables”.
“No se trata de ‘baratear’ con Dios, sino de estar en el seguimiento de
Jesús que se ha donado a sí mismo en la cruz –y esto– sin
medidas”.
El Pontífice recordó la situación entre los dos hermanos: “no hablan
entre ellos, viven historias diferentes, pero ambos razonan según una lógica
extraña a Jesús: si haces el bien recibes un premio, si haces el mal serás
castigado; y esta no es la lógica de Jesús, no lo es”.
“La alegría más grande para el padre es ver que sus hijos se reconozcan
hermanos”, sin embargo, el Papa explicó que la parábola deja el final en
suspendo, no se sabe qué sucede.
“Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla.
Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la
vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué cosa ha
decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este
Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre
y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la
fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser
‘misericordiosos como el Padre!”, terminó.
Por Alvaro de
Juana
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