Entrevista a
Carlos González
El pediatra Carlos González es
conocido en todo el mundo por su defensa de la crianza natural en la primera
infancia. Ahora da el salto a los niños mayores con su libro “Creciendo juntos. De la infancia a la adolescencia con
cariño y respeto” (Temas de Hoy). El titulo ya es una declaración de
principios.
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“Los niños crecen, y nosotros crecemos con ellos.
La infancia es fugaz. Que nuestra obsesión por corregirla no nos impida
disfrutarla”, advierte Carlos
González. En su último libro, el asesor de Ser Padres ya no habla
sobre lactancia, llanto, sueño del bebé y cohecho o vacunas.
Los niños en los que se fija
el autor de Bésame mucho, Un regalo para toda la vida o En defensa de
las vacunas han crecido y en Creciendo juntos. De la infancia a la
adolescencia con cariño y respeto escribe acerca de estilos
parentales, premios y castigos, divorcio con hijos, el paso a la adolescencia o
la hiperactividad (TDHA).
Todos los libros que
habías publicado hasta ahora estaban centrados en los primeros años de la vida de los niños,
y especialmente en los bebés. ¿Por qué has dado el salto a hablar de la crianza de niños mayores?
Por un lado, ya no se me
ocurría mucho que decir sobre bebés. Y por otro, mis hijos ya han superado
ampliamente la adolescencia. Hace tiempo que algunos padres me pedían un libro
sobre adolescentes, pero no quería meterme en el tema sin haberlo vivido
primero.
¿En qué somos
diferentes los padres y
los hijos de ahora de los de las generaciones anteriores?
En muchísimas cosas. Algunas
son (o deberían ser) muy positivas: los padres tienen ahora más cultura, más
medios económicos para atender a sus hijos, emplean menos la violencia... Pero,
por otra parte, los niños de ahora pasan más tiempo separados de sus padres
durante los primeros años que nunca antes en la historia de la humanidad, empiezan
más pronto la escuela, tienen menos tiempo de juego libre y de ejercicio
físico...
En tu libro avisas
de los efectos devastadores del divorcio
en los hijos. ¿De verdad es mejor estar juntos, aunque sea mal avenido? Habrá
quien se te eche encima por ese planteamiento.
Pues espero que se me echen
encima con pruebas en la mano. Porque no he visto jamás un estudio que
demuestre aquella tan repetida afirmación de que un matrimonio con conflictos
es peor para los hijos que el divorcio. Vale, pelearse continuamente a
navajazos es malo para los niños. Pero muchos padres podrían, si se lo
propusieran, mantener una convivencia lo suficientemente civilizada durante el
tiempo suficiente para permitir a sus hijos una infancia estable. Como se ha
hecho durante siglos.
Dedicas un espacio
importante a hablar sobre los diferentes estilos parentales (autoritario,
autorizativo, permisivo) y a los estudios que se han hecho sobre la repercusión
de estas formas de educar o de relacionarse con los hijos. Parece que no hay
mucha unanimidad en los resultados (ni en la metodología). ¿Qué conclusión
tranquilizadora tienes sobre este asunto?
Hay gente, que, simplificando
excesivamente datos científicos leídos superficialmente y mal comprendidos (o
retorciendo a su gusto los datos científicos para adaptarlos a sus ideas
preconcebidas) asustan a los padres, poco menos que si coges a tu hijo en
brazos será delincuente juvenil. Pero, por una parte, varios estudios serios en
España muestran que en nuestra sociedad (como en muchas otras) los padres
indulgentes obtienen mejores resultados que los autorizativos. Y, sobre todo,
en los estudios originales norteamericanos en los que ser permisivo daba peores
resultados, las diferencias en todo caso eran pequeñas, y el ser “permisivo”
nada tenía que ver con coger a los niños en brazos o dejarlos llorar.
Desmontas la
utilidad de los premios y los castigos en la educación de los niños. ¿Cuál es el plan
B?
No hace falta plan B. No
necesitamos un plan de incentivos o un código penal doméstico para controlar a
nuestros hijos, lo mismo que no necesitamos premiar o castigar a nuestro marido
o nuestra esposa. Las cosas, simplemente, se dicen.
Muchos educadores sustituyen
la palabra “castigo” por la de “consecuencia”: no se trata tanto de castigar al
niño como de que vea que sus actos tienen consecuencias. ¿Cómo lo ves?
En muchas ocasiones, esas “consecuencias” no son más que un castigo con el nombre
cambiado. “Como has sacado malas notas, castigado
sin salir” o “como has sacado malas notas,
tendrás que quedarte a estudiar y no podrás salir”.
Las verdaderas consecuencias
serían dejar que juegue con el cuchillo y ya verá cómo se corta, o dejar que no
estudie en todo el año y ya verá como repite curso. Pero eso es demasiado
peligroso, no vamos a permitir que nuestro hijo sufra esas consecuencias,
¿verdad? Lo que queremos es prevenirlas, intervenir antes para que no se
produzcan.
En otras ocasiones, son los
padres los que deberían comprobar las consecuencias de sus actos. En vez de
ponerle el abrigo a la fuerza aunque llore, en vez de reñirle mil veces para
que se siente derecho, para que no se toque la nariz, para que no pise los
charcos, para que no toque las paredes... deja que lo haga y que experimente
las consecuencias de sus actos. ¡Oh, sorpresa, no hay ninguna consecuencia!
¿Pues a qué venía tanto escándalo?
¿Qué está pasando
con el TDAH (trastorno por
déficit de atención con hiperactividad)?
El número de niños
diagnosticado de TDAH ha aumentado espectacularmente en Estados Unidos, y
también en España. Una de dos, o de verdad los niños son más hiperactivos que
antes, o bien son iguales.
Sospecho que hay una mezcla de
ambos problemas. Por una parte, el exceso de estímulos en la primera infancia,
la escolarización precoz, la exposición precoz de pantallas, la falta de juego
libre y de contacto con los padres probablemente están alterando a los niños.
Pero sobre todo estamos perdiendo la paciencia con ellos, no somos capaces de
tolerar la conducta normal de los niños. Conductas que hace medio siglo
hubieran despertado un simple comentario, “¡cosas de niños!” o “¡parece que ha
comido rabos de lagartija!”, ahora se consideran motivo para consultar al
médico y para tratar al niño con anfetaminas durante años.
Imaginemos que leen
tu libro padres de niños de 4, 6, 8 años y llegan a la conclusión de que han
estado metiendo la pata en algunas cosas con sus hijos. ¿Ya es tarde para
rectificar? ¿Cómo se hace? Porque muchas veces reproducimos comportamientos
aprendidos de nuestros padres, que tenemos grabados muy dentro desde pequeños.
La mayoría de los padres han
hecho muchísimas cosas bien con sus hijos. Casi todo lo que han hecho, lo han
hecho bien (por supuesto, hay algunos padres que lo han hecho casi todo mal...
pero dudo que los padres maltratadores lean libros sobre crianza de los hijos).
Y todos los padres hemos hecho también alguna cosa mal, sin darnos cuenta y con
nuestra mejor intención.
El que cree que lo hace bien,
lógicamente seguirá haciéndolo igual. El que descubre que hizo algo mal, pues
sólo tiene que hacerlo mejor a partir de ahora. El pasado no se puede cambiar,
y de nada sirve llorar por la leche derramada. Pero lo que vamos a hacer a
partir de ahora solo depende de nosotros.
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