martes, 12 de enero de 2016

DIOS TE AMA


Quien quiera que seas tú, cualquiera que sea tu condición existencial, Dios te ama.


Te ama totalmente.

La mayor prueba del amor de Dios se manifiesta en el hecho de que nos ama en nuestra condición humana, con nuestras debilidades y nuestras necesidades. Ninguna otra razón puede explicar el misterio de la cruz.

Ser cristianos no es, primariamente, asumir una infinidad de compromisos y obligaciones, sino dejarse amar por Dios.

Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser perdonado, no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso.

El amor de Dios hacia nosotros, como Padre nuestro, es un amor fuerte y fiel, un amor lleno de misericordia, un amor que nos hace capaces de esperar la gracia de la conversión después de haber pecado.

El hombre tiene íntima necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese amor que acoge, vivifica y resucita a la vida nueva.

En vuestras dificultades, en los momentos de prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de interés y de valor, ¡tened presente que Dios conoce vuestros afanes! ¡Dios os ama uno por uno, está cercano a vosotros, os comprende! Confiad en Él, y en esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo vuestro deber.

Volved a encontrar el camino que lleva a Dios. No a un Dios cualquiera, sino al Dios que se ha manifestado Padre en el rostro amabilísimo de Jesús de Nazaret. Recordad ciertamente el abrazo tierno y afectuoso del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo «pródigo». Dios ama el primero. Si os dejáis encontrar por Él, vuestro corazón hallará la paz. Será fácil responder a su amor con amor. Para entender, basta pensar en Jesús sobre la cruz y en el ladrón crucificado con Él, a su lado. Jesús le aseguró: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.»

No olvidéis que el Señor escucha vuestra oración. En el silencio de la cárcel, incluso cuando os invade la melancolía y os sentís oprimidos por la amargura de la incomprensión y el abandono, nada puede impediros que abráis el corazón a la oración y al diálogo con Dios, que conoce la verdad de la vida de cada uno y puede repetir a quien le confía su propia pena e implora su ayuda: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más. »

Dios ama a todos sin distinción y sin límites. Ama a aquellos de vosotros que sois ancianos, a quienes sentís el peso de los años. Ama a cuantos estáis enfermos, a cuantos sufrís de sida o de enfermedades relacionadas con el sida. Ama a los parientes y amigos de los enfermos, y a quienes los cuidan. Nos ama a todos con un amor incondicional y eterno.

Puede acaso una mujer olvidarse de su hijo pequeño, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría.» El amor de Dios es tierno y misericordioso, paciente y lleno de comprensión. En la Sagrada Escritura, así como en la memoria viva de la Iglesia, el amor de Dios es ciertamente descrito, y ha sido experimentado, como el amor compasivo de una madre.

Cristo invita a sus oyentes a poner su esperanza en el cuidado amoroso del Padre: «No andéis preocupados por lo que comeréis o beberéis; no os preocupéis… Vuestro Padre sabe muy bien que tenéis necesidad de ello. Buscad, más bien, el reino de Dios.»

La paz viene cuando aprendemos a descansar en la providencia amorosa de Dios, sabiendo que el deseo de este mundo pasa, y que solamente su reino perdura. Poner nuestro corazón en las cosas que duran es estar en paz con nosotros mismos.

«Dios es amor.» Por tanto, cada uno puede dirigirse a Él con la confianza de ser amado por Él.

El amor de Dios es un amor gratuito, que se adelanta a la espera y a la necesidad del hombre. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó.» Nos ha amado primero, ha tomado la iniciativa. Esta es la gran verdad que ilumina y explica todo lo que Dios ha realizado y realiza en la historia de la salvación.

Desde siempre, Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado como personas únicas. A cada uno de nosotros nos conoce por nuestro nombre, como el Buen Pastor del Evangelio. Pero el proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros se revela gradualmente, día tras día, en el corazón de la vida. Para descubrir la voluntad concreta del Señor sobre nuestra vida, hay que escuchar la Palabra de Dios, rezar, compartir nuestros interrogantes y nuestros descubrimientos con los otros, a fin de discernir los dones recibidos y hacerlos producir.

El amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos. Sólo pide disponibilidad y acogida; sólo exige un terreno humano para fecundar, hecho de conciencia honrada y de buena voluntad.

Juan Pablo II

No hay comentarios: