Los padres no deben ejercer un control demasiado
estricto, pero tampoco despreocuparse. Más importante que el horario de
regreso, que también tiene su importancia, es cómo regresan, especialmente si
se han emborrachado o no.
Los
adolescentes, después que llegan a una amistad seria entre compañeros,
continúan progresando afectivamente y normalmente tienden a la elección de una
persona del otro sexo para fundar una familia y un hogar, a menos que haya por
medio una vocación religiosa. El avance hacia el otro sexo se verifica más o
menos por estos pasos.
Entre los doce a dieciséis años emerge la atracción heterosexual, que se inicia de modo automático e instintivo, jugando la atracción física un papel importante en estas primeras impresiones. Pero ya desde los once a trece cesa el antagonismo de los sexos y las chicas empiezan a reclamar, de modo más o menos abierto según las costumbres de los pueblos, la atención de los chicos. Esta apertura hacia personas del otro sexo se ve facilitada por la coeducación, convivencia y camaradería que son hoy frecuentes. A esta edad las chicas están más desarrolladas que los muchachos de su edad, por lo que buscan chicos uno o dos años mayores que ellas.
Pueden ya en este tiempo empezarse las relaciones singulares de amor entre un chico y una chica, pero todavía no es lo ordinario, aunque son cada vez más frecuentes. Hay más bien relaciones en grupo, en pandilla, con conversaciones, sobre todo al inicio, bastante superficiales. Estos grupos tienen sin embargo las ventajas de enseñar a conocerse chicos y chicas sin excesivo peligro ni dificultad porque se hace en público y uno se siente protegido y apoyado por el grupo, lo que les hace sentirse comprendidos y ayuda a contrastar pareceres y realizar actividades, lo que favorece su realización personal, especialmente si el grupo no se cierra en sí mismo.
Sin embargo no siempre se respeta el pudor. Hay también a veces encuentros o fiestas que pueden ser bastante más peligrosos, especialmente si no hay ningún control de los mayores. Actualmente, además, por desgracia, determinadas normas tácitas, más fuertes precisamente por ser tácitas, les influyen sin que se enteren. Nuevos tabúes han reemplazado a los antiguos: “la virginidad está desfasada”; “no tener vida sexual a los diecisiete años es anormal”; “todas las formas de sexualidad son normales”; “si no haces lo que todo el mundo, eres un raro”; “el matrimonio es retrógrado”. En pocas palabras, unas cuantas de las idioteces de la ideología de género.
Los padres no deben ejercer un control demasiado estricto, pero tampoco despreocuparse. Más importante que el horario de regreso, que también tiene su importancia, es cómo regresan, especialmente si se han emborrachado o no. No hay que olvidar que para que los padres puedan tener confianza en el joven y en sus amigos y amigas, hay que merecerla. Aunque no hay que prohibir excesivamente, de vez en cuando sí conviene que se les prohíba algo, pues con ello comprenden que no pueden hacer todo lo que les venga en gana. Además así entienden que están bajo la tutela de unos padres que se preocupan por ellos y en el fondo se sienten protegidos.
En nuestras relaciones con los demás, tenemos que saber distinguir entre tres dimensiones:
1. La dimensión sexuada, propia de cada uno de nosotros, y que me hace imposible no relacionarme con los demás como soy: varón o mujer;
2. La dimensión sexual, en la que ya entra la atracción sexual y me acerco al otro precisamente por eso, por ejemplo, la relación no genital entre dos novios, aunque pueda haber también otros aspectos;
3. La dimensión genital, en el que mi acercamiento al otro se hace a base de actos sexuales explícitos, es decir cuando interviene la genitalidad.
Chicos y chicas no son iguales. Las chicas son más afectivas, más sentimentales, más idealistas y más conscientes de sus responsabilidades; a los chicos les cuesta más el dominio de sí y de sus instintos, pues se excitan sexualmente con más facilidad que las chicas, pero unos y otros deben intentar que su amor mutuo brote de su actitud interior y exprese la atención, el respeto y el cariño hacia el otro.
Entre los quince y los veinte años hay un período en el que los adolescentes tienden al amor singular y exclusivo del individuo del otro sexo, aunque en ocasiones ya antes. La amistad íntima entre dos adolescentes de distinto sexo tiende a convertirse en enamoramiento. La tendencia sexual normal va encauzada hacia una persona del sexo contrario, por lo que constituye el terreno y el fundamento del amor, y no precisamente hacia el sexo contrario mismo. El otro o la otra dejan de ser una persona de tantas para convertirse en algo especial y único, en el primer amor.
Entre los doce a dieciséis años emerge la atracción heterosexual, que se inicia de modo automático e instintivo, jugando la atracción física un papel importante en estas primeras impresiones. Pero ya desde los once a trece cesa el antagonismo de los sexos y las chicas empiezan a reclamar, de modo más o menos abierto según las costumbres de los pueblos, la atención de los chicos. Esta apertura hacia personas del otro sexo se ve facilitada por la coeducación, convivencia y camaradería que son hoy frecuentes. A esta edad las chicas están más desarrolladas que los muchachos de su edad, por lo que buscan chicos uno o dos años mayores que ellas.
Pueden ya en este tiempo empezarse las relaciones singulares de amor entre un chico y una chica, pero todavía no es lo ordinario, aunque son cada vez más frecuentes. Hay más bien relaciones en grupo, en pandilla, con conversaciones, sobre todo al inicio, bastante superficiales. Estos grupos tienen sin embargo las ventajas de enseñar a conocerse chicos y chicas sin excesivo peligro ni dificultad porque se hace en público y uno se siente protegido y apoyado por el grupo, lo que les hace sentirse comprendidos y ayuda a contrastar pareceres y realizar actividades, lo que favorece su realización personal, especialmente si el grupo no se cierra en sí mismo.
Sin embargo no siempre se respeta el pudor. Hay también a veces encuentros o fiestas que pueden ser bastante más peligrosos, especialmente si no hay ningún control de los mayores. Actualmente, además, por desgracia, determinadas normas tácitas, más fuertes precisamente por ser tácitas, les influyen sin que se enteren. Nuevos tabúes han reemplazado a los antiguos: “la virginidad está desfasada”; “no tener vida sexual a los diecisiete años es anormal”; “todas las formas de sexualidad son normales”; “si no haces lo que todo el mundo, eres un raro”; “el matrimonio es retrógrado”. En pocas palabras, unas cuantas de las idioteces de la ideología de género.
Los padres no deben ejercer un control demasiado estricto, pero tampoco despreocuparse. Más importante que el horario de regreso, que también tiene su importancia, es cómo regresan, especialmente si se han emborrachado o no. No hay que olvidar que para que los padres puedan tener confianza en el joven y en sus amigos y amigas, hay que merecerla. Aunque no hay que prohibir excesivamente, de vez en cuando sí conviene que se les prohíba algo, pues con ello comprenden que no pueden hacer todo lo que les venga en gana. Además así entienden que están bajo la tutela de unos padres que se preocupan por ellos y en el fondo se sienten protegidos.
En nuestras relaciones con los demás, tenemos que saber distinguir entre tres dimensiones:
1. La dimensión sexuada, propia de cada uno de nosotros, y que me hace imposible no relacionarme con los demás como soy: varón o mujer;
2. La dimensión sexual, en la que ya entra la atracción sexual y me acerco al otro precisamente por eso, por ejemplo, la relación no genital entre dos novios, aunque pueda haber también otros aspectos;
3. La dimensión genital, en el que mi acercamiento al otro se hace a base de actos sexuales explícitos, es decir cuando interviene la genitalidad.
Chicos y chicas no son iguales. Las chicas son más afectivas, más sentimentales, más idealistas y más conscientes de sus responsabilidades; a los chicos les cuesta más el dominio de sí y de sus instintos, pues se excitan sexualmente con más facilidad que las chicas, pero unos y otros deben intentar que su amor mutuo brote de su actitud interior y exprese la atención, el respeto y el cariño hacia el otro.
Entre los quince y los veinte años hay un período en el que los adolescentes tienden al amor singular y exclusivo del individuo del otro sexo, aunque en ocasiones ya antes. La amistad íntima entre dos adolescentes de distinto sexo tiende a convertirse en enamoramiento. La tendencia sexual normal va encauzada hacia una persona del sexo contrario, por lo que constituye el terreno y el fundamento del amor, y no precisamente hacia el sexo contrario mismo. El otro o la otra dejan de ser una persona de tantas para convertirse en algo especial y único, en el primer amor.
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