sábado, 31 de octubre de 2015

COMO VESTIRNOS AL MORIR


Cuando se acerca Halloween o el carnaval y voy por la calle, siempre que me cruzo en Alcalá con gente que no me conoce, me miran fijamente y, cuando me han sobrepasado, oigo a mis espaldas que comentan entre ellos: Yo creo que sí que es.

En esta época en que se ven tantos disfraces, hay gente que piensa que yo también voy disfrazado. Eso sí, debo decir que en todas las ocasiones, al mirarme la cara fijamente y con atención, saben de forma instintiva que soy sacerdote o, al menos, se quedan con la duda.

A los curas y a las monjas, incluso en el carnaval, se nos reconoce. Por lo menos, normalmente es así. Hoy, cuando ha refrescado, incluso me he animado, por primera vez, a usar la capa corta con capucha que usaba en Roma. Hasta ahora no me había atrevido, por no llamar demasiado la atención. Pero creo que una capa corta sobre la sotana es una prenda muy digna y estéticamente muy bella.

Dudo si usar en Alcalá el mantello de Roma. El cual todavía es más bonito incluso que la capa corta. Pero cuando veo que hoy día todo el mundo usa por la calle las prendas que le dan la gana, me pregunto que por qué no voy yo a poder usar las ropas genuinamente clericales. Y es que la vestimenta clerical no se agota en la sotana. Desde el sombrero de sacerdote hasta los zapatos con hebilla, las posibilidades clericales son unas cuantas. Tampoco muchísimas, pero sí unas cuantas.

Curiosamente, la costumbre actual es enterrar a los sacerdotes revestidos con ornamentos para celebrar misa. No se me había ocurrido hasta ahora, pero me atrevo a aventurar que eso sucede desde que los sacerdotes ya no se visten con sotana. Lo lógico sería enterrar a los sacerdotes vestidos con traje clerical, no con ornamentos litúrgicos. Si alguno sabe algo acerca de cual era la práctica en siglos pasados, le agradeceré que deje constancia de ello (y de las referencias, si es posible) en la parte de comentarios que está a la derecha de este post.

Parece lógico reservar las vestiduras litúrgicas para los actos litúrgicos. Pero, repito, si alguien me puede ilustrar sobre este asunto, se lo agradeceré.

P. FORTEA

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