Hay momentos, a lo largo del día
en la vida de una madre de familia, en que no sabes si echar la bronca a tus
hijos, hacerte la sueca o tomártelo a risa. Son esos típicos momentos en que
los niños hacen algo que nos sienta como una patada, algo enormemente
inoportuno, como intentar ayudarnos a transportar a su hermana pequeña y estamparla
contra el suelo. Lo crudo de la situación es que, en ese momento, todos
nuestros nervios afloran, pero nuestra cabeza nos recuerda -a veces sin ninguna
respuesta por nuestra parte- que no había mala intención, que ha sido una
metedura de pata inocente y sin mala fe. En esos momentos es cuando debemos
respirar hondo y pensar: prefiero tomármelo a risa. La selección de esas
situaciones, la clasificación, se hace de forma muy sencilla (aunque en frío,
claro está, casi todo goza de esa agradable cualidad): analizamos los hechos y
nos imaginamos a nosotros mismos, dentro de diez años, charlando con nuestros
hijos en una distendida comida familiar: ¿lo que acaba de pasar podría ser
contado como una anécdota graciosa entonces? Si la respuesta es ´sí´, entonces,
aunque nos cueste horrores envainar la bronca que íbamos a dar, sabemos que
debemos hacerlo. Pues nuestros gritos o nuestro enfado serán solo un desahogo
injusto que no hará ningún bien a nuestro hijo.
Esa es la razón por la que, a
veces, prefiero tomarme las cosas a risa. Prefiero tomármelo a risa cuando mi
peque de dos años coge el grifo de la ducha para bañarse solo como un campeón
y, en un mal gesto desafortunado, el chorro del agua sale disparado hacia mí
camisa, pantalón y zapatos, momento en el cual la escena de amorosa madre
mirando con dulzura a su niño ha perdido radicalmente todo el encanto. Prefiero
tomármelo a risa cuando mi querida Susanita termina de comerse el huevo frito
y, para celebrarlo, decide plantarse el plato boca abajo en la cabeza al grito
de: "¡todooo! ¡Me he comido todo, mamá!". Prefiero tomármelo a risa
cuando María, al ver que yo no había terminado con el baño de Catalina, intenta
ponerle el pañal a su hermano pequeño y llena toda la cama de crema para el
culete. Prefiero tomármelo a risa cuando a Susi, que intenta ayudarme a vaciar
el lavaplatos, se le resbala uno de los vasos, estrellándose contra el suelo y
recubriéndolo de pedacitos de cristal. Prefiero tomármelo a risa cuando el
gordito de mi niño intenta imitar a su madre y, fregona en mano, la sumerge
dentro del cubo y la arrastra chorreando por toda la casa... Prefiero tomármelo
a risa cuando María sale corriendo hacia su hermano pequeño en el supermercado
para que no se escape, con tan mala suerte que lo estampa contra el suelo
pegándose tal bofetón que la llantina le dura diez minutos. Prefiero tomármelo
a risa cuando la bebé de la casa se despierta a gritos a las seis de la mañana
porque le duelen los dientecitos, haciendo el papel de gallo mañanero. Prefiero
tomármelo a risa cuando mis hijas queden jugar a profesoras y vacían tooooda la
estantería de los cuentos por el suelo de la habitación. Prefiero tomármelo a
risa cuando Susana intenta lavar el chupete de su hermana porque se ha caído al
suelo y, a cambio, se cala las mangas del vestido hasta los codos. Prefiero
tomármelo a risa cuando mi pequeño, ansioso por que llegue el momento del baño,
no ha podido resistir la tentación del agua calentita que iba llenando la
bañera y ha decidido meterse en el agua después de sacarse solamente los
zapatos. Prefiero tomármelo a risa cuando decido hacer galletitas con mis niñas
y la masa termina en cualquier lado (véase suelo, silla, suela de los zapatos,
boca, estómago...) excepto en la bandeja del horno.
A veces
prefiero, en fin, tomarme esas cosas a risa y pensar que, dentro de unos años
al recordarlas, efectivamente, me reiré.
Susana
Ariza
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