viernes, 6 de febrero de 2015

IDOLATRÍA ANTIGUA, IDOLATRÍA MODERNA


Tanto en el orden humano…, como en el divino, los celos se generan por la sospecha o la realidad de haberse cambiado el amor, que se espera de alguien, hacia otra persona. Los celos son siempre un producto de un amor no correspondido o traicionado. Por ello los celos son producto del amor, donde no hay amor no puede haber celos. Y esto es, lo que le pasa al Señor, cuando constata que su amor a nosotros no es correspondido debidamente. Precisamente la tragedia del Señor, consiste en que no encuentra entre nosotros, personas dispuestas a aceptar sin reparo de ningún género, el amor que Dios quiere volcar en nosotros. El Señor no encuentra, entre nosotros, personas que se le entreguen incondicionalmente sin ninguna clase de reservas.

            Este pensamiento, fue la gran aportación que Santa Teresa de Lisieux, hizo a la espiritualidad del Carmelo, poniéndonos de manifiesto, el tremendo amor que el Señor quiere derramar sobre sus criaturas, y estas que somos nosotros, no aceptamos este amor, incluso llegamos a menospreciarlo. Ya en el Antiguo testamento, el Señor dejó explicitado a su pueblo elegido, el amor que siempre está deseando derramar sobre nosotros, y la traición a este amor que suponía, buscar otros dioses o ídolos, para robarle al Señor el amor que solo a Él le corresponde.

            Así en el Libro del Éxodo podemos leer: “No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos”. (Ex 20,4-6). Y también en el Deuteronomio, se puede leer: "Porque Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24). Desde luego que el amor del Señor es un fuego devorador, no hay nada más que leer los Evangelios: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!”. (Lc 12,49-50).

Los celos del Señor, han ido variando en su importancia de acuerdo con nuestras conductas y actitudes, aunque siempre han tenido un factor generador que es nuestra idolatría. Es decir nuestro amor a unos determinados ídolos. Pero estos ídolos, pueden ser de muchas clases. En la época del A.T. los celos los causaban la adoración a iconos o ídolos construidos por los israelitas. En el año 1.225 más o menos a. C. Moisés subió al monte en el Sinaí, y Dios le dio las tablas de la Ley y: “Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: « ¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. 8 Bien pronto se han apartado el camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: "Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de la tierra de Egipto”. (Ex 32,7).

Para Raniero Cantalamessa, franciscano capuchino predicador oficial de la Curia del papa, El becerro de oro, fue un típico caso de religiosidad popular. El pueblo se agolpa alrededor de Aarón, el sacerdote, y le pide: Haznos un dios que camine delante de nosotros… ¡Cuantas veces se repite esta escena en algunas partes de la cristiandad, por ejemplo, con la imagen del santo patrono¡”. Antiguamente la idolatría humana revestía otras formas, que ahora sigue existiendo también, pero hoy en día, podríamos afirmar que pocos de nosotros se hallan en situación de cometer un pecado de idolatría en sentido literal.

La idolatría de hoy en día, propiciada por el demonio, nuestro inteligente enemigo, es mucho más sutil, menos burda, pero la que ahora tenemos, es más dañina para el alma humana. Hoy se rinde culto al dinero y sobre todo al falso dios de uno mismo. El Señor, ya nos avisó y nos dejó dicho: “Quien quiera salvar su vida la perderá y quien acepte perderla por el Señor, la encontrara”. (Mt 10,35).Cualquier cosa que coloquemos por delante de nuestro amor al Señor, sean las riquezas, los negocios, el éxito social, el placer mundano o el bienestar físico, se convierte para nosotros en un dios, si es que las colocamos por delante de nuestros deberes y amor con Dios.

Estamos así frente a un pecado de auto idolatría. No terminamos de tener una auténtica fe, nuestra fe es muy tibia, y por ello en vez de ampararnos en el amor y en la confianza con el Señor, nos refugiamos en nosotros mismos, o en otras personas que consideramos más capacitadas, que nosotros mismos, dados sus triunfos materiales. Y lo que es lo peor de esta situación, llegamos a creernos y aceptar que el dios dinero, todo lo puede: “Poderoso caballero es el dinero” reza el dicho popular. Todos sabemos que directa o indirectamente utilizando la mano de obra humana, o prescindiendo de ella, todo ha sido hecho por Dios, por lo que resulta que todo, absolutamente todo lo que vemos y nos rodea, cualquier que sea su belleza, o su utilidad es siempre inferior a su Creador y tal como nos dice San Agustín: Pudiendo llegar a poseer al que todo lo hizo, ¿porque nos emperramos en poseer algo inferior?, cuales son cualquiera de sus creaciones”.    Nosotros estamos convirtiendo las creaciones de Dios, en ídolos a los que adoramos anteponiendo a estos ídolos, al amor que le debemos al Señor. ¡Cómo podemos extrañarnos de que Dios sea celoso! Para los ángeles que nos contemplan, a ellos les resulta sorprendente, esa ansia de posesión material que nos domina, menospreciando los bienes de carácter espiritual, que tan fácilmente podemos obtener, porque siempre los tenemos a nuestra disposición.

A medio tonto que seamos, nos damos cuenta de esta realidad y somos conscientes de que cuando lleguemos ante el Señor, nunca vamos a poder alegar como mérito nuestro, la cuantía de los bienes materiales, que aquí abajo hayamos conseguido. No podremos enorgullecernos de ellos y decirles al Señor: Es que yo llegue a ser el más rico del cementerio. Solo el haber amado a Dios nos podrá salvar. Nos podrá salvar el que en ningún momento, Dios haya sentido celos o se haya sentido traicionado en nuestro amor a Él.

            El “dios dinero”, aunque no seamos conscientes y no nos demos cuenta de ello, nos está siempre incitan            do a la avaricia. La avaricia es uno de los siete pecados capitales, y el principal problema de este reside en que el que es avariciosos, no se tiene a si mismo por avaricioso.        Así como el que roba o mata a una persona, comprende inmediatamente que ha ofendido a Dios, pero hay ofensas a Dios, como el que peca de soberbio o avaricia, que salvo raros casos nunca él, se toma conciencia de ser un soberbio o un avaricioso. Pero ¿Lo somos o no lo somos? Me contesto a la pregunta diciendo: A mí juicio, si lo somos y lo peor, es que no nos damos cuenta ni tenemos consciencia de serlo.

Realmente pensamos: Somos buenos, no robamos, no matamos, hasta vamos a misa los domingos y damos limosna, la calderilla de euros que llevamos en ese momento y si resulta que esa es poca, algunas veces llegamos hasta dar hasta cinco euros. ¿Qué más se nos puede pedir? Pues mira hijo, se te puede pedir más, ¡muchísimo más! Posiblemente te salves pues la misericordia de Dios es infinita, y solo se condena el que quiere condenarse y no eres tan tonto como para querer ir abajo a las calderas de Pedro Botero, pero lo que si te garantizo. es que en el tren de la salvación, no vas a ir en coche cama y ni siquiera en tercera, sino al final en un vagón de ganado, por tu avaricia que es lo que subyace en tus justificaciones.

En todas las actividades humanas para las que Dios nos ha capacitado, Él desea que siempre hagamos un uso proporcionado a nuestras necesidades y todo lo que exceda de este límite no es del agrado de Dios. “El límite entre lo necesario y lo superfluo se desplaza continuamente en las mentalidades, en los deseos y en La vida de muchos cristianos”. Mucho se ha escrito, acerca de cuáles son nuestras reales necesidades y no las caprichosas necesidades que nos creamos. No existe ninguna regla para medir un algo, que es completamente subjetivo; ahora bien, lo que sí se puede afirmar, es que en la medida en que aumenta el nivel de vida espiritual de un alma y esta ama más a su Creador, el nivel de necesidades humanas, baja tremendamente hasta alcanzar lo que de verdad es estrictamente necesario, que acuerdo con la posición y estado que Dios haya situado en este mundo a esa alma.

San Agustín escribía diciendo: “Sírvanle las riquezas de alivio en tu peregrinación y no de incentivo a tu avaricia; empléalas para satisfacer tus verdaderas necesidades y no tus caprichos…. Desnudo viniste al mundo y desnudo volverás al seno de la tierra”. “Si el principio de todo pecado es la soberbia, la raíz de todos los males es ciertamente la avaricia. (…). Porque ¿qué significa ser avaro? No otra cosa que desear más de lo que se necesita”. “Para realizar el viaje de la vida mortal son necesarios los alimentos y el vestido: conténtate con lo suficiente para el viaje. ¿Para qué te has de cargar? (…). ¿Para qué siendo tan breve el camino llevar tanto bagaje…?. Nada llevarás de este mundo que tanto amaste; pero si llevarás los vicios en que pusiste tus aficiones”.

En el parágrafo 2.536 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: “El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos, prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder, prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales: Cuando la Ley nos dice: “No codiciarás”, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada como está escrito: El ojo del avaro no se satisface con su suerte... (Si 14,9) (Cate. R. 3,37). Para San Agustín: “Si el principio de todo pecado es la soberbia, la raíz de todos los males es ciertamente la avaricia. Porque ¿qué significa ser avaro? No otra cosa que desear más de lo que se necesita”.

La avaricia, es la perversión del derecho natural de todo ser humano que tiene de extender su personalidad, poseyendo cosas que asisten a las necesidades de su cuerpo y de su alma. Su desorden puede resultar de desear las riquezas como un fin y no como un medio, o a través de la forma en que se obtiene la riqueza, sin tener en cuenta los derechos de los demás, o de la manera que se usa el dinero para aumentar nuestro capital sin límites, en vez de utilizar el exceso para asistir a las necesidades de otros.

Y ¿por qué se genera la avaricia en el ser humano? Nosotros, todos nosotros, hemos sido creados para una eterna felicidad, que es la única que nos puede calmar la sed de felicidad que tenemos y que es una impronta que con otras el Señor nos dotó el día en el directamente creo nuestra alma. Aquí abajo no podemos encontrar un tipo de felicidad cualquiera que sea su naturaleza, que nos sacie del afán de felicidad que nos atosiga. En este mundo, en contraposición a la escasa y pobre felicidad que aquí podemos hallar, tenemos que hacer frente a una serie de contradicciones y sufrimientos que nos atormentan. Dentro de este cuadro o entorno en el que se desarrolla nuestra vida humana, todo lo anterior nos produce un ansia de tener seguridad. Queremos vivir aquí abajo seguros, seguros de no tener que pasar penalidades, seguros de que siempre tendremos lo que creemos que necesitamos y si es posible aún más.

Y si miramos al más allá, también el que es creyente, ansía tener la seguridad de que las promesas divinas se cumplirán. Y es a partir de aquí, donde entran en función la avaricia. La avaricia es siempre un vicio relacionado con la riqueza. Cuando nuestro nivel de vida espiritual no es lo suficientemente elevado, pensamos que; solo es el dios dinero, el que nos puede dar la ansiada seguridad, de que no pasaremos penalidades. “La avaricia nunca se llama por su nombre lleva el rótulo de. Frugalidad, seguridad, grandes negocios, y empuje. Puesto que cada pecado se disfraza con evasivas semánticas similares, uno debe de buscarlo bajo su nombre moderno”.

El amasar bienes materiales, ejerce sobre el alma el peculiar efecto de intensificar en ella el deseo de ganancia. Lo que con frecuencia es lujuria en la juventud, se torna avaricia en la vejez. Si se entregasen a la gran alegría de dar y respondieran a las llamadas de la piedad, sentirían una gran emoción practicando la benevolencia. Mayor es el placer de ejercerla que la alegría de recibir. ¡Ni el dinero ni la avaricia que él genera, resuelven la situación y solo dan una falsa imagen de seguridad. A lo largo de la vida he conocido en el mundo de los negocios, mucha gente millonaria que era insegura e infeliz, y que al final por razones de humanas conductas, algunos de ellos se quedaron sin nada, porque el dinero ahora se hace de papel para que vuele.

Escribe Salvador Canals a este respecto, diciendo: “Cuando se posee y se goza, sobrevienen, infaliblemente, la desilusión y el malestar, y vuelve uno a encontrarse con el corazón árido y las manos vacías”. No queremos ver nuestra avaricia y para justificar lo necesario que es tener dinero, cínicamente se suele decir: “El dinero no da la felicidad pero ayuda a ella”. Así es, como realmente piensa la mayoría de los creyentes, y no digamos ya, como piensan los no creyentes. Se venera al dios dinero y desde pequeños se nos enseña que hay que triunfar en la vida y sobre todo ganar dinero. La avaricia es el signo de que no confiamos en Dios, sino que sentimos la necesidad de ser nuestra propia Providencia. En el salterio podemos leer. “Este es el hombre que no puso su confianza en Dios, sino que confió en sus muchas riquezas y se envalentonó por su maldad” (Sal 51,9).

El verdadero origen de la avaricia, está en la falta de confianza en Dios. El Señor no desea que pasemos calamidades, pero si desea que nos limitemos a lo necesario. Ejemplo de esto lo podemos encontrar en el suministro del maná, que el Señor daba al pueblo de Israel, durante cuarenta años en el desierto del Sinaí “He aquí lo que manda Yahveh: Que cada uno recoja cuanto necesite para comer, un gomor por cabeza, según el número de los miembros de vuestra familia; cada uno recogerá para la gente de su tienda. Así lo hicieron los israelitas; unos recogieron mucho y otros poco. Pero cuando lo midieron con el gomor, ni los que recogieron poco tenían de menos. Cada uno había recogido lo que necesitaba para su sustento. Moisés les dijo: Que nadie guarde nada para el día siguiente. Pero no obedecieron a Moisés, y algunos guardaron algo para el día siguiente; pero se llenó de gusanos y se pudrió; y Moisés se irritó contra ellos” (Ex 16,16-20).

Dios quiere que pongamos nuestra confianza y nuestro corazón en Él, no en las riquezas y la Biblia en el antiguo y en el nuevo testamento está plagada de referencias a este deseo divino. Él quiere que vaciemos nuestro corazón del apego al dinero y a las riquezas, porque si nuestro corazón está lleno de amor a las riquezas, no dejamos sitio alguno para que Él pueda entrar en nuestro corazón, lo cual es su mayor deseo.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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