martes, 17 de febrero de 2015

DE LA EVANGÉLICA REGIÓN DE LA DECÁPOLIS POR LA QUE SE PASEÓ JESÚS


El análisis que realizamos ayer de la tan inesperada como intensa presencia de los cerdos en los Evangelios (pinche aquí para conocerla), nos puso en contacto con una región de Palestina a la que casi nunca nos referimos, no por ello menos curiosa: la Decápolis.

La Decápolis se menciona en los evangelios en tres ocasiones: en la primera de ellas lo hace Mateo, para afirmar que seguía a Jesús “una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán” (Mt. 4, 25).

Las otras menciones se deben a Marcos, que lo hace en dos ocasiones:

“Él [el endemoniado al que le había sacado los demonios] se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados” (Mc. 5, 20).

“Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis” (Mc. 7, 31).

Sin salir de los propios evangelios es mucho lo que esta breve información nos aporta. La primera mención que firma Mateo, mucho más importante de lo que pueda parecer a primera vista, demuestra que a pesar de su particular historia, se trata de una región muy judaizada, pues no es pensable que entre los seguidores de Jesús (y sobre todo al principio, cosa muy distinta ocurrirá en la comunidad cristiana una vez desaparecido Jesús), hubiera otra cosa que judíos.

El detalle del recorrido de Jesús por la Decápolis se lo debemos sin embargo a Marcos más que a ningún evangelista. De lo que Marcos relata cabe deducir que Jesús hace un viaje a la Decápolis en los mismos inicios de su ministerio. En Gerasa (localización que Lucas confirma pero que Mateo traslada a Garada, también en la Decápolis a pocos kilómetros) expulsa unos demonios que aloja en unos cerdos que pasaban por ahí y terminan arrojándose al mar.

De la Decápolis, Jesús cruza el río Jordán hacia el oeste y entra de nuevo en la Galilea que constituye el ambiente de su infancia: allí, -siempre siguiendo a Marcos-, cura a una hemorroísa, resucita a la hija de Jairo, visita Nazaret, realiza una multiplicación de panes y peces y camina sobre las aguas. Y se produce la ejecución de Juan el Bautista (Mc. 6, 17-29).

De Galilea sube hacia el norte pasando al Líbano en un movimiento que también conoce el fiel lector de esta columna (pinche aquí si desea recordarlo), donde cura a la hija de la sirofenicia.

Y de ahí, vuelve a Galilea, pero no lo hace directamente (en Mateo sí), sino que en un extraño movimiento envolvente que sólo menciona Marcos, hace una nueva incursión en la Decápolis, sobre la que, esta vez, no narra el segundo de los evangelistas nada significativo: se trata apenas de un excurso en el incesante peregrinaje de Jesús y su grupo por tierras de Palestina, probablemente perseguidos ya por el rey Herodes (Antipas, pinche aquí si quiere aprender a diferenciar los hasta cuatro reyes Herodes que se mencionan en el Nuevo Testamento), por lo que no es casual la mención que justo entre las dos entradas en la Decápolis, hace Marcos:

“Se enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: ‘Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas’. Otros decían: ‘Es Elías’; otros: ‘Es un profeta como los demás profetas’. Al enterarse Herodes, dijo: ‘Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado’” (Mc. 6, 14-16).

De otras fuentes podemos extraer información suplementaria sobre la Decápolis, y a ella nos referiremos en otra ocasión. No sin hacer mención expresa aquí de que la sola mención de una unidad política de la que poco es lo que sabemos, -y buena parte de ello gracias precisamente a ellos, aunque siempre coherente con las fuentes no cristianas-, demuestran una vez más el carácter de verdadera fuente histórica que cabe a los Evangelios, lo que no es conclusión baladí, siendo, como es, sobre su carácter supuestamente poco riguroso que reposan algunas de las más feroces (e injustas) críticas realizadas a los textos de los evangelistas, escritos, sin duda de ninguna clase, en el curso del s. I de nuestra era.

Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. ¡Hasta mañana!

Luis Antequera

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