miércoles, 11 de febrero de 2015

LA PRIMERA COMUNIÓN DE NIÑOS CON SÍNDROME DE DOWN


La caridad pastoral debe ser la fuerza que mueva a todo párroco, en unión con su Obispo, a buscar una sintonía y colaboración de las familias, catequistas y educadores de los niños con Síndrome de Down o con alguna discapacidad intelectual; para que el amor por la Santísima Eucaristía sea transmitido desde la más tierna edad, y el deseo de recibir el Cuerpo de Cristo se convierta en el camino para un futuro de paz y santidad, no sólo para el pequeño sino para su familia y la comunidad también.

Es necesario recordar e insistir, sobre todo a los padres, que no se trata sólo de preparar la primera comunión como evento familiar y/o social. Se trata de iniciar y ayudar a sus hijos a incorporarse a una comunidad que vive conforme a un estilo de vida concreto el evangelio, y que celebra la Eucaristía como elemento esencial de la vida cristiana. No hay que perder de vista que la meta de la catequesis y de la Iniciación cristiana del niño con Síndrome de Down es la vida entera del cristiano.

La primera comunión no es un hecho puntual, sino la expresión sacramental de una preparación para que los niños entren plenamente en la comunidad eucarística, y que seguirá después para su formación y su crecimiento espiritual. La primera comunión no es el final de su iniciación cristiana, que comenzó con el bautismo y que sigue con su confirmación.

La preparación a la Primera Comunión forma parte del proceso de la iniciación cristiana que comprende los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía. Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo y el acceso a la comunión eucarística.

Por su naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento del niño. Es el momento propio de la catequesis, para acabar más tarde con la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana cc. 851 &2, 868.

Por el Bautismo: todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS 1316). En los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.

El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también al niño “una nueva creatura” (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co 6,19).

Los padres, catequistas y párrocos responsables de la preparación para la primera comunión del niño con Síndrome de Down es bueno que recuerden esto para que tengan paciencia y den a cada niño el tiempo que requiera para que su desarrollo espiritual sea el adecuado según sus circunstancias. Les espera una tarea apasionante, un reto, y un proceso que ofrece una inmensa satisfacción si se realiza con caridad responsable. La preparación para la primera comunión tiene que ser algo que disfruten conjuntamente, pero a la vez, debe cumplir con todos los requisitos para que sea una celebración digna y adecuada al desarrollo espiritual e intelectual del niño, que en muchas ocasiones no coincidirá con el de los demás niños de su misma edad. El niño con síndrome de Down es una persona, con unas potencialidades de desarrollo increíbles, tanto mayores cuanto mejor se le atienda. Pese a esa anomalía, que va a imponer ciertas limitaciones, con trabajo y apoyo el niño ha de ser capaz de desplegar todas sus posibilidades afectivas e intelectuales. De manera que su pleno desarrollo cristiano dependerá directamente de un trabajo paciente, constante, alegre y optimista.

No hay dos personas iguales a pesar de que todas tienen 46 cromosomas; tampoco hay dos personas con síndrome de Down iguales aunque ambas tengan 47. Su desarrollo, sus cualidades, sus problemas, su grado de discapacidad pueden ser muy distintos. Y por eso, la preparación para la primera comunión de éstos niños habrá de ser un proceso personalizado, que se tendrá que ir evaluando para determinar el momento oportuno para poder hacer la Primera Comunión, porque el progreso en la actividad cerebral no es fruto exclusivo de los genes sino también del ambiente que hace nutrir y progresar esa actividad.

Estos niños pueden tener retraso en el desarrollo mental y social, y los problemas comunes que suelen presentar son: comportamiento impulsivo, deficiencia en la capacidad de discernimiento, período de atención corto, aprendizaje lento, y a medida que los niños con el Síndrome de Down crecen y se vuelven conscientes de sus limitaciones, también pueden, en ocasiones, sentir frustración e ira. Estos son puntos a considerar cuando se les integra a un grupo de preparación para la Primera Comunión con otros niños; no es una cuestión de discriminación, sino de justicia, ya que lo que requieren unos y otros podría ser muy distinto, según sea el caso.

El c. 914 dice: “Los padres, en primer lugar, y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen obligación de procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran cuanto antes, previa Confesión sacramental, con este alimento divino.”

Juan Pablo II, recordaba la decisión de San Pío X, en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “Un testimonio conmovedor de amor pastoral por los niños la dio mi predecesor san Pío X con su decisión sobre la Primera Comunión. No solamente redujo la edad necesaria para acercarse a la Mesa del Señor, de lo que yo mismo me aproveché en mayo de 1929, sino que dio la posibilidad de recibir la comunión incluso antes de haber cumplido los siete años si el niño muestra tener suficiente discernimiento. La Sagrada Comunión anticipada fue una decisión pastoral que merece ser recordada y alabada. Ha producido muchos frutos de santidad y de apostolado entre los niños, favoreciendo que surgieran vocaciones sacerdotales”.

Los sacerdotes, deben custodiar el Santo Sacramento del altar, en unión a los Obispos, y deben cuidar a los niños como a los primeros destinatarios de este don inmenso: la Eucaristía. Y Cuando la mente del niño llega a la edad en que comienza a razonar, está abierta y disponible a la acogida de la luz divina, que les hace penetrar hasta dónde es posible, el misterio del amor de Dios para el hombre, es el momento de la Primera Comunión.

Luego la fe se levanta sobre la razón, y esta fe es tan viva en estos niños que ellos son capaces, a veces mejor que nosotros, de expresar con la oración inmediata, su cercanía al Señor.

Por lo tanto, esta costumbre, recordada por todos los últimos Papas, de hacer acercar a los niños pequeños a la Santa Eucaristía, después de haber hecho su Primera Confesión, debe ser estimada y dentro de lo posible seguida. Pero, los niños con alguna discapacidad requerirán de una atención y cuidados especiales que dependerá de la edad intelectual que posean. Por eso, en los cánones del código cuando se habla de la edad de 7 años debemos interpretarla como la edad del uso de razón, independientemente de la edad cronológica, que tenga el niño:

El Directorio Catequístico General, de la Congregación para el Clero, de fecha 11/4/1971, en su Apéndice, indica que la edad más apropiada para recibir por primera vez los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía es la que en los documentos de la Iglesia se llama edad de la razón o de la discreción. Esta edad “tanto para la confesión como para la comunión es aquella en la que el niño comienza a razonar, es decir hacia los siete años poco más o menos. Desde este momento comienza la obligación de cumplir el uno y el otro precepto de la confesión y de la comunión” (Decr. Quam Singulari, 1, AAS, 1910, p. 582). Y añade: Téngase cuidado de que el tiempo en que de por sí empieza a obligar el precepto de la confesión y la comunión no se extienda más allá de los límites dichos, los cuales por lo demás no son rígidos.

El criterio referido es plenamente coherente con las prescripciones del Código de Derecho Canónico, del c. 914, y el c. 97 &2, que afirma: El menor, cumplidos los siete años, se presume que tiene uso de razón. Se trata de una presunción que admite prueba en contrario, que en este caso sería el Síndrome mismo o alguna otra discapacidad. Y así, el c. 99 declara que quien carece habitualmente del uso de razón se considera que no es dueño de sí mismo y se equipara a los infantes (el menor, antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le considera sin uso de razón: c. 97 &2). Según esto, corresponde al párroco vigilar para que no reciban la santísima Eucaristía los niños que aún no hayan llegado al uso de razón c.914. Y esto lo tienen que entender sus padres, aunque les sea muy duro ver que los compañeros de catecismo o de la edad de sus hijos hacen la Primera Comunión y los suyos no.

El Documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, de la LXX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, del año 1998, en su n. 135, al referirse a la iniciación cristiana de niños en edad catequética, menciona que el Ritual correspondiente está pensado para niños a partir de los seis años de edad aproximadamente.

Y la expresión cuanto antes del c. 914 (quam primum, en la versión típica latina) es una cláusula técnica en derecho canónico, que denota premura y urgencia. Se utiliza también, por ejemplo, en los cánones 867 y 916, en el sentido mencionado. Pero, es verdad, por otra parte, que el c. 913 &1 prescribe: Para que pueda administrarse la santísima Eucaristía a los niños, se requiere que tengan suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación cuidadosa, pero esto no significa que haya de ser necesariamente prolongada demasiado en el tiempo. El mismo canon explicita que el conocimiento y la preparación han de ser tales que los niños entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción. Y el referido Documento de la Conferencia Episcopal Española, sobre la iniciación cristiana, explica que el Código de Derecho Canónico no les exige una preparación superior o unos conocimientos completos de la doctrina cristiana n. 102.

Según el Decreto Quam Singulari, para la primera Comunión, no es necesario el pleno y perfecto conocimiento de la doctrina cristiana. Después, el niño debe ir poco a poco aprendiendo todo el Catecismo, según los alcances de su inteligencia. El conocimiento de la religión que se requiere en el niño para prepararse convenientemente a la primera Comunión, es aquel por el cual sabe, según su capacidad los misterios de la fe, necesarios con necesidad de medio, y la distinción que hay entre el Pan eucarístico y el pan común y material, a fin de que pueda acercarse a la Sagrada Eucaristía con aquella devoción que puede tenerse a su edad (nn. 2-3).

Por su parte, el Código de Derecho Canónico determina: Puede administrarse la santísima Eucaristía a los niños que se hallen en peligro de muerte, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento común y de recibir la comunión con reverencia c. 913 &2.

Algunas recomendaciones prácticas:

– La parroquia, con su pastoral familiar debe apoyar a la familia de estos niños para que pueda cumplir su misión educadora y evangelizadora. Los pastores han de dirigir sus esfuerzos a los padres de niños con Síndrome de Down a comprender lo antes dicho, ya que son ellos los protagonistas y responsables principales en la formación espiritual de sus hijos. La familia, como Iglesia doméstica, debe iniciar a sus hijos desde la más temprana edad en la fe, la oración y los sacramentos, e integrarlos progresivamente a la comunidad eclesial y con ella al mundo circundante.

– El método de la catequesis en la que participe toda la familia podría ser apropiado para la preparación a la Primera Comunión en estos casos, porque estimula al niño y lo integra con amor a la familia y a la comunidad parroquial. Además, sería muy bueno hacer el esfuerzo de integrar a ambos padres a la catequesis de su hijo.

– El párroco, junto con su equipo de catequesis, deberá adaptar los contenidos de la catequesis a la situación concreta de la familia. En esta labor, los colegios especializados podrían consultarse para implementar los mejores sistemas de enseñanza para este tipo especial de niños. El catequista debe velar por su constante formación en cuanto a pedagogía, metodología y doctrina a fin de que su participación en la tarea evangelizadora de estos niños sea cada vez más fructífera. La formación permanente de los catequistas será una actividad fundamental.

– Los que organizan la catequesis deberán tomar en cuenta la situación laboral de los padres, ofreciendo horarios compatibles con el trabajo de ellos. El párroco deberá adaptar con mucha flexibilidad la catequesis a las condiciones particulares de la familia. Acoger con mucha delicadeza a los niños cuyo padre o madre es no creyente, procurando que la preparación a la Primera Comunión llegue a ser un encuentro con Dios y con la Iglesia madre. A los padres no creyentes se les debe invitar, pero no obligar a la catequesis. En este caso, corresponde a los padrinos del bautismo reemplazar a los padres.

– Los padres en situación matrimonial irregular deben ser informados clara y oportunamente sobre su situación al interior de la comunidad eclesial. Ya que ellos tienen todos los deberes y derechos de los fieles, salvo el de recibir los Sacramentos de la Reconciliación y la Sagrada Comunión mientras se mantenga la irregularidad en su estado de vida, que les podría representar un inconveniente el día de la Primera Comunión, si quieren acompañar a su hijo comulgando.

– Los niños que desean prepararse para la Primera Comunión por su propia decisión deben contar por los menos con la autorización de sus padres. Y pueden recurrir a su padrino de bautismo u otro familiar para que éste tome la responsabilidad de los padres en el proceso de la formación catequética.

– Con la licencia del párroco competente, la preparación e incluso la celebración de la Primera Comunión puede hacerse en otra parroquia. Esta licencia debe darse por escrito.

– Durante el proceso de la catequesis, los niños deberán adquirir el hábito de santificar el día del Señor mediante la Santa Misa Dominical.

– La celebración de la Primera Comunión es un momento de gracia para los niños y sus familias. Constituye un momento de especial solemnidad, que se manifiesta en la dignidad de la liturgia, en la intensidad de la oración, y en el acceso de los niños al alimento eucarístico. Por eso, debe ser una celebración sencilla, que ponga el acento en las actitudes interiores y no en las exteriores.

– La Primera Comunión, es importante, porque es una verdadera fiesta para la comunidad parroquial que quiere acoger por vez primera a sus hijos más pequeños en la Mesa del Señor y por eso, no se debe de descuidar ni malinterpretar sino que hay que ponerla en su justo lugar de Sacramento, y no de fiesta social a capricho del niño o de sus padres.

La Primera Comunión es un evento trascendente, es el momento en que por primera vez el niño recibe el Sacramento de la Eucaristía, es decir la presencia real de Jesucristo vivo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, que sólo puede recibirla si está bautizado. Recibir la Eucaristía es recibir a Jesucristo, y por esto, la preparación para recibir este sacramento es base para que el niño con Síndrome de Down pueda entender y vivir tan grande acontecimiento, con gran alegría y amor al niñito Jesús; aunque cueste un poco más de esfuerzo y de tiempo.

BlancaMijares

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