domingo, 22 de febrero de 2015

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Entre alimañas y ángeles

San Ignacio de Loyola propone, en un momento de los Ejercicios espirituales, que se haga la prueba de imaginarse uno a sí mismo viviendo entre brutos animales. Es un ejercicio un tanto chocante, como otros del camino ignaciano de liberación interior para el encuentro vivo con el Señor. Pero, pensándolo bien, es muy saludable y práctico para el fin que se pretende. Porque nos confronta con la verdadera situación en la que nos encontramos cuando vivimos en pacto con el pecado. Quien se acostumbra a pecar, se habitúa a lo irracional; vive fuera de lugar: como entre animales, carentes de razón.

El Evangelio de este primer domingo del tiempo de Cuaresma nos presenta a Jesús viviendo precisamente entre alimañas durante cuarenta días, en el desierto. Una alimaña es un animal especialmente peligroso para los animales domésticos. Es también, en sentido figurado, una persona particularmente taimada y dañina para los demás. Es posible que san Ignacio se inspirara en este pasaje evangélico cuando propone hacer el ejercicio de imaginarse viviendo entre animales.

Jesús sufre la tentación que proviene de los sentimientos propios de esa cierta alimaña que los seres humanos llevamos dentro. Satanás, el padre de la mentira, encuentra ahí sus aliados naturales: en los deseos de posesiones, de fama y de poder, que se sobreponen artera y tenazmente a los impulsos de la razón, deseosa del bien. Son deseos que brotan de la herida que lacera a la Humanidad caída.

El enemigo de Dios y del hombre atiza esos sentimientos irracionales con mentiras y engaños: «Todo es mío y todo te lo daré, si postrándote, me adoras…» ¡Un presupuesto y una promesa falsos, para una proposición deletérea!

Pero, como Jesús, también nosotros vivimos rodeados de ángeles que nos traen el alimento verdadero del alma. Ellos nos confortan cuando luchamos contra las falsas promesas de felicidad ligada al mero disfrute de bienes materiales o espirituales; al honor de ser tenidos en mucho por el mundo y a la fuerza para imponer nuestra voluntad a los demás. Ellos nos traen la paz del alma, que se alimenta en el desprendimiento de todo lo que no sea el amor infinito de Dios, en la fortaleza para resistir los halagos mundanos y en el contento humilde con tanto bien recibido de la Providencia. Los ángeles nos sirven los manjares de la alegría espiritual y de la serenidad en medio de las luchas.

Los cuarenta días de preparación para la Pascua, que hemos comenzado ayer, Miércoles de ceniza, son un tiempo oportuno para acompañar a Jesús en el desierto de sus tentaciones y de su victoria. Abramos los ojos para notar la presencia de las alimañas y de los ángeles en nuestra vida. No tengamos miedo del combate espiritual. Lo libramos junto con el Señor de los ejércitos, que ya ha obtenido para nosotros la corona de la gloria. Lo malo no es luchar, sino equivocarnos de guerra. La clave del acierto se halla en la conversión por la oración, la penitencia y las obras de la caridad.

+ Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid

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