"Creo en la comunión de los
santos". ¿En qué? En que estamos unos vinculados y relacionados con los
otros, sin ser nunca islotes separados, preocupados únicamente por su vida
individual, su salvación individual, su oración privadísima.
Más bien formamos parte de un
todo complejo, el Cristo total, Cabeza y miembros, y todo lo bueno y lo malo
que hagamos repercute de manera visible o invisible en los hermanos; el bien,
la belleza de la virtud, el acto más sencillo y humilde de ofrecimiento, una
plegaria rezada ante el Sagrario, refuerza a otro hermano a quien ni siquiera
conocemos y que puede estar lejísimos en el espacio, pero cercanísimos en el
mismo Corazón eclesial.
Se explica que toda la humanidad
es una, así como la Iglesia es una; y lo mismo que hay una solidaridad en el
mal en el género humano (por el pecado de Adán), hay una solidaridad en el bien
que recorre todo el Cuerpo del Cristo total.
Me viene a la memoria un ejemplo
sencillo de Santa Teresa de Lisieux; ella daba largas caminatas por el jardín
del monasterio hasta cansarse pidiendo que su cansancio aliviara las caminatas
de los misioneros. Sobre ella cargaba algo pesado, de manera que otro fuera
librado. Esta es la Comunión de los Santos.
No somos islotes. Tampoco somos
desconocidos ni extraños unos a otros. Realmente el vínculo de la Comunión
eclesial es real y concreto.
"Las personas bautizadas y creyentes nunca son
extrañas las unas para las otras... Cuando nos encontramos nos conocemos en el
mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor que nos
conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestra vida es el
mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos
enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades
exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no
son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa
de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros" (Benedicto XVI,
Hom. en la Vigilia pascual, 22-marzo-2008).
En el ámbito invisible lo sabemos
y lo experimentamos. Pero también en el ámbito visible tenemos sobradas
experiencias de encontrarnos juntos personas de distintas diócesis y de
distintas naciones y sentirnos plenamente unidos, identificados en el otro,
reconocidos, y por tanto, con el trato de hermanos incluso hablando diferentes
idiomas.
¡Qué
hermosa es esta Comunión! En ella nos integramos, a ella pertenecemos.
Javier
Sánchez Martínez
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