El atentado terrorista de ayer en
Francia nos ha dolido a muchos de nosotros. Como en todo crimen, hay muchas
formas de entender qué es lo que lleva a unos seres humanos a despreciar y
machacar la vida de otras personas. Algunas juicios son acertados, ya que
indican las razones que se han creado en el mundo para propiciar el lavado de
cerebro de personas que terminan siendo asesinos. Otros juicios simplemente
relativizan todo, despreciando todo valor de la vida humana. Véase las
declaraciones de Willy Toledo en las que parece que los culpables eran los
asesinados y toda la civilización occidental.
Recordemos que la palabra asesino proviene de “Hashshashin”, una secta musulmana que en durante los siglos X al XIII utilizó el asesinato como arma de poder. Los objetivos de esa secta no son muy diferentes de los yihadistas actuales: imponer el Islam, entendido de forma especialmente cruel. Curiosamente, fueron los mogoles los que fueron conquistando fortaleza a fortaleza sus dominios y hacerlos desaparecer.
Recordemos que la palabra asesino proviene de “Hashshashin”, una secta musulmana que en durante los siglos X al XIII utilizó el asesinato como arma de poder. Los objetivos de esa secta no son muy diferentes de los yihadistas actuales: imponer el Islam, entendido de forma especialmente cruel. Curiosamente, fueron los mogoles los que fueron conquistando fortaleza a fortaleza sus dominios y hacerlos desaparecer.
Pero, el cristianismo tiene
claro que el asesinato atenta contra lo más esencial de los dones recibidos de
Dios: la vida.
No matarás. La sexta plaga consistió en pústulas en el cuerpo, ampollas
que escocían y manaban, ardores de úlceras por la ceniza del horno. Así son las
almas homicidas. Arden de ira, pues por
la ira del homicidio perece la fraternidad. Los hombres arden con la
cólera, pero también con la gracia. Es diferente, sin embargo, el ardor de la
salud y el de la úlcera. Las ampollas ardientes en el cuerpo entero son los
homicidios intencionales. Manan, pero no salud; hierven, pero no con el
espíritu de Dios. Tanto el que quiere socorrer como el que quiere matar sienten
hervor; aquél, del mandamiento; éste, de la enfermedad; aquél, de buenas obras;
éste, de úlceras pútridas. Si
pudiésemos ver el alma de los homicidas, la lloraríamos más que los cuerpos
putrefactos de los ulcerosos. (San Agustin, Sermón 8,9)
El asesino arde de cólera y le ciega la ira. Para el asesino su propia
no tiene valor alguno. El asesino es utilizado por sus jefes como una arma
inhumana que busca crear dolor, para compensar el dolor que sienten en sus
propias almas. Como dice San Agustín, el
alma del asesino ha perdido casi en su totalidad la Gracia de Dios, vagando
ciega en las tinieblas del rencor.
Frente al odio y el resentimiento, existe otro ardor. El ardor de la
Gracia de Dios. El ardor que consigue que donde abunda el pecado, sobreabunde
la Gracia de Dios (Rm 5, 20).
¿Cómo permite Dios tanto dolor? Lo permite porque nuestra libertad es un
don maravilloso, aunque sea un arma de doble filo. Con la libertad podemos transparentar el amor de Dios a los demás, pero
también podemos convertir nuestra alma en carbón opaco a la Luz de Dios.
¿Cómo enfrentarnos a este horror? Primeramente dándonos cuenta que Dios
fue capaz de redimirnos a través de la injusta y terrible muerte de Cristo. Dios es capaz de sacar bienes de todo mal,
siempre que nosotros le aceptemos en nuestro corazón. Tras el
desgarrador grito de Cristo “Padre ¿Por qué me has abandonado?” la resurrección
vence todo el mal realizado, contagiándonos la esperanza.
El mal nunca desaparecerá
mientras el pecado anide dentro de nosotros. Seguirá habiendo guerras, asesinatos, víctimas inocentes, mientras no
aceptemos a Cristo como salvador y rindamos nuestro corazón a la Voluntad de
Dios.
El bien siempre toma la
delantera de forma imprevisible, para evidenciar que Dios obra milagros minuto
a minuto entre nosotros. Otra cosa es que no seamos capaces de ver y aceptar estos milagros.
Hay que tener claro que el mal generado con
armas no se extingue utilizando armas. Nunca ha desaparecido el mal utilizando
el mal como arma. Nos toca ahora rezar,
por los fallecidos, sus familias, amigos y por todos nosotros. También
nos toca rezar para que Cristo nos permita ayudar a transformar el odio en
amor. Dios lo quiera.
Néstor
Mora Núñez
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