miércoles, 28 de enero de 2015

¿ES IMPORTANTE LA MORTIFICACIÓN?


Para alcanzar la vida eterna…, Dios directamente, no nos pide que nos sacrifiquemos o nos mortifiquemos. En ninguna parte de la Biblia ni concretamente en los evangelios, Dios nos hace esta petición. En términos generales, para salvarnos, se nos pide amor, que amemos a Dios, es más, la razón de encontrarnos en este mundo, es para cumplimentar una prueba de amor, una prueba de que amamos a Dios. El Señor nos dejó dicho: “9 Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. 10 Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).

Y además del amor, se nos pide el cumplimiento de sus mandamientos, Pero de estos dos requisitos, nos pone el Señor, el primero de ellos que es el amor, como el que es verdaderamente importante, porque al que ama de verdad le resulta imposible no cumplir los mandamientos de su Amado. Sin amor a Dios, es imposible alcanzar el reino de los cielos, aunque hipotéticamente se cumpliesen los mandamientos pues el primero de ellos, precisamente nos dice: Amar a Dios sobre todas las cosas… Luego si no amamos no cumplimos los mandamientos.

Todo lo que emana de Dios tiene el carácter de ser ilimitado, como lo es Dios mismo. Su amor por los seres humanos, es ilimitado e incomprensible para nosotros, que somos criaturas limitadas. Y no solo es incomprensible para nosotros, sino también lo es, para nuestros hermanos mayores los ángeles que se dicen entre sí: Pero que tienen los hombres para que Dios esté tan ansioso del amor de ellos..

Desde luego hay un algo, que Dios ama y valora mucho entre los hombres, y es la fe. Porque se necesita mucho amor y entrega para confiar, en quien nadie ha visto nunca en este mundo. Esta es una gran diferencia que tenemos con los ángeles, ellos desde el momento de su creación han visto a Dios. Los ángeles carecen de fe, no pueden tener fe, porque lo que tienen es evidencia, de la existencia de Dios trinitario.

Dios nos ama tanto, que no nos impone ninguna regla ni plan complicado, para alcanzar directamente el cielo, es suficiente que le correspondamos de verdad a su amor. Él sabe perfectamente que si una persona ama a Dios, de su amor fluye el deseo de cumplir sus mandamientos y no solo sus mandamientos sino otras cosas más, cuales son el sacrificarse y mortificarse por su amor.

Y es que el amor, siempre exige sacrificios como consecuencia del principio de la semejanza, que se ha de dar, entre los que se aman. El que ama desea siempre ser fiel a su amado y ser fiel es ser semejante. Usando el término que emplea San Juan de la Cruz, diremos que el que ama ha de luchar por asemejarse a su amado. Y para asemejarse, el que ama ha de transformarse y toda transformación exige sacrificio. Pero el que ama de verdad, no duda en sacrificarse por el amor de su amado. A este respecto San Juan de la Cruz nos señala el camino para seguir al Señor abrazando su cruz.

Nuestra vida diaria, aunque sea muy normal y corriente, está siempre llena de contrariedades más o menos importantes, pero su aceptación gustosa por nuestra parte, es una fuente de beneficios espirituales, que nos hacen purgar en esta vida parte de lo que tendríamos que sufrir en el purgatorio. La mortificación de nuestros gustos en la comida, en el trato con los demás, soportando lo insoportable en la conversación y en los modos educacionales de otros, son también una fuente de bienes espirituales, que purifican nuestra alma, siempre que todo esto, sea ejecutado sin que los demás se den cuenta, porque en la mortificación al igual que en la limosna, nuestra mano derecha no debe de saber lo que hace nuestra mano izquierda.

San Juan de la Cruz nos recomienda: gustar y escoger todo lo que más se parezca a la cruz. Dicho en otras palabras: El que algo quiere algo le cuesta. Procure siempre uno inclinarse, no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso. No a lo más sabroso, sino a lo más desabrido. No a lo más gustoso, sino a lo que no da gusto. No a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo. No a lo que es descanso, sino a lo que es trabajoso. No a lo más, sino a lo menos. No a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado.

Primeramente hay que considerar, que es necesario que distingamos entre lo que es sacrifico y lo que es mortificación y tener presente que tanto el sacrifico como la mortificación es siempre una fuente de sufrimiento humano. El término sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa “hacer sagrado”. Por lo que hacer un sacrificio es hacer algo sagrado.

Pero aunque este era el significado inicial, el tiempo ha ido haciendo aplicación del término sacrificar a otras actividades humanas, no religiosas. En el sentido originario, que es el que aquí nos interesa, sacrificar es ofrecer algo a Dios por razón de amor hacia Dios. Hacer un sacrificio, es realizar algo que cuesta trabajo, o de alguna forma nos causa perjuicio y que se hace por amor a Dios.

La mortificación al igual que el sacrificio es fuente de sufrimiento que se busca y se acepta por amor a Dios, pero ateniéndonos a su etimología mortificación es hacer morir. La mortificación busca la muerte de pecado en el alma, porque el alma humana, está implicada en una lucha que recibe el nombre de lucha ascética, entre los deseos de su cuerpo y los de su alma.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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