jueves, 22 de enero de 2015

EL HÁBITO POR SUPUESTO QUE HACE AL MONJE


Durante años, al hablar de la sotana hemos repetido lo de que el hábito no hace al monje, lo de que conocemos a curas con clergyman que son muy malos, y que hay sacerdotes vestidos de laicos que son buenísimos. Sí, sí, todo eso es verdad. Sinceramente, es verdad. Pero a estas alturas ya no tengo ningún interés en presentar excusas y disculpas cada vez que hago ciertas afirmaciones. Lo digo bien alto y bien claro, y lo repito cien veces: vestir de sacerdote es importantísimo. IM-POR-TAN-TÍ-SI-MO.
Si alguien piensa que es una cuestión muy accidental, carente de verdadera importancia y tal, pues que lo siga pensando, es muy libre de hacerlo.
Sólo tienes que ver cómo va vestido un sacerdote si con grises y pantalones vaqueros, si un poco desastrado o con un impoluto y cuidado clerygman negro, si con sotana vieja y remendada o con el pelo largo y una docena de pins en la camisa, para tener una certera idea de cómo piensa, de cual es su teología, su espiritualidad y hasta su grado de adhesión al Magisterio. Esto es así y lo sabe hasta la última sacristana del más pequeño pueblo. Pero parece ser que los teóricos no acaban de una verdad como ésta del tamaño de un elefante.
Insisto, el sentido común, la experiencia y un cierto grado de inteligencia nos indican que ves cómo va vestido un sacerdote y ya te haces una idea bastante cabal de su teología y espiritualidad. Esto es así y el resto son cuentos celestiales a mil años luz del planeta Tierra.
Por eso, lo repito una vez más, es importantísimo que los sacerdotes vayan con sotana, en la iglesia, por la calle, en los cumpleaños, en el autobús y en todas partes. Si se hiciera, la Iglesia ganaría en visibilidad, el sacerdocio se haría visible en las calles de los pueblos y las ciudades. Hasta la misma labor sacerdotal cambia mucho de ir vestido de un modo o de otro. Hasta la misma consideración que tiene el sacerdote de su estado cambia si se ve día tras día, hora tras hora, vestido con una sotana.

Lamento parecer tan simplón y tan retrógrado. Pero no es que lo parezco, lo soy. Cada vez amo más la involución. Una involución sin complejos, con ganas y energía. La contrarrevolución, creedme, es el futuro.
Lo que nos han vendido como modernidad es una mula coja.

P. FORTEA

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