Mensaje
de los obispos ante la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado
Los obispos de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal
Española lamentan, en su Mensaje para este día, «que, a pesar de los planes de
integración, sigan siendo numerosos los que se ven obligados a vivir en
asentamientos inhumanos, o hacinados en viviendas indignas». Reconocen también
«las muchas vidas salvadas por las patrullas de vigilancia y los servidores del
orden público», pero afirman que hay derechos prioritarios, y recalcan sentir
«tristeza cuando llegan noticias de muertes y de violencia, o que se adopten
medias como las devoluciones sumarias». Aluden, asimismo, al dolor que les
produce «que no se sigan buscando alternativas más dignas que los Centros de
Internamiento –CIES–». Éste es el Mensaje íntegro:
El Papa Francisco, con motivo de
la celebración de la 101 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, del año
2015, ha dirigido a toda la Iglesia un mensaje estimulante, luminoso y
profético. Los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones, siguiendo el
surco abierto por el Santo Padre, queremos, por nuestra parte, invitaros a
acoger su palabra, a releerla desde nuestras realidades concretas y a llevarla
a la práctica.
Nos invita el Santo Padre, en
primer lugar, a contemplar a Jesús, «el evangelizador por excelencia y el
Evangelio en persona», a dejarnos sorprender por su solicitud en favor de los
más vulnerables y excluidos, a reconocer su rostro sufriente en las victimas de
la nuevas formas de pobreza y esclavitud, a acoger su palabra, tan clara, tan
contundente: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25, 35-36).
1.- IGLESIA SIN FRONTERAS, MADRE
DE TODOS
La Iglesia, heredera de la misión
de Jesús, a la vez que anuncia a los hombres que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16)
abre sus brazos para acoger a todos, sin discriminaciones. Ya en Pentecostés,
los discípulos, empujados por el Espíritu, vencen miedos, superan dudas, se
arriesgan al encuentro con quienes los judíos conocían como nacionalidades
diversas, y, a pesar de las diferencias de lenguas, se entendían. Los hombres
podemos entendernos cuando hablamos el lenguaje de Dios, que es el amor. Y
cuando nos encerramos en nuestra torre, para evitar al que consideramos
extranjero, pretendiendo preservar así nuestras seguridades, no hay
entendimiento, sino división, violencia y marginación.
Hoy, como ayer, hemos de salir al
encuentro de los hermanos emigrantes, haciendo visible la maternidad de la
Iglesia, que, superando razas y fronteras, a todos acoge y «abraza con amor y
solicitud como suyos». Es lo que resume admirablemente el lema elegido para
esta Jornada del Emigrante y del Refugiado: Iglesia sin fronteras, Madre de
todos. La Iglesia en su conjunto y cada cristiano en particular hemos de
practicar y difundir la cultura del encuentro, de la acogida, de la
reconciliación, de la solidaridad.
Para una madre ningún hijo es
inútil, ni está fuera de lugar, ni es descartable. Las madres, cuando se trata
de los hijos, no saben de fronteras, como no lo sabía Jesús, al que vemos pasar
al otro lado del lago, país extranjero, adentrarse en territorio sirio-fenicio,
atravesar el país de los samaritanos, comer con publicanos y pecadores. No son
las fronteras lo que le detiene, sino, más bien, los reencuentros, donde las
diferencias son asumidas y transformadas en una acogida enriquecedora recíproca.
Admira la fe de la sirio-fenicia (Mt 15, 21-28), hace que la samaritana se
encuentre consigo misma y se convierta en evangelizadora para sus convecinos
(Jn 4, 1-26). Al hilo de sus reencuentros Cristo reacciona, y a veces se irrita
por el uso duro e ideologizado de las diferencias (Mc 1, 40-45; Mt 15, 1-20, Mt
9, 9-13).
2.- POR UN MUNDO NUEVO, SUPERANDO
DESCONFIANZAS Y RECHAZOS
Las migraciones son un signo de
nuestro tiempo, que está cambiando la faz de los pueblos. En España había a
principios de 2014 cinco millones de personas extranjeras empadronadas. Entre
ellas, son numerosas las que emprenden viajes muy arriesgados con la esperanza
de encontrar un futuro mejor para ellos y sus familias. También ha vuelto a
repuntar el número de españoles que emigran, para quienes las Misiones
Católicas en Europa son una gran referencia.
«No es extraño, sin embargo
—advierte el Santo Padre— que estos movimientos migratorios susciten
desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de
conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas
afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger
con respeto y solidaridad al extranjero necesitado».
Hay que ponerse dentro de la piel
del otro para entender qué esperanzas y deseos le mueven a dejar su tierra, su
familia, los lugares conocidos; de qué situaciones busca escapar. Clama al
cielo constatar las abismales desigualdades de renta media per capita o de
esperanza media de vida entre muchos de los países de origen y los países de
destino de los emigrantes. ¿Quién de nosotros no buscaría escapar del hambre,
de la persecución o de la guerra, cuando no de la muerte?
El mapa de la desigualdad entre
países es una afrenta clamorosa a la dignidad de millones de seres humanos. Con
el agravante de que las migraciones forzosas e irregulares dan lugar
frecuentemente a la aparición de las mafias, a que surjan viejas y nuevas
formas de pobreza y esclavitud (mujeres víctimas de la prostitución, menores no
acompañados y en situaciones de riesgo, refugiados…). Son llagas por las que el
Señor sigue sangrando.
3.- SALIR DEL PROPIO AMOR, QUERER
E INTERÉS. UNIR ESFUERZOS
El Santo Padre ha invitado
reiteradamente:
A la renuncia de sí mismos:
«Jesucristo nos llama a compartir nuestros recursos y, en ocasiones, a
renunciar a nuestro bienestar». A causa de la debilidad de nuestra naturaleza
humana, sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia
de las llagas del Señor».
A unir esfuerzos. No podemos
contentarnos con la mera tolerancia. En la comunidad cristiana no caben
reticencias que impidan o dificulten acoger apersonas de procedencias y
culturas diferentes. Las comunidades educativas tienen un gran papel que jugar
al respecto. Reiteramos, a este respecto, la llamada, que ya ha sido secundada
en bastantes casos, a que delegaciones o secretariados diocesanos de
Migraciones, organizaciones de caridad, congregaciones religiosas,
universidades de la Iglesia y organizaciones no gubernamentales se brinden con
generosidad.
A ofrecer espacios de intercambio
para compartir líneas de trabajo y experiencias desde la identidad y misión
propia.
A reflexionar juntos para
realizar más eficazmente la tarea y para diseñar camino de futuro.
A avanzar en la coordinación y la
colaboración trabajando en comunión. Esta es una dimensión integrante y un
testimonio muy significativo, en medio de un mundo dividido, de nuestra
identidad eclesial.
Consuela el hecho de que en los
últimos años hayan sido un millón largo de personas las que han conseguido la
nacionalidad española por residencia. Pero nos duele que, a pesar de los planes
de integración, sigan siendo numerosos los que se ven obligados a vivir en
asentamientos inhumanos o hacinados en viviendas indignas.
Nos preocupa la llamativa caída
en cooperación internacional a niveles tan bajos como los actuales, porque
mientras no cambien las condiciones inhumanas de vida en los países pobres y
sea factible el derecho a no emigrar, nada ni nadie detendrá las migraciones.
Reconocemos el derecho de los
Estados a regular los flujos migratorios y de las dificultades que ello
implica. Sabemos y valoramos las muchas vidas salvadas por las patrullas de
vigilancia y los servidores del orden público en las proximidades de nuestras
costas. Pero hay derechos que son prioritarios. Por eso, qué tristeza se siente
cuando nos llegan noticias de muertes y de violencia, o que se adopten medidas
como las devoluciones sumarias. También nos duele que no se sigan buscando
alternativas más dignas que los Centros de Internamiento. En este sentido, nos
adherimos a la denuncia contra cualquier actuación en que no se tengan en
cuenta los derechos humanos. Pedimos que se cumplan los tratados internacionales
y se verifique, al menos, si las personas pudieran ser acreedoras del asilo
político, ser víctimas de la trata o necesitadas de asistencia sanitaria
urgente.
El Santo Padre nos ha recordado
recientemente hablando de Europa que «no se puede tolerar que el mar
Mediterráneo se convierta en un gran cementerio». Y que «la ausencia de un
apoyo recíproco dentro de la Unión Europea corre el riesgo de incentivar
soluciones particularistas del problema, que no tienen en cuenta la dignidad
humana de los inmigrantes, favoreciendo el trabajo esclavo y continuas
tensiones sociales». Las políticas migratorias no pueden depender solo de
nuestras necesidades, sino de la dignidad de sus protagonistas y del vínculo
que nos une como miembros de la familia humana. Nuestra responsabilidad con
ellos continúa siendo urgente en materias de cooperación internacional,
acogida, integración y cohesión social. Estas deben ser atendidas también desde
la dimensión ética de la política y de la vida social. Porque la ausencia de
esta dimensión afecta negativamente a nuestros hermanos extranjeros migrantes.
4.- GLOBALIZAR LA CARIDAD
El Santo Padre, tras recordar,
una vez más, la vocación de la Iglesia a superar fronteras, reitera la
invitación a que trabajemos en pro del «paso de una actitud defensiva y
recelosa, de desinterés o de marginación, a una actitud que ponga como
fundamento la cultura del encuentro, la única capaz de construir un
mundo más justo y fraterno».
Dadas las dimensiones de los
movimientos migratorios y los problemas sociales, económicos, políticos,
culturales y religiosos que suscitan hemos de seguir abogando, con el santo
padre, como vía imprescindible para regularlos, por una «colaboración
sistemática y efectiva que implique a los Estados y a las organizaciones internacionales».
Queremos sumarnos, desde nuestras
Iglesias, a tantos organismos e instituciones internacionales, nacionales y
locales, que ponen sus mejores energías al servicio de los emigrantes. Se
necesita, dice el Papa, «una acción más eficaz e incisiva (…), una red
universal de colaboración» que tenga como centro la protección de la dignidad
de la persona humana, frente al «tráfico vergonzoso de seres humanos, contra la
vulneración de los derechos y contra toda forma de violencia, vejación y
esclavitud». Trabajar juntos, dice el Papa, «requiere reciprocidad y sinergia,
disponibilidad y confianza».
Se lo hemos escuchado
reiteradamente tanto al Papa Francisco como a sus antecesores: «A la
globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de
la caridad y de la cooperación». Ello implica intensificar los esfuerzos para
crear condiciones de vida más humana en los países de origen, y una progresiva
disminución de las causas que originan las migraciones, sobre las que hay que
actuar. Implica «desarrollar mundialmente un orden económico-financiero más
justo y equitativo».
Agradecemos su generoso trabajo a
las delegaciones diocesanas, congregaciones religiosas, voluntarios, etc.
Terminamos con una palabra para vosotros, los emigrantes y refugiados:
queremos, que ocupéis, como nos dice el Papa, un lugar especial en el corazón
de la Iglesia. Deseamos que esto sea realidad en cada una de nuestras Iglesias;
vosotros sois un estímulo más para que estas manifiesten su maternidad y
ensanchen su corazón para hacer suyas vuestros gozos y vuestras esperanzas,
vuestras tristezas y angustias. Os encomendamos a la protección amorosa de la
Sagrada Familia, que, como muchos de vosotros, tuvo que superar muchos tipos de
frontera, y que supo lo que es la emigración forzosa sin perder la confianza en
Dios.
Alfa y
Omega
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