domingo, 11 de enero de 2015

CRISTO EN SU BAUTISMO PASÓ POR LA HUMILLACIÓN DE SER CONSIDERADO PECADOR


Queridos amigos y hermanos de ReL: después de haber celebrado la Navidad y la Epifanía, el misterio salvífico que le pone fin al tiempo litúrgico de la Navidad es el Bautismo del Señor.

Cristo ha venido a la tierra para dar la salvación a todos los que creemos en Él. En el cumplimiento de esta misión, se acerca al hombre por todos los caminos. En su Bautismo lo hace por el camino más cercano al hombre: en apariencia de pecador.

Cristo no puede llegar más cerca del pecado y del pecador. Anonadándose, hace posible que gracias a su bautismo se abra el cielo, y se conceda el perdón de los pecados al mundo entero.

Él, que no tenía pecado, pasa sin embargo como pecador, guardando su turno para recibir el bautismo de Juan, dando a conocer así, el plan divino de la salvación. Así como Cristo, por amor al hombre, pasó por la humillación de ser considerado pecador –aunque el bautismo de Juan no perdonaba los pecados- , así nosotros no hemos de tener vergüenza de confesar nuestros pecados, por amor a Cristo.

El gran enemigo de Dios y del hombre, no es realmente el hecho de cometer un pecado, porque Dios está siempre dispuesto a perdonarnos; sino el orgullo que lleva al hombre a no reconocerse pecador, y si al fin lo admite, a justificarse por haberlo cometido y a no aceptar en ningún caso la propia culpa.

Reconociendo con sencillez nuestros errores y pecados, tendremos siempre la paz con Dios y con los hombres. La mentira, el engaño, la calumnia, desaparecerán de nuestro espíritu, y triunfaremos sobre el pecado, no obstante nuestra debilidad.

Demos gracias a Dios Padre que hizo oír su voz desde el Cielo, para que creyéramos que su Hijo habitó y habita entre nosotros. Este misterio del Bautismo del Señor nos hace reconocer que libre del pecado, y siempre posible pecador, hijo de Dios, pródigo, ingrato y siempre volviendo al hogar paterno, el cristiano descubre una gran realidad interior: la presencia de la Santísima Trinidad en el alma.

Nos enseña el Papa Pablo VI que “por la gracia del Bautismo ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’, somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna”.

Con el Bautismo la Santísima Trinidad toma posesión del alma como encontró su habitación en el seno purísimo de María. Que Ella nos enseñe a revalorizarlo y a vivir según nuestra mayor dignidad, la de ser hijos de Dios.

Con mi bendición.
Padre José Medina

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