Siempre he escuchado en los
vídeos que el rey Juan Carlos I juró guardar lealtad a los principios que
informan el Movimiento Nacional. Pero reconozco que hasta hoy no había
leído cuales eran esos principios. El II Principio, justo después del primero
que consagra la unidad de la patria, reza así.
La Nación española considera como
timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa
Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la
conciencia nacional, que inspirará su legislación.
El juramento que le pidió el
Presidente de las Cortes fue por Dios y sobre los Santos Evangelios. La
corona y el cetro estaban allí, sí. Pero también estaban la cruz.
La cruz de Cristo, sus Evangelios
y como testigos los sucesores de los Apóstoles allí mismo. Al acto de
proclamación siguió un reconocimiento público, comunitario, oficial, de la
soberanía de Dios sobre todos los reyes y sobre el reino: la santa misa.
Ahora todo eso no es posible. Soy
el primero en reconocerlo. ¿Pero por qué no es posible? Porque nos hemos dejado
comer todo el terreno. Porque durante los últimos cuarenta años nos pareció que
retroceder era lo natural. Hay que hablar de la supremacía de Dios sobre todas
las cosas como lo más natural del mundo, porque lo es.
Sea dicho de paso, no ha habido ni una mención a Dios en el discurso del
nuevo rey, Felipe VI. Él es muy libre de hacerlo, como yo soy muy libre de
escribir este post.
P.
FORTEA
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