La Semana Santa es un momento adecuado para reflexionar sobre la muerte
de Cristo y nuestra propia vida. Muchas
personas se preguntan sí era realmente necesario que Dios ofreciera a su propio
Hijo y permitiera que padeciera como padeció. En una sociedad que se
escandaliza del sufrimiento y huye del dolor, no es extraño que estas ideas
aparezcan como una evidencia de la crueldad de Dios y de la falsedad de todo el
relato evangélico.
Pero esto no es nuevo. El Domingo de Ramos
pudimos escuchar en el Evangelio, algunos de los comentarios que hacían
personas que presenciaban la crucifixión:
“Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
"Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!". De la
misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban,
diciendo: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de
Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que
él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: "Yo soy Hijo de Dios".
También lo insultaban los ladrones crucificados con él. ” (Mt 27, 39-44)
Este pasaje nos recuerda directamente a las tentaciones que Cristo tuvo
que soportar antes de iniciar Su vida pública. ¿Por qué no se tiró de lo alto
del Templo para que todos vieran cómo los Ángeles venían en su auxilio? Por una
razón sencilla, porque esa salida sencilla no era la voluntad de Dios. Dios no deseaba que la redención fuese un
show pasivo que no nos enseñara nada. Dios sabía que el ser humano sufre
y deseaba dar sentido al sufrimiento. Deseaba dar sentido a la negación de uno
mismo que conlleva llevar su cruz a cuestas. Por desgracia, a muchos de
nosotros nos da vergüenza la Cruz del Salvador:
Que no nos dé vergüenza la Cruz del Salvador, e incluso gloriémonos en
ella. Pues la palabra de la cruz es escándalo para los judíos y necedad para
los gentiles, pero para nosotros es salvación (cf. I Cor 1,18-25). «Es una
necedad para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es
fuerza de Dios» (1,18). Pues, como se ha dicho, no se trataba de un simple
hombre que moría en favor nuestro, sino de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre.
Pero entonces el cordero muerto, según la enseñanza de Moisés, arrojaba lejos
al exterminador. Ahora bien, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
(Jn 1,29), ¿acaso no liberará mucho más de los pecados? También la sangre de
una oveja irracional mostraba la salud. ¿Y la sangre del Unigénito no traerá la
salvación en una mayor medida? Si alguno no cree en la fuerza del crucificado,
interrogue a los mismos demonios. (San Cirilo de Jerusalén, catequesis XIII, 3)
Decía San Agustín: Cristo es la Palabra de Dios que habla a los
hombres no sólo con palabras, sino también con hechos (Sermón 252,1), por
lo que todo acto realizado por el Señor tiene algo que mostrarnos y enseñarnos.
En la Cruz vemos el padecimiento
aceptado por ser Voluntad de Dios. En el escarnio de la Cruz, la firme
Voluntad de Dios de acompañarnos y enseñarnos el camino. En la resurrección, vemos la promesa que se
hace realidad para darnos Esperanza, que espera con un sentido.
El ser humano lleva consigo el sufrimiento desde que nace. Podemos auto
compadecernos, malvivir reclamando justicia y esperando que el mundo cambie
según nuestros deseos. También podemos
vivir con valentía y solicitar misericordia de Dios para ser capaces de
seguir adelante, aún estando destrozados y machacados por las circunstancias
que nos rodean.
Lo maravilloso de la Cruz es que Dios mismo muestra el camino que
tenemos que seguir y nos señala dónde
encontrar fuerzas para seguirlo hasta el final, cada cual en la medida
de sus capacidades y la Voluntad de Dios.
Qué nos quiere decir San Cirilo al indicar: “Si alguno no cree en la
fuerza del crucificado, interrogue a los mismos demonios.” El enemigo
tienta siempre de la misma forma: ofreciendo
salidas que destrozan nuestro sentido como seres humanos, nos alejan de Dios y
nos esclavizan. Interrogamos a los demonios siendo conscientes de las
tentaciones a las que nos someten.
La gran tentación es bajarse de la Cruz, rechazando el camino que todos los
humanos tenemos que recorrer. Bajar de
la Cruz conlleva todas las salidas que la sociedad nos ofrece como fáciles y
modernas: aborto, divorcio, eutanasia, agnosticismo, relativismo,
clientelismo social, ideología de género, apatía existencial, espiritualidades
a la medida, etc… Pero bajarnos de la Cruz es un engaño, ya que no dejamos de
sufrir, sino que ahondamos el sufrimiento destrozando nuestra propia
naturaleza.
¿Tiene sentido la Cruz? Personalmente creo
que es el mejor libro que podemos leer
y poner en práctica.
Néstor Mora Núñez
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