Tanto la Santísima Trinidad…,
como la Inhabitación Trinitaria, dentro de nuestro ser, son dos misterios. Para
aceptar estos dos misterios, necesitamos de la fe, sin ella es imposible no ya
tratar de acercarnos a estos misterios, sino carecer de la posibilidad, de que
llegue un día en que estos misterios sean entendidos por nosotros.
La razón principal de que
necesitemos fe para aceptar estos misterios, reside en que ellos pertenecen al
orden del espíritu y la materia, en este caso los ojos de nuestra cara carecen
de capacidad para ver lo espiritual. Son los ojos de nuestra alma, que es la
parte espiritual de nuestro ser, los que como medios espirituales que son,
tienen capacidad para ver los misterios que los ojos de nuestra cara ni ven ni
comprenden.
Pero los ojos de nuestra alma,
para poder ver, al igual que los ojos materiales de nuestra cara, precisan de
dos elementos, que son: estar suficientemente desarrollados y disponer de luz
espiritual divina que ilumine lo que se desea ver. En general, pocos son de
nosotros los que se cuidan de desarrollar los ojos de sus almas. Y si como
consecuencia de profunda vida espiritual, una persona tiene desarrollados los
ojos y sentidos de su alma, aún le falta la segunda condición para ver el fondo
de los misterios que Dios, que por ahora, no desea que veamos.
La segunda condición es la que se
refiere a la luz divina porque unos ojos sin luz por muy buenos que sean no
sirven para nada. Los ojos de nuestra cara pueden ser muy perfectos y buenos,
pero si carecemos de luz material de nada nos sirven. Para ver y comprender los
misterios de nuestra fe, además de los ojos de nuestra alma suficientemente
desarrollados necesitamos la Luz divina
Para
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edit Stein, La Luz divina habita
naturalmente el alma. Pero solo cuando el alma se despoja por amor de Dios de
todo lo que no es Dios –esto es, amor- puede ser iluminada y transformada en
Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera que le parece el
mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios. Y llega a tanto esta unión que
todas las cosas de Dios y el alma son unas en transformación participante: y el
alma más parece Dios, que alma.
Puede ser que en la historia de
la humanidad, Dios haya querido otorgar el don, de un buen desarrollo de los
ojos del alma y la suficiente luz divina, para que alguno de sus elegidos haya
intuido algo, acerca de estos misterios. Tal es el caso de Abraham, que fue
testigo de la teofanía del encinar de Mambré, donde él se encontraba, al lado
de lo que hoy y en aquellos tiempos era Hebrón. Solo aquellos que un día logren
contemplar el Rostro de Dios, la luz divina les iluminará plenamente y nada
será entonces un misterio o u secreteo para él.
A
la vista de lo ya escrito, está claro que del misterio de la inhabitación
trinitaria en nuestra alma, no podemos saberlo todo, pero si varios puntos
esenciales y suficientes, acerca de este misterio. Si nos preguntamos: ¿Qué es
la inhabitación trinitaria? Una primera respuesta a esta pregunta nos la da San
Pablo cuando les dice en su primera epístola a los corintios: “16
¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? 17 Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él;
porque el santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario”.
(1Co 3,16-17).
El teólogo dominico Vicente
Borragan, reafirma a San Pablo y nos pregunta: “¿No lo sabéis? ¿No os lo han
dicho nunca? El cuerpo es el lugar del encuentro de Dios con el hombre. En el
Antiguo Testamento, Dios tenía su palacio y su trono en el templo de Jerusalén,
pero ahora lo tiene en el cuerpo del hombre, ahora el cuerpo es el lugar
santísimo donde se muestra su presencia y donde mora su Espíritu. Si alguien
profana su cuerpo profana el santuario o el templo de Dios”.
La mayoría de los textos escritos
sagrados, nos menciona que el Espíritu Santo inhabita en nuestro cuerpo y San
Pablo claramente nos dice: “19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es
santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y
que no os pertenecéis? 20 ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a
Dios en vuestro cuerpo”. (1Co 6,19-20). Los primeros cristianos
estaban profundamente convencidos de que eran templos de Dios, de que Dios
vivía en ellos, de que debían de ser santos, como el Padre es santo, de que
habían sido constituidos sus hijos por la gracia santificante. Es lástima que
después de siglos se haya ido desdibujándose esta magnífica verdad en la
conciencia de los fieles.
Y
teniendo en cuenta otros comentarios y frases, que nos hablan de una residencia
en el alma, uno puede quedarse desorientado y preguntarse: ¿Dónde reside
realmente en el cuerpo o en el alma, o en el conjunto de ambos que es la
persona? Veamos: Como sabemos nosotros tenemos cuerpo y alma y considerando una
semejanza adecuada, estamos ante un continente que es el cuerpo y un contenido
que es el alma, al final todo lo espiritual y no cabe la menor duda, de que la
Santísima Trinidad lo es, y reside en lo espiritual que nuestra alma pero ella
que es el contenido esencian se encuentre dentro de un continente que es
nuestro cuerpo.
El espíritu puro es siempre libre
carece de fronteras o límites, tal como son y se mueven les espíritus angélicos
y por supuesto Dios, que está en todas partes y también en el seno de nuestra
alma. Pero nuestra alma, se encuentra en una situación especial, mientras tenga
vida el cuerpo que la contiene, porque como nos recuerda San Pablo: “17
Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos
luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren.
18 Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley”.
(Ga 5,17-18). Solo con el desmoronamiento final del cuerpo, dejará este libre a
nuestra alma, para acudir a su eterno destino definitivo.
Cuando nos dicen, que el Padre y
Él vendrán y morarán en nosotros; esto, ¿debemos de tomarlo al pie de la letra?
Pues sí, debemos de tomarlo al pie de la letra, porque así, sucede en realidad.
El problema lo tenemos nosotros que los ojos materiales de nuestro cuerpo no
pueden captar las realidades espirituales que le suceden a la persona. Sabemos
también por la teología de la Trinidad que cuando el Padre y el Hijo actúan
fuera de la vida de la Trinidad en sí misma, el Espíritu Santo está siempre con
Ellos. Es necesario, para comprender mejor la inhabitación Trinitaria en el
alma humana, que unas veces se habla de la inhabitación de la Santísima
Trinidad. Otras de la inhabitación de Dios y quizás la mayor de las veces se
menciona la inhabitación del Espíritu Santo
Esto que ocurre, es una
consecuencia, del misterio de la circumincesión
divina intratrinitaria, que los orientales llaman la danza de la pericoresis. En otras palabras, esto es
la presencia reciproca de las tres personas de la Santísima Trinidad. Las tres
son una, con una unidad de circulación recíproca: en la visión, el amor y el
abrazo de las personas entre sí. Para Jean Lafrance: “Es el fuego de dos miradas que se devoran por amor y producen una
tercera persona”. La persona del Hijo y la persona del Padre son
idénticamente Dios, de tal manera que uno procede eternamente del otro. Así
como el Padre no tiene principio, tampoco el Hijo no tiene desarrollo ni
subordinación.
Igualdad genera igualdad. Lo
eterno genera eterno. Es como la llama, generando luz. La llama permanece
distinta de la luz que procede de ella. No obstante la llama no precede a la
luz que genera. Ambas existen a la vez, coexisten, aun cuando la una proceda
distintamente de la otra. “Muéstrame una llama sin luz, y yo te mostraré un
Dios Padre sin el Hijo... Continuando con la analogía de San Agustín sobre la
llama y la luz, pudiéramos decir que no solo la luz procede de la llama sino que
además el calor procede de la llama y de la luz. Ninguna de las tres realidades
precede a la otra. Son concomitantes, no podemos mostrar una llama que no vaya
acompañada de luz y calor. “Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Los tres son
co-iguales, co-existentes y co-eternos”.
El obispo Sheen escribe: Cuando
comparamos a las Tres Personas en un solo Dios, a los tres ángulos que hay en
un triángulo, o al hielo, al agua y al vapor, como tres manifestaciones de la
naturaleza del agua, nos quedamos tan lejos de la sublimidad de la Divinidad,
que casi la echamos a perder al intentar describirla en esa forma.
Mi más cordial saludo lector y el
deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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