lunes, 27 de enero de 2014

ECOLOGÍA...

ECOLOGÍA ¿OBJETO DE ESTUDIO DE LA ÉTICA?

El cristiano pone de manifiesto su interés, sobre todo y en primer lugar, por una ecología humana, verdadero corazón de todo el problema ecológico actual.

El debate ecológico está de moda. Puede sorprender no sólo la urgencia y pasión con que se plantea, sino el hecho mismo de que el trato a la naturaleza y a los animales sea haya convertido en objeto de estudio por la ética.

La ecología es la parte de la biología que estudia las relaciones existentes entre los organismos y el medio en que viven. Semánticamente tiene un significado próximo a la economía, que se encarga del estudio de los bienes económicos, mientras que la ecología estudia una especie de macroeconomía, es decir, relaciona la existencia del hombre con el uso de toda la naturaleza o medio ambiente.

Ecología deriva del griego "oikós", que significa hogar, patrimonio; es decir, se trata de que el hombre cuide su "casa", es el estudio de la residencia o casa del hombre.

La preocupación actual ecológica nace de evitar el deterioro del medio ambiente en el que se desarrolla la vida humana. Dada la agresión que sufre la naturaleza reclama la ayuda de la ética y de la teología.

A) TEOLOGÍA DE LA CREACIÓN

El concepto cristiano de creación es fundamental para comprender bien el tema ecológico. El mundo no es eterno, sino que tiene su origen en el amor de Dios, hace conceder a la creación una especial dignidad y un fin determinado como servidor supeditado al hombre.

Hoy que tanta gente habla de ecología, nosotros, los cristianos, hemos de predicarles explícitamente de la verdad de Dios Creador como fundamento de la creación del mundo y del ser humano, a su imagen y semejanza. Tal y como se describe en las primeras páginas de la Biblia todo el mundo ha sido creado para gloria de Dios y para que sea el hogar del hombre, cima de la creación. El mundo creado ha sido entregado al hombre para que lo cultive y lo cuide. El hombre adquiere un dominio sobre el cosmos, pues se trata de una encomienda que el mismo Dios Creador le confía; pero es para cuidarlo, no se trata de un dominio despótico ni arbitrario a su capricho. Debe disponer de él con respeto y medida, y en tanto en cuanto le sirve a él, y a través suyo a Dios, Señor absoluto de toda la Creación. Dios entrega al ser humano toda la creación para su uso, no para su abuso. Este dominio que Dios, único Señor del mundo, concede al hombre es un dominio relativo, limitado por límites éticos, porque el hombre no es dueño absoluto, sino administrador responsable de toda la creación.

Dios sí tiene un dominio absoluto sobre el cosmos y sobre el hombre. El Rey David reconoce este señorío universal: Tuya es, Señor, la grandeza y la majestad, pues tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra (I Cro 29, 11). De Dios es la tierra y cuanto hay en ella (Salm 24, 1).

Dios preceptúa el cuidado de la naturaleza a su pueblo Israel. Los israelitas, cuando conquisten la tierra prometida, cada siete años deberán dejarla descansar un año completo (Lev 25, 5). También los animales, en el día séptimo. No deberá destruir el arbolado, sino sólo los necesarios, para luchar contra la desertización.

Todo el espíritu de la Biblia demanda el sentido subsidiario de la naturaleza respecto del hombre, como criatura de Dios. El cosmos es creado por Él como casa, hogar, o jardín, en medio del cual los hombres viven y dan gloria a Dios.

El sometimiento de la creación al hombre, en palabras del Génesis, supone una relación ordenada entre los hombres y la creación, que exige el ejercicio de las cualidades espirituales de la persona humana en orden a completar la obra creadora de Dios. Sólo, después del pecado, toda la creación se vio sometida a la caducidad y a la muerte, y espera desde entonces ser liberada para entrar en la libertad gloriosa con todos los hijos de Dios (cf. Rm 8, 20-21).

Debajo de todo este problema se esconde el concepto del hombre, imagen y semejanza de Dios. Como consecuencia del hombre imagen de Dios, éste, Señor absoluto de la vida encomienda al hombre el sometimiento de todas las cosas. Pero esta participación en el Señorío divino debe interpretarse correctamente, a la luz, del sometimiento de Cristo en el NT: "Todo es vuestro, pero vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (I Cor. 3, 22-23). Cristo es Señor resucitado y ha demostrado su Señorío sobre todo lo creado mediante la obediencia filial al Padre; así nosotros (unidad sustancial de cuerpo y alma) debemos someternos a Cristo, nuestro único Señor. Únicamente así nosotros tendremos un autodominio virtuoso sobre nosotros mismos y a la vez -y este es el tema que nos ocupa- seremos capaces de someterlo todo lo creado mediante el Señorío de Cristo al Padre.

En conclusión, el hombre no es dueño de la creación en sentido absoluto, sino sólo relativo. Es, más bien, administrador responsable, ante el único Señor de todo lo creado (del hombre y del resto de la creación): Dios, Señor de la vida. Por todo ello debemos emplear en nuestro servicio toda la creación pero con ciertos límites éticos que nos ayuda a nuestra ordenación y comunión personal de amor con Dios, fin último del hombre, y siempre teniendo presente que los bienes fueron creados en principios para todos los hombres y para todas las generaciones pasadas, presentes y futuras. Nosotros debemos responder de ellas ante las generaciones actuales y venideras, y en primer lugar ante Dios. Como vemos la verdad de Dios Creador es la que está latente en el problema ecológico, y pocos son los que llegan hasta las últimas consecuencias. Esta puede ser nuestra aportación, no única pero sí última, como cristianos ante este problema tan urgente y actual.

El Papa denuncia la situación actual de abuso de la naturaleza: es preocupante la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida. En la raíz de la insensata destrucción del ambiente natural hay un error antropológico. El hombre que descubre su capacidad de transformar, y en cierto sentido de "crear" el mundo con su trabajo, olvida que éste se desarrolla siempre sobre la base primera y originaria donación de las cosas por parte de Dios Creador. Cree que puede disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad como si no ella no tuviera una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, que el hombre puede desarrollar pero nunca traicionar. En vez de colaborador de Dios el hombre pretende suplantar a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza contra sí mismo (cf. CA 37).

Recordemos el adagio a este punto: Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca. Una vez más tropezamos con el dominio despótico del hombre, cuyo abuso tiene origen en el pecado del hombre. Por eso la solución de los daños ecológicos pasa inevitablemente, no sólo por soluciones técnicas, sino también por soluciones éticas que corresponden al comportamiento libre de los hombres y los pueblos.

B) ECOLOGÍA Y ÉTICA

Los graves problemas demandan el auxilio de la ética. He aquí algunas razones éticas que orientan el tema ecológico:

1. La limitación de los bienes creados. El uso abusivo de los bienes puede hacer que el hombre actual consuma abusivamente y perjudique así gravemente los recursos naturales, en perjuicio de las generaciones futuras.

Una deforestación irracional está dando a bruscos cambios en el ecosistema que puede condicionar gravemente la vida futura de algunas partes del planeta. No obstante no conviene exagerar ciertos argumentos que se basan en la provisionalidad de nuestros cálculos actuales. Así por ejemplo, la industria muestra que puede encontrar nuevas fuentes de energía. Por eso algunas denuncias alarmistas juegan una mala partida a los fines de la ecología. No obstante el principio afirmado es válido en cuanto que ha de tener presente el destino universal de los bienes dados por el Creador para todos los hombres y todos los tiempos y pueblos.

2. Solidaridad a nivel de humanidad. El reparto en el uso de los bienes naturales debe ser justo: para todos los pueblos y en favor de todos los hombres. Ahora bien, la explotación desconsiderada llevada se lleva a cabo por una minoría de pueblos y para beneficio de muy pocos hombres, de tal forma que en la actualidad los daños que se están haciendo a la creación benefician a una pequeña parte de la humanidad. Esto es injusto.

Más aún, la solidaridad humana pide que el uso de las cosas no sea justo tan sólo con el reparto desigual entre los habitantes actuales del mundo, sino que ha de tener en cuenta las generaciones futuras, tal y como ya hemos manifestado en diversas ocasiones. Luego el cuidado de la casa común ha de hacerte teniendo también en cuenta a sus futuros moradores.

3. Desastres ecológicos. El trato indebido a la naturaleza, sometida a la industrialización que provoca tantos deterioros, puede ocasionar dificultades a la vida humana. Se denuncian la agresión que produce la industrialización incontrolada, los residuos del consumo, las transformaciones artificiales de la naturaleza, los efectos de una contaminación atómica, etc. Todo ello puede poner en peligro la vida del hombre.

La disminución gradual de la capa de ozono y el consecuente efecto invernadero ha alcanzado dimensiones críticas debido a la difusión de las industrias, a las grandes concentraciones urbanas y al consumo energético. Los residuos industriales, gases por combustión, deforestación incontrolada, herbicidas, refrigerantes y propulsores; todo esto deteriora la atmósfera y el medio ambiente. Se han seguido múltiples cambios meteorológicos y atmosféricos con daños a la salud del hombre y hasta el posible hundimiento futuro de las tierras bajas en el mar. En algunos caos el daño es quizá ya irreversible, en otros muchos aún puede detenerse. Es un deber que toda la comunidad -individuos, Estados y Organizaciones internacionales- asuman seriamente sus responsabilidades (cf. Juan Pablo II, Paz con Dios creador y paz con toda la creación, 6).

4. Respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana. Debajo del abuso desmedido, que está produciendo la destrucción incontrolada de especies animales y vegetales, está latente un concepto consumista de la vida y la reducción del deseo de bienestar humano al goce material sin límites.

Los excesos que denuncia la ecología son una llamada de atención al sentido de la vida humana. Es evidente que tales situaciones constituyen una llamada a los principios morales con el fin de que el hombre haga un uso medido de los bienes de la naturaleza. Una solución técnica se hace cada vez más urgente; pero más urgente aún es una solución ética. En todo caso, debe evitarse la politización de este problema.

C) DOCTRINA DEL MAGISTERIO

Los Papas actuales han denunciado el riesgo de que se rompa el ecosistema, con la consecuencia de hacer imposible la existencia humana. Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, el hombre corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. No se trata sólo de la degradación del ambiente físico, sino del ambiente humano en donde el hombre debe vivir (cf. OA 21).

Los datos bíblicos muestran el sentido de la naturaleza según los planes de Dios. El hombre tiene un dominio sobre el mundo, pero no puede ser despótico ni caprichoso.

En segundo lugar, la aplicación indiscriminada de los adelantos influye en el bienestar de las generaciones futuras, lo cual pide responsabilidad mundial y de carácter ético.

En tercer lugar, el signo más profundo y grave de las implicaciones morales es la falta del respeto a la vida; la manipulación genética o el aborto son claros ejemplos de ello. Ciertamente el aborto es el peor delito ecológico y, en muchos casos, como la peor de las guerras químicas -ya que se hace mediante sustancias tóxicas-.

En cuarto lugar, los diversos saberes concuerda en subrayar la armonía del cosmos. El hombre no puede romper este orden creado por Dios, ni la finalidad que la creación tiene: el servicio de todos los hombres, también el de las generaciones venideras.

En quinto lugar, la ecología pide uso equitativo de los bienes creados, pues son muy pocos los que despilfarran y son muchos a los que les falta lo imprescindible para vivir. Esta situación demanda un sistema de gestión de los recursos de la tierra, mejor coordinado a nivel internacional.

En sexto lugar, la ecología reclama urgentemente una nueva solidaridad que refuercen las relaciones internacionales.

En séptimo lugar, un peligro real para la ecología es la guerra. En la actualidad cualquier forma de guerra -química, biológica, bacteriológica- causaría daños ecológicos incalculables, de los cuales la pérdida de vidas humanas inocentes sería la mayor.

Finalmente los riesgos del desequilibrio ecológico no tienen solución si no se revisa seriamente el estilo de vida actual que se apoya en solo disfrutar. Es urgente una educación en la responsabilidad ecológica de la conciencia.

La cuestión ecológica ha tomado tales dimensiones que implica la responsabilidad de todos. Se trata de un problema moral que hemos de afrontar personas, pueblos, Estados y la Comunidad internacional conjuntamente.

CONCLUSIÓN

Es un hecho que la teología se ha apuntado con retraso a la aparición del fenómeno sobre la reflexión ecológica. Por eso la moral debe insistir con mayor urgencia en la responsabilidad que incumbe al hombre actual para usar rectamente de la naturaleza y enseñar a despertar la sensibilidad moral para valorar el mal ético que conlleva el trato abusivo de las riquezas naturales. No cabe excusa moral a quien "saquea" a la naturaleza o que imparta un trato cruel y sádico a los animales

El Catecismo de la Iglesia nos recuerda lo fundamental: El respeto de la integridad de la creación (La Ecología).

El séptimo mandamiento exige respeto de la integridad de la creación. Los animales, plantas y seres inanimados están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf. Gn. 1, 28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre ellos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras: exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf. CA 37-38) (CEC 2415).

Los animales son criaturas de Dios, rodeadas de su solicitud providencial (cf. Mt. 6, 16). Por su simple existencia bendicen a Dios y le dan gloria. También los hombres les deben aprecio. Con qué delicadeza trataban a los animales S. Francisco de Asís o S. Felipe Neri (CEC 2416).

Dios confió los animales a la administración del hombre, creado a su imagen (cf. Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para ayudar al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son prácticas moralmente aceptables, por su referencia a contribuir en salvar o curar vidas humanas (CEC 2417).

Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. También es indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales, pero no desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos (CEC 2418).

El interés por la ecología para un cristiano debe poner en el futuro como primer punto central la batalla en la defensa de la vida humana (aborto, eutanasia, el sufrimiento humano, la muerte, etc.), ya que es ésta la que -a pesar de parecer lo contrario- está sufriendo en la actualidad mayores ataques. De aquí la preocupación y el programa que el Papa Juan Pablo II manifestó en la Encíclica "Evangelium vitae" a fin de que los cristianos proclamen, celebren y defiendan, junto a los demás hombres, toda vida humana, desde el momento mismo de su concepción, durante todas las fases y situaciones de su existencia, y hasta el momento de su muerte, paso a la vida eterna. Además el futuro pasa por la vocación la familia tiene en el campo de la vida, pues constituye el lugar ecológico más idóneo para la misma. Con ello el cristiano pone de manifiesto su interés, sobre todo y en primer lugar, por una "ecología humana", verdadero corazón de todo el problema ecológico actual.

Autor: Archidiócesis de Toledo

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