martes, 20 de agosto de 2013

QUE GRANDE ERES...

¡QUÉ GRANDE ERES SEÑOR!

Todos nosotros somos…, una panda de ignorantes vanidosos, cuya soberbia nos hace cree, que somos alguien, y nos resistimos a mirarte y mucho menos a adorarte, para que así nuestra ni nuestra soberbia ni nuestra vanidad se perjudiquen en algo. Si pudiésemos tener una exacta noción de lo que representan los términos infinito y eternidad, comenzaríamos a comprender lo que significa tu grandeza Señor. Pero nadie aquí abajo tratamos de tomar conciencia a fondo, de algo que es tan elemental para todo miembro de la iglesia triunfante, cual es el amarte servirte y adorarte. Ellos ya viven en ello y ven y comprende, gracias a tu Luz divina, lo que para nosotros ahora es todo un misterio. Ellos ya tienen experiencia de lo que es la infinitud, la eternidad y la inmortalidad que representan y son. Si desde luego nosotros tenemos un alma inmortal, pero la pobre vive asfixiada por las exigencias de nuestro cuerpo material.

Fuera de Ti, nada hay dentro del universo, ni fuera de él, ni el orden material, ni en el espiritual, nada que al menos pudiera igualarte. Pero que digo…, si resulta que el orden espiritual eres Tú mismo, porque eres Tú y solo Tú el que eres un Espíritu puro, Creador de todo lo visible y de lo invisibe. El único Ser permanentemente existente, que no tiene principio de su existencia ni tendrá fin de ella. El único Ser, que siendo la simplicidad absoluta, es decir, siendo un solo uno, en el que inexplicablemente para nuestras pobres y escasa mentes, está integrada la Trinidad. ¡Oh! Misterio absoluto, signo ostensible de tu inmensa grandeza, belleza incomprensible de un misterio, del que nos has querido regalar el conocimiento de su existencia a nuestras pobres mentes.

Con los ojos de nuestra cara es imposible desvelar este subyugante misterio. Pero es que tampoco con los ojos de nuestra alma, por Ti preparados para que los desarrollemos y podamos contemplar lo por Ti increado, es posible desvelar este misterio, por razón del cual, a nosotros los católicos que queremos amarte con absoluta entrega a tu Amor, siendo monoteístas, se nos insulta llamándonos politeístas, se menosprecia por ellos lo que sus escasa mentes, como son las nuestras no alcanzan a comprender. Nosotros tampoco comprendemos el misterio de la Santísima Trinidad, pero nuestro amor a Ti Señor, nos suple la insuficiencia de nuestra mente, porque el amor siempre genera fe y esperanza. Fe, para aceptar absolutamente todo lo que Tú nos dices cuando nos hablas, y Esperanza que continuamente alimentamos, con el sueño de que tarde o temprano, contemplaremos Tú Rostro Señor y la Luz de amor que de Él emana, convertirá nuestra fe, en definitivas evidencias.

Hahn Scott, escribe sobre el misterio de la Santísima Trinidad, diciéndonos: “Porque la Trinidad es un misterio que sobrepasa nuestras capacidades racionales por si solas. Esto no quiere decir que creer en Dios sea irracional, más bien quiere decir, que cualquier dios que pudiéramos comprender no sería Dios, porque esa divinidad sería inferior a nuestro propio entendimiento. La grandeza de Dios puede ser vislumbrada, fugazmente, en la creación. Pero no podemos conocer a Dios si Él no se revela”.

Para que dentro de nuestra soberbia humana pudiésemos, más que entender al menos vislumbrar la grandeza de Dios, el Señor, queriendo gravar profundamente en el pensamiento de Santa Catalina de Siena en una de sus apariciones le reveló en una de sus apariciones, estas palabras: Yo soy el que soy, tú eres la que no eres. También a Moisés, cuando se le revelo en el Horeb, ante la zarza ardiendo que nunca se consumía, el Señor contestando a la pregunta de Moisés, le habló en términos similares: Yo, soy el que soy.

Nosotros somos. Los que no somos, porque, Tú Señor, eres el todo del universo, de lo creado y de lo que esté por crear. Y nosotros somos la nada de la nada. De ti mismo que eres lo increado; porque nadie te creó, eres a la vez, el principio y el de todo, y al ser increado, nadie puede decir que se encuentre por encima de ti, porque nunca lo creado puede superar a lo increado, por ello eres el todo de todo. Y yo, o cualquiera de nosotros podemos pretender compararnos a Ti, cuando resulta que Tú eres el todo de todo y nosotros somos la nada de nada mi esencia es la nada.

Dios nos quiere humildes, por en la humildad es donde se generan todas las virtudes. En el Kempis podemos leer: “Dios defiende y libra al humilde, y lo ama y lo consuela, se inclina al humilde, y le da gracias abundantes, y lo levanta en sus horas de abatimiento, y después lo elevará a la gloria”. La humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura por Él creadas. Y de la misma forma que ama la humildad, detesta la antítesis de la humildad que es la soberbia padre y madre de todos los vicios.

San Francisco de Sales escribía sobre la soberbia diciéndonos: “No hay palabras para expresar la fuerza y la astucia de este demonio de la soberbia, ni el ingenio y la variedad de artimañas. Es una verdadera serpiente que ha nacido con nosotros, y quiere enredar en sus anillos y enconar con su veneno todas nuestras pasiones, las más santas y las más indiferentes, nuestros más secretos pensamientos y nuestras más rectas intenciones. Se alimenta con frecuencia de nuestras mismas virtudes, y trata de aprovecharse hasta de los dones más exquisitos de Dios. Si alguna vez parece adormecerse, es para introducirse con mayor comodidad en nuestras almas llenas de ilusiones; si se muestra, si se deja herir, es para triunfar con los mismos golpes que le asestamos”.

La contemplación de la grandeza de Dios, siempre le mueve al hombre, primero a la admiración y desde esta, a la alabanza. Porque el hombre ante la magnificencia y el esplendor de algo, no puede permanecer callado tiene que gritar y al gritar elogiosamente alabando al creador de la obra estamos reconociendo la grandeza de Dios.

Pero si al menos amamos un poco al Señor, porque al inicio eso es solo, lo que Él nos pide, y añadimos a ese poco, una perseverancia hasta el final, de lo demás ya se encargará Él. San Pablo nos escribe, diciéndonos: "16 Pero al que se convierte al Señor, se le cae el velo. 17 Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. 18 Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu”. (2Co 3,16-18).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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