jueves, 23 de agosto de 2012

LO QUE ME LLEVÓ A SER SACERDOTE



Me preguntaba, hace un momento, una señora de Chile qué me llevó a ser sacerdote. Esta señora fue muy amable dejándonos su casa a un laico y a mí para hospedarnos cuando dimos unas charlas a sacerdotes venidos de todo Chile y que se reunieron en Rancagua. Su hospitalidad fue muy meritoria, así que se merece una buena respuesta.

Mire, la idea esencial que me llevó a entregar mi vida fue la idea de la remuneración eterna que puede conceder un Ser Infinito. No fue ni el amor al prójimo, ni ninguna idea romántica, ni sentir que tenía que cumplir con ninguna misión.

La pregunta que me vino a la mente fue: ¿y si Dios quiere que sea sacerdote? Y la pregunta permaneció. Pasaban las semanas y no se desvanecía. No era una pregunta que sintiera con intensidad, ni de un modo trágico, ni como una obsesión. Simplemente era una idea calladita y discreta que permanecía allí, como algo irresuelto.

Si fui al seminario fue bajo la clara idea de que el agradecimiento del Creador de todos los placeres, debía ser algo inconmensurable. Puesto que mi sacrificio me parecía supremo, Dios recompensaría a la medida de su grandiosidad. Y esto durante toda la eternidad. Eso fue lo que me hizo ir al seminario sin ningún entusiasmo, pero con la seguridad de la Lógica. Fue un razonamiento frío, cerebral. De hecho, ni siquiera pensé en la figura de Jesús. Mi idea de Dios ni siquiera era la del Yahveh del Antiguo Testamento, sino la de un Ser Infinito Perfecto y Supremo. Mi idea acerca de Dios era fría y abstracta. Pero basado en la lógica, sabía que su premio sería incomparablemente superior a una familia, un buen trabajo, dinero, viajes y todo lo que pudiera ofrecerme el mundo. El Creador del mundo sabría ser desbordantemente generoso con sus siervos. De eso no tenía la menor duda.

Fue después, en el seminario, cuando descubrí la vida espiritual, el amor, el prójimo, a Cristo, todo.

PUBLICADO POR PADRE FORTEA

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