viernes, 10 de agosto de 2012

HISTORIAS SOBRE MARÍA # XXXV



Refiere el Beato Alano que hubo una señora llamada Dominga, la cual, habiendo dejado la devoción del Rosario, vino a quedar reducida a una pobreza tan extrema, que un día llena de desesperación se dio tres cuchilladas. Pero mientras estaba expirando y los demonios se preparaban para llevársela al infierno, se le apareció María Santísima diciéndole:

-Hija, aunque tú me has olvidado, Yo no me he olvidado de ti, por aquel Rosario que en otro tiempo me rezabas. Si prosigues, pues – añadió – rezándolo, te devolveré la vida y hasta las riquezas que perdiste.

Luego se levantó sana, y habiendo continuado rezando el Rosario, recobró sus bienes, y en la hora de su muerte María volvió a visitarla, colmándola de alabanzas por su fidelidad… y murió santamente.

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En Zaragoza había un noble muy perverso, llamado Pedro, pariente de Santo Domingo. Un día en que el santo estaba predicando, vio que Pedro entraba a la Iglesia, y rogó al Señor que todo su auditorio vea tal como realmente era el estado de aquel miserable pecador.

He aquí que Pedro aparece como un monstruo del infierno, destrozado y rodeado de muchos diablos. Todos empezaron a huir, hasta su mujer, que se hallaba en la Iglesia, y los criados que la acompañaban.

Entonces Santo Domingo le mandó decir a través de un compañero suyo que se encomendase a María y empezase a rezar aquel Rosario que le enviaba.

Habiendo recibido Pedro el recado, se humilló, mandó las gracias al Santo, y después él mismo obtuvo la gracia de ver a los demonios que lo rodeaban. Fue a confesarse con el mismo Santo, derramando muchas lágrimas, y este le aseguró que ya estaba perdonado.

Continuando en rezar el Rosario, llegó después a tal estado de felicidad, que un día el Señor lo presentó en la Iglesia delante de todos con tres coronas de rosas en la cabeza.

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En los Montes de Trento vivía un famoso ladrón, el cual, habiendo sido advertido cierto día por un religioso para que cambiara su vida, contestó que era inútil lo que le recomendaba, pues para él no había salvación. El religioso le dijo entonces que al menos ayunase el sábado en honor a María, y que ese día no molestase a nadie, que ella le alcanzaría la gracia de no morir enemistado con Dios.

El ladrón siguió aquel buen consejo, e hizo votos de cumplirlo. A fin de no faltar a él en lo sucesivo, el sábado saldría sin armas.

Sucedió que en este día fue hallado por la justicia, y para no infringir el voto, se dejó aprender sin hacer resistencia.

Viéndole el Juez viejo y lleno de canas, quería librarle de la muerte, pero hallándose el ya arrepentido por gracia de María, dijo que quería morir en pena por sus pecados. Después, en la misma sala del Tribunal confesó públicamente todas las culpas de su vida, derramando tantas lágrimas, que todos lloraron de ternura.

Fue decapitado y enterrado sin ninguna ostentación, pero después se vio a la Madre de Dios, que hizo exhumar el cadáver de aquel sitio por cuatro vírgenes, y envolverlo con un rico paño bordado de oro, y habiéndolo llevado la misma Virgen a la puerta de la ciudad, dijo al guardia:

-Digan de mi parte al Obispo que dé honorifica sepultura en tal Iglesia a este difunto, porque fue mi fiel siervo.

Esto se practicó exactamente, habiendo concurrido todo el pueblo, en donde ya encontraron el cadáver envuelto, según se ha dicho.

Y desde entonces en adelante, como dijo Cesario, todos los habitantes de aquel País empezaron a ayunar el sábado.

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Se hallaban dos jóvenes nobles en Madrid, llevando una vida depravada y llena de vicios. Cierta noche uno de ellos vio en sueños que su amigo se hallaba preso por unos hombres negros, los cuales lo llevaron a un mar tempestuoso. Querían hacer lo mismo con él, pero acudió a María, prometiéndole que se haría religioso si le libraba de aquellos hombres. Luego vio a Jesús indignado y sentado en su trono, y que la Santísima Virgen le pedía misericordia, lo cual refirió después a su amigo, y habiéndose este burlado de todo, fue a los pocos días asesinado.

Por lo cual, el otro joven se confesó y confirmó la intención que tenia de hacerse religioso, vendiendo para tal efecto cuanto poseía, más en vez de distribuir el dinero entre los pobres, como se había propuesto, lo gastó en orgias y frivolidades.

Habiendo caído enfermo, tuvo otra visión, en la que se le presentó el infierno abierto, y el Divino Juez ya lo condenaba. Acudió otra vez a María, la cual volvió a librarle. Curó sus males, pero continuando su mala vida, al fin murió diciendo:

-¡Desdichado de mí! Dios me ha castigado por mis vicios, y ahora me voy al infierno.

San Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia

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