miércoles, 14 de octubre de 2009

TEMOR DE DIOS


El Temor de Dios es uno de los siete dones del Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu Santo son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del alma humana, a fin de que esta pueda recibir y secundar con facilidad las mociones e inspiraciones del propio Espíritu Santo y con la finalidad de que la persona obre al modo divino o sobre humano. En el Catecismo de San Pío X, se dice que: El Temor de Dios, es un don que nos inspira reverencia de Dios y temor de ofenderle, y nos aparta del mal moviéndonos al bien.

La acción del Espíritu Santo se bifurca en dos direcciones, una hacia el interior, con el otorgamiento de los dones, y otra hacia el exterior, en relación a los llamados Frutos del Espíritu Santo, que son la consecuencia de la acción del Espíritu Santo en la persona humana. Algunos escritores extienden este término de Frutos del Espíritu Santo, a todas las virtudes sobrenaturales, o también, a los actos de todas estas virtudes, en tanto que son resultados de la misteriosa obra del Espíritu Santo en nuestras almas, por medio de su gracia. Pero, otros como Santo Tomas, restringen el contenido de este término.

Pero centrándonos en los dones diremos que estos son siete y se encuentran jerarquizados, siendo el superior el don de Sabiduría, al que le siguen: el don de entendimiento, el don de ciencia, el don de consejo, el don de piedad, el don de fortaleza, y por último el don del temor de Dios, que es el que nos ocupa. Para San Pablo, es esta una jerarquía de amor que es la que genera la santidad. (1Cor 12)

Son dos las clases de Temor de Dios; el que se denomina filial, y el que se le denomina servil. El primero es aquel más merece el calificativo de Santo Temor de Dios, y es aquel temor que tiene el alma humana amante del Señor de ofenderle, por lo que detesta el pecado y se aparta de él, más por razón de amor al Señor, y por el deseo de no desagradarle, que por las penas que lleva consigo la ofensa a Dios. Es este un sentimiento saludable ya que reverencia al Señor por amor, sin olvidar que él es el Todopoderoso, que puede negarnos su gracia y permitir nuestra ruina, cosa que nunca le va a ocurrir a la persona que vive en su amistad, es decir en gracia de Dios. Solo es sujeto de males aquel, que vive al margen de la divina gracia.

Por su parte el llamado temor servil, es el que ejercita la persona que evita el pecado, exclusivamente por la pena que este lleva consigo. San Basilio, a este respecto, escribía: "hay tres estados en los que se puede agradar a Dios. O bien hacemos lo que agrada a Dios por temor al castigo y entonces estamos en la condición de esclavos; o bien buscando la ventaja de un salario cumplimos las órdenes recibidas en vista de nuestro propio provecho, asemejándonos así a los mercenarios; o finalmente, hacemos el bien por el bien mismo y estamos así en la condición de hijos".

Este pensamiento de San Basilio está recogido en el parágrafo 1828 del actual Catecismo de la Iglesia católica al decir que: "La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del "que nos amó primero" (1 Jn 4, 19): O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... y entonces estamos en la disposición de hijos (LG 12)”.

Ya en el Antiguo Testamento, encontramos referencias al Santo Temor de Dios, así en el libro de los Proverbios, se puede leer: El Temor de Dios trae confianza y seguridad a los que andan en integridad (Pr 14,26-27). El Temor de Dios es aborrecer el mal (Pr 8,13). El Temor de Dios es sabiduría (Job 28,28; Pr 1,7; 9,10). Por otra parte el Eclesiástico nos aclara el significado del Temor de Dios cuando nos dice que no se trata de un sentimiento que aturde y agobia, que provoca rigidez mental o pequeñez de espíritu, anulando la voluntad. El temor del Señor nace más bien de la mirada clara que nos lleva a descubrir que sólo el Señor es digno del servicio del hombre; sus palabras, las únicas a las que se puede hacer caso; sus caminos, los únicos que vale la pena seguir; su ley, la única que merece sumisión. Al mismo tiempo, el Señor es el único ante el cual puede y debe de humillarse el hombre.

El Temor de Dios es una actitud de reverencia y respeto hacia Dios, que de acuerdo con nuestro grado de acercamiento a Dios, es decir con nuestro nivel de vida espiritual, pasa progresivamente por las siguientes etapas:

Primeramente se adquiera una conciencia de que Dios es el dueño de nuestras almas, y tiene el poder de otorgarnos la salvación eterna o condenarnos a la destrucción, aunque realmente no es Dios quien condena, sino es el hombre el que se auto condena, cuando se auto excluye del amor que Dios le ofrece. La motivación que genera este temor, es completamente egoísta, es preferible a no tener ningún Temor de Dios.

En una segunda etapa, se toma conciencia de que Dios está permanentemente mirando todo lo que pensamos, decimos y hacemos, y que El tiene el poder para premiarnos o apartarnos de Él, de acuerdo a nuestra conducta; lo cual nos debería motivar a ser cuidadosos y apartarnos del mal.

En una tercera fase, nace un deseo consciente y permanente de agradar a Dios en todo lo que hacemos y no ofenderle nunca. Y por último en una última fase alcanzamos el reconocimiento humilde de que el Señor es Dios y nosotros somos sus criaturas, y por lo tanto, El es digno de ser temido y reverenciado.

Por último hemos de diferenciar, el Temor de Dios, de otras clases de temores. No es exactamente igual al temor al infierno o el temor a condenarse, que el Temor de Dios, aunque estos dos últimos forman parte de los que se puede llamar el temor de Dios de carácter servil.

Cuando termino de escribir esto me quedo pensando, que lo triste es, que dada la falta de formación religiosa que últimamente se ha dado en España, a más de un católico de buena fe, incluso de los que se auto titulan practicantes, todo esto le pueda sonar a chino.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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