Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.
Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
Cuando Jesús habla de los contrastes tan
profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus
contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente
para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que
esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a
fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de
comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor
con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con
Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa
así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo
tengo unos privilegios que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús
dice: “No; el único dinamismo que va a permitir
encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón
totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior de
transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según
sus designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio,
sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino
el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando
mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a
través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está
realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si
nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas
estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia
piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús,
que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de
la ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el
Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento,
porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que
respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo
quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se
aleje de nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no
convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran
docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor
se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que
nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser,
pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la
sustancia que realmente nos hace decir: “Jesús está
conmigo, Dios está conmigo.”
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz
de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios;
quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto,
es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es
un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me
deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior
al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que
darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro
Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea
es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a
mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo
que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si
no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi
imagen y semejanza, «un dios de juguete»,
Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo
progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué
progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene
un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es
necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor,
un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un
corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por
dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la
vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que
Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es
Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que
cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a
alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy
yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el
que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi
existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
P. Cipriano Sánchez LC
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