¿Virtud o condición de vida?
Por: Ricardo Peña | Fuente: New Fire
El Papa Francisco tiene muy
presente el tema de la pobreza y constantemente nos está recordando que quiere
que seamos una Iglesia pobre. Comprender
la pobreza como la vivió y la quiere nuestro Señor Jesucristo es el primer paso
para poder ser esta Iglesia que el Papa desea. Aunque podría parecer muy
simple, la verdad es que existe mucha confusión sobre lo que la pobreza
Cristiana es en verdad.
VIRTUD
O CONDICIÓN DE VIDA
Es muy importante comprender que en la Iglesia
hablamos de dos tipos distintos de pobreza. Existe
la pobreza como condición que consiste
en la carencia de bienes materiales, sabemos que muchas personas lo padecen y
es un problema que debemos trabajar para solucionar. Esta pobreza es un
mal. No hay nada positivo sobre la pobreza material, en el mejor de los casos,
algo positivo se puede sacar de ello pero jamás se puede considerar un bien.
La virtud de la pobreza es
la que valoramos. Cristo habla sobre la pobreza espiritual como aquella que
merece ser premiada, aquella que es digna del Reino de los Cielos (Mt 5-3). Esta consiste en una decisión de vida,
una actitud con la que Cristo nos pide vivir para poder llegar al cielo, no
depende de la condición económica de la familia o del país del cual provenimos,
no depende que hayamos perdido todo en un incendio o hayamos ganado la lotería
y no depende de las capacidades que tengamos de hacer más o menos dinero. La
virtud de la pobreza, como todas las virtudes, depende de la voluntad humana.
EL
DON DE LOS BIENES MATERIALES
¿Quiere decir esto que la
pobreza espiritual nos exige hacernos pobres materialmente de forma voluntaria? Al parecer muchas personas creen esto, quizás no
conozcamos a ninguna persona que viva con carencias materiales por decisión
personal pero constantemente escuchamos cómo se habla en la Iglesia sobre vivir
la pobreza y esto nos hace pensar en la pobreza material. Entonces, ¿somos los
católicos personas incoherentes?
¿ESTÁ
MAL TENER COSAS MATERIALES?
Si Dios creó el mundo
sensible, este no puede ser un mal, Él nos puso en ese mundo para que disfrutáramos de su creación. El mundo material es un don de Dios, un medio
para que podamos ser felices y podamos amarlo a Él. Lo único que le ofende es
cuando ponemos estas cosas antes que a Él y antes que a nuestros hermanos. Dios
nos da por amor, como una madre da a sus hijos por amor, pero cuando un hijo
ama más los regalos que a su madre es cuando el niño está rechazando el don más
grande que puede recibir, está rechazando el mismo amor de su madre.
La pobreza voluntaria no es
una exigencia de Cristo y tampoco de la Iglesia. Cuando Cristo habla de la
pobreza que debemos vivir, Él quiere decir que debemos vivir desprendidos de lo
material, que le demos poca importancia a estas cosas. Este
desinterés por lo material debe brotar de un auténtico interés por lo
espiritual y por la vida futura en el cielo. Quien tiene los ojos en el cielo
no se preocupa por las cosas que este mundo nos puede ofrecer sino que se vale
de ellos para lo que necesita, en esto consiste esta virtud.
El verdadero pobre de espíritu no permite que el
dinero ni ninguna otra posesión se interponga entre él y el cielo y no piensa
dos veces antes de decidir deshacerse de algo material si esto le causa
problemas en su relación con Cristo.
La Pobreza de Cristo
Es cierto que Cristo vivió con mucha austeridad
y esto lo debemos tomar en cuenta, pero también es cierto que Cristo, no se
limitó a cubrir sus necesidades básicas, sino que dió de comer a más de cinco
mil personas y “Comieron todos y se saciaron” (Mt 14 -20), participaba
en banquetes por lo que los fariseos lo criticaron (Mt 11, 19), no se quejó
cuando María de Betania le untó los pies con nardo puro (Jn 12, 3) y su primer
milagro fue el de convertir el agua en vino en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12).
De esto no podemos concluir que Cristo vivió sin disfrutar de las cosas
materiales y mucho menos pensar que es así que debemos vivir nosotros.
Lo que vemos hacer a Cristo es poner todos los
medios necesarios para poder realizar la misión que el Padre le encomienda y de
deshacerse de todo aquello que pueda interferir en su misión. Por esto Cristo
deja el hogar y no se establece en un solo lugar sino que se dedica a recorrer
las ciudades y lo poblados para difundir la buena nueva. Nada se puede
interponer entre Cristo y su misión, ni el cansancio, ni el temor, ni el
dinero. Cristo ama al Padre y vive para el Padre, todo lo demás queda en un
segundo plano.
BIENAVENTURADOS LOS POBRE DE ESPÍRITU…
“Bienaventurados los pobres
de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt
5-3).
Finalmente lo que esto
significa es que para heredar el cielo simplemente hay que quererlo, porque
quien de verdad quiere algo dedica su tiempo y energías para conseguirlo. Por esto pedimos a nuestro Señor Jesucristo que nos conceda la
virtud de la pobreza, de modo que vivamos día a día con la ilusión de luchar
por alcanzar el cielo y cuando este deseo esté profundamente en nuestros
corazones, ya no seremos ciudadanos de la tierra sino del paraíso que el Padre
nos tiene preparado.
El llamado de Cristo en el
monte de las bienaventuranzas es a identificar cuales son esas cosas que nos
atan a la tierra y no nos permiten ascender hacia Él y preguntarnos ¿Cómo quisiera Cristo que usara esto? ¿Lo puedo aprovechar
para crecer en mi relación con Dios o debo desprenderme y alejarme de ello?
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