Siguiendo con el tema de ayer. A los arquitectos a los que se les encarga hacer el plano de un templo, se les tendría que engañar encargándoles que hicieran el plano de una cisterna monumental. Seguro que las iglesias serían más bonitas. La Cisterna de Serefiye con su minimalismo, con su arquitectura elemental tan impresionante, resultaba perfecta como catedral.
Por supuesto
que las columnas estropearían la visión de la gente sentada en los bancos. Pero
si buscamos únicamente que quepa gente a base de sacrificar belleza, nos
saldrán templos como los que nos salen ahora.
Si algo he
aprendido de este viaje es que el obispo y su consejo deben escoger una iglesia
del pasado y decirle al arquitecto que quieren eso, exactamente eso:
--Hágame
una réplica de esto.
--¿Pero exacta?
--Sí,
exacta. En ladrillo, cemento y hormigón, pero no se desvíe ni lo más mínimo.
--¿No improviso nada?
--Por
favor, ¡no improvise nada! Hasta las puertas deben ser iguales.
--¿No confía en mí?
--No,
no confío en ningún arquitecto.
Ciertamente,
la ventaja de los sultanes es que podían colgar boca abajo, de los tobillos, a
los arquitectos tras ver los resultados.
Seguirá
mañana.
P. FORTEA
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