PEPE RODRÍGUEZ, DE MASTERCHEF, ANIMÓ A AYUDAR A LOS MISIONEROS CON SU PREGÓN DEL DOMUND
Pepe Rodríguez Rey, el popular juez del programa televisivo Masterchef, es este año el
pregonero del Domund. Hombre de fe firme y
valiente, ha proclamado desde la catedral de Toledo este
jueves por la tarde un pregón lleno de "teología cocinera", comparando
la tarea de los misioneros con
las de un equipo de cocina, ya que ambos cumplen un mandato de Jesús: 'dadles vosotros de comer'.
Pepe Rodríguez, en presencia de los numerosos
asistentes, el coro (los populares "seises"),
el arzobispo de Toledo y los responsables de Obras Misionales Pontificias, que
impulsan el Domingo Mundial de las Misiones, comentó el lema de este año: "Cuenta lo que has visto y
oído".
“En lugar de leer
una receta en voz alta, los misioneros cocinan en medio de todos. Sin
pretenderlo, ofrecen con su vida una
lección magistral”, proclamó el pregonero. Los
misioneros, así, no hablan de oídas ni
de teorías, sino de lo que viven en misiones.
El popular cocinero señaló
también una especificidad de la enseñanza católica: “un Dios que no solo da de comer, sino que se ha
hecho alimento para quien quiera recibirle”.
"Comer es celebrar, y los cristianos, que no somos tontos, nos reunimos en
torno a la mejor Comida en el banquete de la Eucaristía”, añadió.
Dios es, además, “el
mejor Chef”: es el verdadero
Jefe de Cocina del gran “equipo” que son los misioneros. Dios es “un Chef que no pierde de vista el
punto de sal, hasta el extremo que pide a sus discípulos que seamos la sal de
la tierra”.
Siendo el cocinero toledano y
proclamándose el pregón este año desde Toledo, quiso destacar la generosidad
misionera de la diócesis, que cuenta con 120 misioneros, parte de los 7.200 españoles repartidos por el mundo
actualmente en activo en la misión.
“Según parece,
somos el país con más misioneros del mundo, y el segundo que más aporta
económicamente al Domund”, detalló el pregonero usando datos
de Obras Misionales Pontificas.
El arzobispo de Toledo, que
presentó el acto, recordó que el Domund cumple la misión de anunciar a Cristo muerto y resucitado y animó a todos
a ser muy generosos en la colecta de este año para ayudar a los misioneros, a
los que el director nacional de OMP, José Mª Calderón, definió como "hombres y mujeres
dispuestos por Cristo a dejarlo todo y llevar esa agua de vida que necesitamos para no morirnos de sed".
Los donativos al Domund pueden hacerse
desde su web aquí
***
Pregón del Domund 2021:
texto completo
CUENTA LO QUE HAS VISTO
Y OÍDO
Por Pepe Rodríguez
Rey
Excmo. y Rvdmo. Sr.
Arzobispo de Toledo;
Sr. Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias;
autoridades presentes en este acto;
misioneros y misioneras que nos acompañáis;
queridos amigos:
Estamos a las puertas del Domund
2021, que se celebra este domingo 24 de octubre, y me encuentro con la sorpresa
y el honor de verme convertido en pregonero de esta Jornada precisamente aquí,
en la Catedral de mi querido Toledo, y con todos ustedes. Imagino que si, como
decía santa Teresa, “en la cocina, entre los
pucheros anda el Señor”, llegado el caso tampoco se andará lejos de
robots de cocina, róners y
abatidores; y también, que ustedes sabrán ser indulgentes conmigo, que he sido
cocinero... antes que fraile.
Este día que conocemos como
Domund es la Jornada Mundial de las Misiones. “Mundial”
porque se celebra a la vez en todo el mundo, y porque en ella participan
los católicos de todos los rincones de la Tierra, uniéndose por igual al Papa
para sostener los llamados “territorios de misión”.
Y estos territorios no son algún pequeño reducto aislado, sino los
lugares donde vive casi la mitad de la población del planeta. Estamos hablando
de más de 1.000 Iglesias “recién nacidas”, que
todavía no podrían sobrevivir por sí mismas, si no contaran con esa aportación
solidaria de toda la Iglesia universal.
Doy las gracias a las Obras
Misionales Pontificias, encargadas de la organización y celebración de esta
Jornada, por darme así también la oportunidad de hablar de unas personas tan
queridas por todos nosotros —incluyendo a quienes no tienen fe—, como son los
misioneros y misioneras. Enseguida “me voy a
despachar” a gusto con ellos. Pero, como dice el lema de este Domund,
para contar lo que he visto y oído en los misioneros, no se lo van a creer: voy a empezar hablándoles de comida.
Hace algún tiempo, en una
entrevista, me preguntaron quién es Dios para mí. Voy a intentar decir ahora
algo sobre este Dios en relación con el alimento. Me gustaría recordar ese
evangelio que nos cuenta cómo, en cierta ocasión, la gente seguía a Jesús y le
escuchaba con tanto interés que ya iba a caer la tarde y estaban en un lugar
apartado. Y mientras los discípulos sugieren que cada cual se busque la vida
para reponer fuerzas, Jesús va y dice: “Dadles
vosotros de comer”. El resto lo conocen ustedes: con cinco panes y dos
peces aportados por un chico, Jesús da de comer a una multitud; es más,
sobraron doce cestos de pan. ¡Eso es cocina de
aprovechamiento!
Creo que los misioneros podrían
ser los discípulos que siguen oyendo ese “dadles
vosotros de comer” y, en lugar de escaquearse, dicen: “¡Oído, cocina!”. Personas normales y corrientes
—como ustedes, como yo, como cualquiera— que no escurren el bulto, sino que se
fían del Jefe de Cocina que les llama a la tarea de dar de comer y repartir el
pan.
Un pan que tiene mucho o todo que
ver con el amor, manifestado en múltiples formas: en escucha, en comprensión,
en compartir el dolor, en ánimo, en aliento; y también en acciones como
construir una escuela, un dispensario, un comedor...; pero, sobre todo, del
modo más desbordante, en el ofrecimiento a los demás de un Dios que no solo da
de comer, sino que se ha hecho alimento para quien quiera recibirle. En esa
entrevista a la que me refería antes pude decir que “comulgar
es lo que más me alimenta”; por eso, por propia experiencia, no me extraña que
san Juan Pablo II dijera que “los pobres tienen hambre de Dios, y no solo de
pan y libertad”.
Creo que la misión de la Iglesia,
tal como se celebra en el Domund, es compartir el pan de la generosidad.
La Madre Teresa, santa Teresa de
Calcuta, contaba cómo le había impresionado cuando una vez fue a llevar un poco
de arroz a una familia hindú que no tenía para comer, y se encontró con que la
madre salió enseguida a llevar la mitad a otra familia musulmana tan pobre y
hambrienta como la suya. Así que el pan de los misioneros es el pan de los pobres,
y el pan de los pobres es el pan de los misioneros.
Incluso, al celebrar el Domund de
modo universal, como Jornada Mundial de las Misiones, esto nos recuerda —por si
acaso nos creíamos el centro de ese mundo— que nosotros mismos necesitamos
también el puñado de arroz que comparten con nosotros los pobres desde la
misión para aumentar nuestra fe y, en definitiva, nuestra humanidad.
Me gusta imaginar, como realmente
ocurre, a los misioneros compartiendo la comida, suficiente o escasa, con
aquellos entre quienes viven y trabajan; muchas veces, dándola, y otras,
recibiéndola de la hospitalidad de la gente sencilla. Me dicen, quienes saben,
que ese integrarse en los pueblos que los acogen se llama “inculturación”, pero yo puedo explicarlo de otro
modo.
La comida es un lenguaje, es comunicación,
es la vida misma. La comida es reunión, fraternidad, cercanía, y todo eso es
evangelización. No me extraña que una de las películas favoritas del papa
Francisco sea El festín de Babette, que gira en torno a un banquete, porque la
comida compartida une; comer es celebrar, y los cristianos, que no somos
tontos, nos reunimos en torno a la mejor Comida en el banquete de la
eucaristía.
En el mundo en el que yo trabajo,
como en todos los ámbitos, los valores son fundamentales. En un equipo de
cocinas, nada puede funcionar igual sin esa aportación de cada uno, que hace
que, como dice el papa Francisco, “el todo sea más
que las partes, y también más que la mera suma de ellas”.
Esas cualidades que se requieren
en una cocina las vemos “al cuadrado” en los
misioneros: la importancia de escuchar, de aportar,
de estar aprendiendo siempre; la importancia del sacrificio, de volverlo a
intentar, de trabajar sin tirar la toalla; la importancia de superarnos y de
ayudar a que otros se superen y nos superen, sin generar dependencias.
Pero, de un modo especial, en ellos vemos la importancia de la entrega a lo que
apasiona. Y los misioneros, como dice también el Papa, sienten “una pasión por Jesús” y “una
pasión por su pueblo”. Por eso, no dan “el
excedente” a quien lo necesita: lo dan todo,
se dan ellos mismos.
En un equipo de cocinas es
fundamental el compañerismo. Sumando fuerzas al servicio del trabajo común,
sacas lo mejor de ti, eso que a veces ni siquiera sabías que llevabas dentro;
sin equipo, en cambio, no eres nadie. En el caso de los misioneros, ese
compañerismo tiene un nombre específico: ellos no van por libre, sino siempre
integrados en un equipo de cocinas, que es la Iglesia; un equipo que une, pero
en el que cada cual conserva su propia personalidad, de modo que sea una
riqueza para todos.
Como hay muchos estilos
gastronómicos, hay muchas maneras de evangelizar, así que no solo cada
misionero en un país lejano, sino cada uno de nosotros, cristianos, en nuestra
situación corriente y moliente, podemos decir, como nos recuerda Francisco: “Yo soy una misión”.
Pero, además del compañerismo, en
un equipo de cocinas, es esencial el liderazgo. Y, de nuevo, en los misioneros
y misioneras descubrimos un liderazgo al que no estamos acostumbrados en
nuestra sociedad: el liderazgo del servicio.
Bien es verdad, que, si nos
remontamos “más arriba”, hay que decir que
los misioneros tienen como Jefe de Cocina al mejor Chef del mundo.
Un Chef que se da a conocer en Caná, en un
banquete de bodas, pero —agárrense—, además, como sumiller.
Un Chef que no pierde de vista el punto de sal,
hasta tal extremo que pide a sus discípulos que seamos la sal de la tierra.
Un Chef que organiza banquetes no solo para la
BBC —bodas, bautizos y comuniones—, sino hasta para celebrar que vuelva a casa
un hijo calavera, como, por ejemplo, cualquiera de nosotros.
Un Chef al que nada más resucitar no se le
ocurre otra cosa que dar una oportunidad a su equipo de aprendices, con la
comanda: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”.
A este Chef, que hace de piedras
pan, le han salido unos pinches aventajados en los misioneros, que, con unos
medios irrisorios, consiguen resultados que ni logran, ni pueden explicarse,
los Gobiernos y las instancias internacionales. Justo a este Jefe de Cocina es
al que los misioneros dijeron en su momento y cada día: “¡Sí, Chef!”.
Hay dos rasgos más de los
misioneros en los que me gustaría fijarme, porque me parecen una interpelación
para todos nosotros, aquí y en nuestra atmósfera actual.
El primero es el valor del
ejemplo. En lugar de leer una receta en voz alta, los misioneros, simplemente,
cocinan en medio de todos; y quienes les ven, se fijan, captan un modo de ser y
hacer, se cuestionan. Sin pretenderlo ni darse aires de nada, ofrecen con su
vida una lección magistral y, lo más sorprendente, asequible para todos. Un
testimonio personal tan fuerte que en ellos se hace realidad esa frase que el
papa Francisco cita de su tocayo de Asís: “Predicad
siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con palabras”. Y
esto no porque no sean necesarias las palabras, sino porque la vida de los
misioneros y misioneras es ya una auténtica palabra, y una palabra auténtica,
para nuestro mundo.
El segundo rasgo es el contacto
con la realidad. Estamos saturados de escuchar ideas; saturados de las malas
ideas, y yo diría que hasta de las buenas, porque en su mayoría ni parten de
las situaciones tal como son, ni se encarnan en nada concreto. Sin embargo, los
misioneros no hablan de oídas ni elaboran teorías: si en el mundo hay fango,
ese fango que muchas veces no queremos ver —y que se llama falta de sentido,
pobreza, incultura, hambre...—, ellos se manchan hasta las cejas; y si hay
motivos de alegría, lo celebran con todos.
Y es que, como he dicho alguna
vez, “estar con los más necesitados te aterriza”. También
en esto los misioneros cumplen algo que señala, y vuelvo a nombrarlo, el papa
Francisco: “La realidad es más importante que la
idea”. Para ver cómo sabe un plato, hay que comérselo.
Si tienen ocasión, les recomiendo
que vean el vídeo que Obras Misionales Pontificias ha preparado para este
Domund, en el que varios jóvenes cuentan lo que han visto y oído al tomar
contacto con la misión sobre el terreno. Precisamente, una de las chicas que da
su testimonio dice: “La experiencia de misión ha
sido la mayor bofetada de realidad que he recibido en mi vida”. Y cuánto
necesitamos esas bofetadas, y qué poco de las otras...; y, por cierto, cuánto
necesitamos a los jóvenes en la Iglesia y en la misión. Unidos a ese gran Chef
del que les hablaba antes, qué no podrán cocinar los jóvenes para que todos nos
chupemos los dedos, con el mejor y más completo repertorio de sabores de los
cinco continentes.
Hay que decir que España tiene
cerca de 7.200 misioneros repartidos por el mundo, de los cuales casi 120 han
salido de aquí, de esta provincia y diócesis de Toledo. Y, entre nosotros,
sensibilizándonos y movilizándonos para que no nos quedemos cruzados de brazos,
hay unos 3.500 misioneros españoles más, regresados por distintas razones.
Según parece, somos el país con
más misioneros del mundo, y el segundo —después de Estados Unidos— que más
aporta económicamente al Domund para ayudar a la labor misionera por todo el
planeta: casi 13 millones de euros en 2020. En nuestras manos y en nuestra
colaboración está el que esto se detenga o crezca; como decía antes, basta con
que nos atrevamos a tomar contacto con la realidad para decidirnos.
Permitidme que mis últimas
palabras os las dirija directamente a los misioneros y misioneras. Vosotros
fuisteis a países lejanos a contar lo que habéis visto y oído en vuestro
corazón, y nos contáis a nosotros lo que habéis visto y oído en esos lugares
adonde fuisteis a evangelizar y en los que, según soléis decir, los pobres os
evangelizaron.
Queridos misioneros y misioneras:
os necesitamos. Necesitamos vuestro ejemplo y necesitamos saber que sois
nuestras manos allá lejos, donde nosotros no llegamos, pero queremos llegar. Os
diría que merecéis no una, sino varias “estrellas”,
pero, como sé que no buscáis reconocimientos, os voy a decir algo que os
gustará más: ¡os queremos en nuestro equipo!
Así que, misioneros, ¡a cocinas! Y todos nosotros, para ayudaros, ¡al Domund! Muchas gracias.
Los donativos al Domund para ayudar a los
misioneros pueden hacerse desde su web aquí
ReL
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