1032. –¿POR QUÉ, DESPUÉS DEL TRATADO SOBRE LA SANTÍSIMA TRINIDAD DE LA «SUMA CONTRA LOS GENTILES», SE OCUPA EL AQUINATE DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN?
–Al comenzar el tratado de la
Encarnación, escribe Santo Tomás que: «puesto que,
como se ha dicho al hablar de la generación divina, al Señor Jesucristo le
convenían unas cosas según la naturaleza divina y otras según la humana, en la
cual se quiso encarnar el Hijo eterno de Dios asumiéndola en el tiempo, queda
ahora por tratar del misterio mismo de la Encarnación».
Indica además que el misterio
de la Encarnación es «entre todas las obras
divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede
imaginarse hecho más admirable que este de que el Hijo de Dios, verdadero Dios,
se hiciese hombre verdadero».
Añade Santo Tomás que, como
consecuencia: «siendo lo más admirable, se seguirá que todos los demás milagros
estarán relacionados con la verdad de este hecho admirabilísimo porque: «lo supremo de cualquier género es causa de lo contenido
en él» (Aristóteles, Metafísica I)» [1].
1033. –¿EN QUÉ CONSISTE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN?
–La Encarnación, cuya palabra
deriva de la expresión del evangelista San Juan, «El
Verbo se hizo carne» [2],
es «el misterio de Dios hecho hombre para nuestra
salvación» [3].
Consiste en la unión de la persona divina del Verbo con una naturaleza humana,
formada en el seno de la Santísima Virgen María, por la que esta naturaleza
individual quedó elevada y subsistiendo en la segunda persona de la Trinidad
divina.
Por esta unión, Jesús, nombre
personal del hijo de María –que significa en hebreo «Dios
salva», y que le fue dado por el ángel Gabriel en la anunciación de la
Encarnación, expresando con ello su identidad y misión, que es la de Cristo
(nombre griego del Mesías, que quiere decir «el
ungido»)–, es el Hijo único de Dios, y, por tanto, el Señor («Kryos» en griego), titulo divino de poder, honor
y gloria.
1034. –¿EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN SE ENCUENTRA EN
LAS ESCRITURAS?
–Afirma Santo Tomás que: «confesamos esta admirable encarnación de Dios por
enseñárnosla la autoridad divina». Indica seguidamente: «San Juan dice: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros» (Jn 1, 14). Y el apóstol San Pablo, hablando del Hijo de Dios,
dice: «Quien, existiendo en la forma de Dios, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando forma de
siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre» (Flp
2, 6-7)».
Escribe Francisco Canals,
sobre este anonadamiento –al explicar la doctrina del patriarca de Alejandría,
San Cirilo, de la primera mitad del siglo IV, sobre la licitud de la expresión «Madre de Dios», que se aplicaba desde antiguo a
la Virgen María–, que el argumento del doctor de la Iglesia se formulaba de
este modo: «no queremos decir que la naturaleza
divina se origine de la naturaleza humana, ni que se confunda con ella; no
queremos decir que la persona divina comience a ser en el tiempo y provenga de
una mujer; tampoco decimos que Dios sea finito y que sea niño que crece en el
sentido de que lo divino como tal tenga crecimiento; decimos que, puesto que
Dios ha querido redimirnos, y para ello ha querido ser hombre como nosotros, el
Hijo de Dios no ha venido a unirse con un hombre que hubiese nacido de María,
sino que él mismo se ha hecho hombre, naciendo de ella»
[4].
El Verbo se hace hombre, de
manera que: «no ha asumido un hombre, ni descansado en un hombre que fuera
Cristo, el hijo de María, sino que el Verbo de Dios se ha hecho hombre, porque
para redimirnos misericordiosamente quiso asumir todo lo nuestro, con nuestra
pequeñez, nuestro sufrimiento, nuestra limitación, excepto el pecado del que
venía a redimirnos. San Cirilo se apoya bellísimamente en la Escritura y dice: «Si Dios, en su misericordia por nosotros, ha querido, Él
mismo, se ha hecho pequeño como nosotros». Nosotros no blasfemamos al decir que
el Hijo de Dios sufre por nosotros, sino que agradecemos el descenso
misericordioso de Dios. Dios ha querido hacerlo, podía hacerlo y lo ha hecho» [5].
1035. –AÑADE CANALS QUE, CON ELLO: «LA «HUMILDAD DE
DIOS» –LA EXPRESIÓN ES DE SAN JUAN DE LA CRUZ– SE HABÍA MANIFESTADO EN LA
ENCARNACIÓN». ¿QUÉ SIGNIFICA QUE DIOS ES HUMILDE?
–Después de citar las palabras
de San Pablo, de la carta a los Filipenses, reproducidas por Santo Tomás,
comenta Canals: «(Dios) ha querido ser como un
hombre y en la misma condición de humano; no es pecaminoso nacer pequeñito e ir
creciendo, sino que es una muestra de que Dios quiere redimirnos de verdad y
para ello, como dice el obispo Torras y Bages, «puestos a bajar de lo infinito
a lo finito, de lo eterno a lo temporal, no iba a quedarse a mitad de camino,
prefirió comenzar en el seno de una mujer, nacer en una aldea y ser pobre»;
porque si para encarnarse hubiera nacido en un palacio real no hubiéramos
sentido la cercanía a nosotros del Dios encarnado; así manifestó su amor en las
condiciones más sencillas y comunes, en la pobreza de la cotidianidad rural de
una aldea de Galilea».
Como consecuencia: «Todo lo que tengamos que decir de Dios Hijo, de la
segunda persona de la Santísima Trinidad, es lo que nos relatan los Evangelios:
que era tenido por hijo de José, el carpintero de Nazaret; que vivió treinta
años de vida oculta, tan ordinaria y común, que después de predicar en la
sinagoga, al empezar la vida pública decían: «¿No es éste el hijo del
carpintero?», como si dijéramos, «cualquier
hijo de vecino», y se preguntaban de donde le venía tanta sabiduría. Lo cual
quiere decir que tenían a José por uno de tantos, que nunca había destacado.
Salvo las operaciones angélicas y la Providencia divina sobre él, lo más
adecuado es pensar que en su vida entre los hombres, ni José ni María obraron
milagros» [6].
Por la «humildad divina», explica Canals: «el
tierno descender misericordioso sobre el hombre había puesto de manifiesto (…)
que fuese posible decir que quien era Dios crecía, se cansaba, trabajaba y
lloraba. Por la misericordiosa economía, por la que Dios ha querido ser hombre
como nosotros, es por lo que el Verbo se ha hecho hombre, no se ha unido a un
hombre sino que ha asumido una naturaleza en una unidad real, personal e
hipostática, y no meramente moral o de actitud. Es Dios mismo quien nace de
María, María es Madre de Dios» [7].
1036. –¿HAY MÁS MANIFESTACIONES DEL MISTERIO DE LA
ENCARNACIÓN EN LA SAGRADA ESCRITURA?
–Indica seguidamente Santo
Tomás que: «También lo muestran suficientemente las
palabras del mismo Señor Jesucristo que a veces habla de sí humilde y
llanamente; por ejemplo: «El Padre es mayor que yo» (Jn 14, 28) y
‘Triste está mi alma hasta la muerte’» (Mt,
26, 38), y son cosas estas que le convienen según la humanidad asumida. Por el
contrario, otras veces, dice de sí cosas sublimes y divinas: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30), y «Todo cuanto tiene el Padre es mío’» (Jn 16, 15), que le competen según la
naturaleza divina» (c.27).
Además, la vida de Jesús
confirmó estas afirmaciones, porque, como nota Santo Tomás: «lo demuestran también los hechos que leemos del mismo
Señor. Pues que temió, se entristeció, tuvo hambre, murió, pertenece a la
naturaleza humana; pero que curó enfermos por su propio poder, resucitó
muertos, ejerció un dominio eficaz sobre los elementos del mundo, expulsó a los
demonios, perdonó los pecados, resucitó de entre los muertos cuando quiso y,
finalmente, que subió a los cielos, demuestran en Él un poder divino» [8].
1037. –¿LA IGLESIA HA DEFINIDO ESTE GRAN MISTERIO?
–Sí, lo hizo solemnemente en
el IV Concilio Ecuménico de Calcedonia (451) de la siguiente forma: «Ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro
Señor Jesucristo, perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad,
verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo;
consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial
con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en
el pecado (Hbr. 4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la
divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación,
engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha
de reconocer a uno solo y el mismo Cristo, Hijo, Señor unigénito en dos
naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación; en modo
alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino
conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola
persona y en una sola hipóstasis; no partido o dividido en dos personas, sino
uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo, como de
antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo y nos lo
ha transmitido el Símbolo de los Padres» [9].
De esta confesión del Concilio
de Calcedonia se sigue que la unión del Verbo divino con la naturaleza humana
de Cristo no se realizó fundiéndose las dos naturalezas en una sola. Después de
la unión, las dos naturalezas permanecen perfectamente íntegras e inconcusas,
como si no se hubiera realizado la unión de ambas con la persona divina del
Verbo. No se fusionaron, por tanto, entre sí para constituir una sola u otra
tercera.
1038. –¿ERA NECESARIA LA ENCARNACIÓN DEL VERBO
–La Encarnación no era
necesaria de modo absoluto, o imprescindiblemente, para la salvación del
hombre, y, con ello, para la satisfacción y reparación de su pecado. Reconoce
Santo Tomás, en la Suma teológica, que
la justicia divina: «exige del género humano una
satisfacción por el pecado». Sin embargo, Dios: «si hubiera querido sin
satisfacción alguna liberar al hombre del pecado, no hubiera obrado contra su
justicia».
No ocurre así en la justicia
humana, porque: «no puede perdonar la culpa o la
pena, respetando la justicia, aquel juez que debe castigar la culpa cometida,
sea contra otro hombre, sea contra la comunidad entera, sea contra un
gobernante superior». El juez es sólo un administrador de justicia, que
debe actuar conforme a ella. No ocurre así en Dios, porque: «Dios no tiene superior y Él es el bien común y el bien
supremo de todo el universo».
Por consiguiente: «si Dios perdona un pecado que tiene razón de culpa,
porque se comete contra El, a nadie hace injuria. Como el hombre que
misericordiosamente perdona, sin exigir satisfacción, una ofensa cometida
contra Él, no comete injusticia». Dios no está supeditado a una justicia
independiente o superior a Él. En Dios, «la justicia depende de su misma voluntad» [10]
, y, por ello, «Él es la misma justicia» [11].
Lo confirma la misma Escritura, porque: «David,
cuando pedía misericordia, decía: «Contra a ti solo pequé» (Sal 50, 6),
como si dijera: «Sin injusticia puedes perdonarme» [12],
ya que únicamente a Ti te ofendí y Tú eres el juez supremo.
El condonar, o el exigir sólo
una satisfacción inferior por justicia imperfecta, o una reparación totalmente
fuera de la justicia, serían actos de la misericordia divina, pero no
contrarios a su rigurosa justicia, porque: «cuando
Dios usa de misericordia, no obra contra su justicia, sino que hace algo que
está por encima de la justicia, como el que diese de su peculio doscientos
denarios a un acreedor a quien no debe más que ciento, tampoco obraría contra
la justicia; lo que hace es portarse con liberalidad y misericordia».
Igualmente: «hace el que
perdona las ofensas recibidas, y por esto San Pablo llama «donación» al perdón, al escribir: «Donaos unos a otros como Cristo os donó» (Ef 4,
32). Por donde se ve que la misericordia no destruye la justicia, sino que, al
contrario, es su plenitud. Y por esto dice el apóstol Santiago: «la misericordia aventaja al juicio» (Sant 2, 13)».
1039. –¿POR LA JUSTICIA ESTRICTA Y PERFECTA DE DIOS FUE
NECESARIA LA ENCARNACIÓN?
–La Encarnación del Verbo fue
absolutamente necesaria en el orden de la justicia estricta y perfecta, porque,
como ha notado Royo Marín, en este plano, «para una
satisfacción condigna», o rigurosa, «se
requiere no sólo la igualdad entre lo debido y lo pagado», que podía
haber sido con la concesión de una gracia para pagar lo debido, y así reparar
la deuda contraída por el pecado, aunque hubiera sido según una justicia
imperfecta, porque Dios habría dado lo que después se le devuelve, tal como
ocurre con el mérito de toda gracia.
También se precisa: «la igualdad entre el acreedor y el que satisface la
deuda. Pero sólo el Verbo –u otra cualquiera de las personas divinas– puede
reunir estas condiciones tomando carne humana. Luego, en este supuesto, la
Encarnación era absolutamente necesaria para la redención del género humano».
Advierte asimismo el teólogo
tomista que el pecado: «abrió entre Dios y los
hombres un abismo infinito, imposible de rellenar por parte del hombre, si Dios
le exigía una reparación de justicia estricta (…) Sólo un Hombre-Dios podía
salvar la distancia infinita entre Dios y nosotros, y pagar la deuda totalmente
y con bienes propios» [13].
Hay que advertir, por último,
que, según Santo Tomás, aunque Dios hubiera podido perdonar el pecado sin la
reparación por justicia estricta y perfecta, como se ha dicho, sin embargo, por
la Encarnación, y más concretamente por la pasión de Cristo, fue mayor su
misericordia. La razón que da es la siguiente: «La
liberación del hombre por la pasión de Cristo convenía tanto a la misericordia
de Dios como a su justicia. A la justicia, porque mediante la pasión satisfizo
por el pecado del género humano, y así fue el hombre liberado por la justicia
de Cristo. Convenía también a la misericordia, porque no pudiendo el hombre
satisfacer por sí mismo el pecado de toda la naturaleza humana, Dios le dio a
su hijo como satisfactor (…) Y esto fue mayor misericordia que si hubiera
perdonado los pecados sin satisfacción alguna» [14].
1040. –¿LA ENCARNACIÓN FUE ENTRE TODOS LOS MODOS
POSIBLES DE REDENCIÓN EL MÁS CONVENIENTE?
–Sostiene Santo Tomás que la
Encarnación considerada en cuanto a la misma naturaleza de Dios fue
convenientísima, porque: «la naturaleza de Dios es
la bondad. Por tanto, todo cuanto pertenece a la razón de bien conviene a
Dios». Como: «a la razón de bien pertenece
el comunicarse a los demás, y asi lo expresa Dionisio (Nom. Div.,
4, 20), pertenece a la razón de bien sumo el
comunicarse a la criatura de modo supremo.
Este modo sumo de comunicación
se da en la Encarnación. «Esta comunicación
soberana se verifica cuando Dios «une a sí la naturaleza creada de manera tal
que se constituye una sola persona de tres realidades: el Verbo, el alma y la
carne», o cuerpo, como dice San Agustín (Trin., XIII, 17)». Por consiguiente: «fue
conveniente que Dios se encarnara» [15].
Tal conveniencia no supone
necesidad para Dios. La Encarnación fue una comunicación externa y finita, no
como la que realiza Dios en su actividad de su naturaleza con sus procesiones
internas. Además: «el misterio de la Encarnación no
implica cambio alguno en Dios, pues uniéndose a la criatura, o, mejor dicho,
uniendo la criatura a sí mismo, es ella la que cambia, y no Él». Lo que
no implica dificultad alguna, porque: «la criatura
es mutable por naturaleza, y no hay inconveniente en que no exista siempre de
la misma manera. Y por eso así como la criatura comenzó a existir sin haber
existido antes, así también fue conveniente que, no estando unida a Dios desde
el principio, le fuese unida después» [16].
La Encarnación se debe a la voluntad amorosa y libre de Dios.
También fue convenientita la
Encarnación para que se nos manifestaran varios atributos divinos, porque: «parece muy conveniente que las cosas invisibles de Dios
se manifiestan por medio de las visibles. Para esto fue creado el mundo, como
enseña San Pablo: «lo invisible de Dios es conocido mediante sus obras» (Rm
1, 20). Pero según dice San Juan Damasceno, por el misterio de la Encarnación: «se muestran a un tiempo la bondad, la sabiduría, la
justicia y el poder de Dios», o la virtud de: «la
bondad, porque no despreció la flaqueza de nuestra propia carne; la justicia,
porque por ese mismo misterio venció al tirano y arrancó al hombre de la
muerte; la sabiduría, porque halló la mejor solución al problema más difícil; y
el poder, o la virtud, infinito, porque no existe nada mayor que hacerse
hombre» (La fe ortodoxa, c. 1)» [17].
1041. –¿LA REDENCIÓN POR LA ENCARNACIÓN FUE NECESARIA
PARA AL GÉNERO HUMANO?
–Explica Santo Tomás que: «una cosa puede ser necesaria para alcanzar un fin de dos
modos: o como algo sin lo que la cosa no puede existir, por ejemplo, la comida,
necesaria para la conservación de la vida», es decir de manera necesaria
absolutamente. «O como algo con lo que se puede
alcanzar el fin de modo más perfecto y conveniente, por ejemplo, el caballo
para viajar», y, por tanto, con una necesidad relativa.
Si se aplica la distinción a
la Encarnación, se advierte que: «en el primer
sentido no puede afirmarse que fuese necesaria para la redención la encarnación
del Verbo, pues Dios, que es omnipotente, pudo llevarla a efecto de mil manera
distintas». También, que, en cambio: «en el
segundo sentido, si fue necesaria. Por eso dice San Agustín: «No pretendemos
que Dios, a cuya potencia todas las cosas están igualmente sometidas, no tenía
otro medio de salvarnos, sino sólo que no había modo más a propósito para
sacarnos de nuestra miseria» (Trin. 9, 10)».
Afirmación cuya verdad se
comprueba por el bien que nos hace. «En primer
lugar, por el hecho de la Encarnación, nuestra fe se hace más cierta, puesto que
cree a Dios mismo que habla (…) En segundo lugar, nuestra esperanza se
acrecienta», porque muestra lo que nos ama Dios. «En tercer lugar, nuestra caridad es inflamada sobremanera por este
misterio», pues nos hace devolver el amor a Dios por su amor, que nos ha
dado. «En cuarto lugar, se encarnó para movernos al
bien obrar, dándonos el más alto ejemplo con su vida».
Por último, en quinto lugar:
«la Encarnación es necesaria para la plena participación de la divinidad, que
constituye nuestra bienaventuranza y el fin de la vida humana, y que nos es
conferida por la humanidad de Cristo, pues, como dice San Agustín: «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios» (Serm.
128).
También queda probada la
conveniencia de la Encarnación por su utilidad para apartarnos del mal. «En
primer lugar, el hombre aprende a no tenerse en menos que el demonio ni venerar
al que es el autor del pecado (…) En segundo lugar, se nos instruye sobre la
gran dignidad de la naturaleza humana para que no la manchemos pecando (…) En
tercer lugar, porque, como dice San Agustín, para destruir la presunción del
hombre «la gracia de Dios nos ha sido dada en
Cristo sin ningún mérito de nuestra parte» (Trin. 13, 17). En
cuarto lugar, porque: «la soberbia del hombre, que
es el mayor de los impedimentos que dificultan nuestra unión con Dios, puede
ser confundida y curada por tan grande humildad de Dios» (Trin. 13, 17).
Finalmente, en quinto lugar: «para librar al hombre de su esclavitud, pues esto, como
añade el mismo San Agustín «debió hacerse de tal modo que el diablo fuese
vencido por la justicia de Jesucristo hombre» (Trin 13, 20), lo cual tuvo lugar mediante la satisfacción de Cristo por
nosotros. Un puro hombre no podía satisfacer por todo el género humano, y Dios
no estaba obligado a hacerlo; convenía, pues, que Jesucristo fuese Dios y
hombre a la vez». Nota, por último, Santo Tomás, que: «hay todavía multitud de bendiciones que se siguen de la
Encarnación, pero que sobrepasan la comprensión humana» [18].
1042. –¿EL VERBO SE HUBIESE ENCARNADO SI NO FUERA PARA
LA REDENCIÓN DEL GÉNERO HUMANO?
–Sobre esta cuestión indica
Santo Tomás que: «unos dicen que el Hijo de Dios se
habría hecho hombre aunque el hombre no hubiese pecado. Otros sostienen lo
contrario» [19].
Así, por ejemplo, a propósito de estas palabra de San Pablo: «Cristo vino a este mundo para salvar a los pecadores» (1
Tim 1, 15), dice la Glosa: «el motivo de la venida
de Cristo no fue otro que el salvar a los pecadores. Suprimid las enfermedades
y las heridas y no habrá motivo para que exista la medicina» (Glos.
Ord., VI, 117B)» [20].
Sostiene Santo Tomás que: «parece más razonable la opinión de estos últimos,
porque: «las cosas que dependen únicamente de la voluntad de Dios, y a las
cuales la criatura no tiene ningún derecho, no podemos conocerlas a no ser por
la Escritura. Y como en todos los lugares de ésta se asigna como razón de la
Encarnación el pecado del primer hombre, es mejor decir que la Encarnación ha
sido ordenada por Dios para remedio del pecado, de tal manera que, sin pecado
del que redimir, la Encarnación no habría tenido lugar».
Sin embargo, advierte, que,
con esta opinión, que parece más conforme con la Sagrada Escritura y con la de
los Padres de la Iglesia, no se supone que: «el
poder de Dios quede limitado por ello, porque el Verbo hubiera podido
encarnarse aun sin existir el pecado» [21].
1043. –EN LA PRIMERA OPINIÓN SE SOSTIENE QUE, AUNQUE EL
HOMBRE NO HUBIESE PECADO, SE HUBIESE ENCARNADO EL VERBO PARA PROPORCIONAR TODOS
LOS OTROS BENEFICIOS YA SEÑALADOS. ¿QUÉ RAZONES SE PUEDEN DAR DESDE LA MISMA
CONTRA LA OPINIÓN DEL AQUINATE?
–Santo Tomás aporta varios
argumentos que parecen probar que se hubiera dado igualmente la Encarnación sin
el pecado del hombre, y también da su respuesta a estas dificultades a su
propia posición. En la primera, se observa que, como se ha reconocido, a la
Encarnación se le deben muchos beneficios. Por tanto: «Dios
se hubiese encarnado, aunque el hombre no hubiese pecado» [22].
A ella responde Santo Tomás: «Todas las otras causas que hemos señalado de la
Encarnación se reducen al motivo principal del pecado. Pues si el hombre no
hubiese pecado hubiera podido, iluminado por la luz de la divina sabiduría, y
perfeccionado por Dios en una rectitud moral perfecta, conocer todo lo que le
era necesario. Pero, como el hombre, apartándose de Dios, se entregó a lo
corporal, fue conveniente que Dios se hiciese carne a fin de salvarle por medio
de lo corporal. Por eso dice San Agustín, comentando la expresión «el Verbo se
hizo carne» (Jn 1, 14), que «la carne te
había cegado, ahora te sana; porque Cristo vino en la carne para extinguir los
vicios de la carne» (Com. Evang. S. Jn, 1, 14)» [23].
Otra argumentación se basa en
que «es propio de la omnipotencia divina
perfeccionar sus obras y manifestarse en ellas por algún efecto infinito». Con
la Encarnación: «se manifiesta un efecto infinito
del poder divino, pues en ella dos seres distantes entre sí infinitamente, Dios
y el hombre se unen. Con lo cual parece también que alcanza su perfección
máxima el universo» [24].
Por consiguiente, el universo parece reclamar esta perfección,
independientemente que el hombre pecara.
Replica Santo Tomás que: «La omnipotencia de Dios se manifiesta en la misma
creación de las cosas de la nada. Y para la perfección del universo basta que
la criatura de un modo natural se ordene a Dios como a su fin. Más que la
criatura se una en persona a Dios rebasa el ámbito de su perfección natural» [25],
unión que se da en la Encarnación.
1044. –DIOS SE ENCARNÓ PARA QUITAR EL PECADO. ¿QUÉ
FUE LO QUE REDIMIÓ EL PECADO ORIGINAL, HÁBITO LEGADO POR ADÁN, O LOS PECADOS
ACTUALES, QUE COMETE CADA HOMBRE?
–Sostiene Santo Tomás que: «Cristo vino a este mundo no sólo para borrar el pecado
original, que se transmite de unos a otros, sino también para borrar todos los
pecados cometidos ulteriormente», los pecados actuales o personales.
Advierte seguidamente que: «Esto no quiere decir que todos los pecados se perdonen
de hecho –y esto por culpa de los hombres que no se adhieren a Cristo, según la
expresión de San Juan: «Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz» (Jn 3, 19)–, sino que Cristo ofreció una
satisfacción suficiente para la expiación de todo pecado. Pues como escribe San
Pablo, «no es el don como fue el pecado, pues por
el pecado de uno solo vino el juicio para condenación; más el don, después de
muchas transgresiones, acabó en la justificación» (Rm 5, 15-16)» [26].
Al respecto, notaba San John
Henry Newman que: «La necesidad que tenemos los
pecadores de purificarnos de vez en cuando de las culpas que se nos acumulan
constantemente y gravan nuestra conciencia. Siempre estamos pecando y aunque
Cristo ha muerto una vez para siempre para librarnos del castigo, sin embargo,
no hemos sido perdonados de una vez para siempre, sino según y cuando cada uno
de nosotros implora ese don» [27].
Recordaba que los cristianos,
o: «criaturas regeneradas por el Bautismo, y aunque
esa regeneración los ha purificado definitivamente, siempre están obligados a
rociar la sangre de Cristo sobre su conciencia, a renovar, por así decir, su
Bautismo».
La razón es porque: «tenemos la misma naturaleza de Adán, en el mismo sentido
que si no hubiera habido Redención en el mundo. Sí: la redención ha llegado a
todo el mundo, pero el mundo no por eso se ha transformado de arriba abajo;
este cambio, no es el que Cristo ha traído. Nosotros cambiamos uno por uno, la
raza humana es lo que era, pecadora; lo mismo que antes de la venida de Cristo,
con las mismas malas pasiones, la misma voluntad esclavizada. La historia de la
redención, para realizarse, debe comenzar con cada uno de nosotros, y continuar
durante toda la vida» [28].
Sobre el pecado original y su
importancia, observaba que para el hombre: «Es muy
humillante y a la vez la única verdadera introducción a la predicación del
Evangelio» [29].
Añade, para explicarlo, que es un hecho de experiencia que: «los hombres se avergüenzan de su baja cuna o de tener
delincuentes en la familia. Pues bien, ese tipo de vergüenza es el que se le
impone a todo hijo de Adán. «Tú primer padre fue un pecador» esa es la leyenda
que llevamos en la frente; el signo de la Cruz no ha hecho más que borrar la
mancha, pero dejando la marca. Esa es nuestra vergüenza; pero hago notar aquí
que no tanto para humillarnos, sino para incitar nuestras conciencias a la
necesidad de comparecer ante Dios en momentos establecidos»
[30].
No se puede negar que, aunque
sea momentáneamente, damos entrada a «la idea de la
riqueza y el esplendor», y también a «la
envidia, la amargura, la ira, la vanidad, la impureza, el orgullo» [31]
y otras cosas parecidas. Estos «malos
pensamientos», que se nos «meten en la
cabeza como dardos» [32],
y que se reciben «con una prontitud y un apego» [33]
como algo natural: «son buena prueba de lo sucia y
odiosa que es nuestra naturaleza» [34].
Comenta seguidamente: «¡Qué cantidad de miseria en un solo día, la suciedad
nada más que de tocar ese cuerpo muerto del pecado que, sí, lo hemos echado
fuera en el Bautismo, pero lo llevamos colgando, atado a nosotros mientras
vivimos aquí abajo, y es el puente abierto por el que el Enemigo nos asalta. La
mancha de la muerte está en nosotros, y la peste que nos cerca de seguro
acabará por asfixiarnos si Dios no nos limpia día tras día».
1045. –¿LOS PECADOS ACTUALES SÓLO PROCEDEN DE LA
NATURALEZA PECAMINOSA?
–Explica Newman que las
tentaciones que surgen de nuestra naturaleza, son aprovechadas por el demonio,
para que sus incitaciones al mal sean recibidas como de manera connatural. «Satanás tienta a través de la naturaleza (humana) y no
contra ella», También incrementan estas tentaciones nuestros anteriores
pecados cometidos por ellas. Más concretamente: «los
hábitos de pecado que añadimos a nuestra mala naturaleza antes de volvernos a
Dios. He aquí otra fuente de corrupción. En lugar de purgar los elementos malos
dentro de nosotros quizá hemos consentido en ellos durante años, y es seguro
que han dado sus frutos de muerte. Así pues, el pecado de Adán crece y se
multiplica en nosotros» [35].
De manera que, como
consecuencia de los anteriores pecados, se comete mucho: «pecado inadvertido, inevitable, resultado de anteriores
transgresiones, sale aún de nuestros corazones todos los días con sólo actuar y
pensar. Así mediante los pecados de juventud, el poder de la carne se ejerce
sobre nosotros como una segunda naturaleza, creadora de pecado, que ayuda a la
malicia del demonio» [36].
Testimonio de sus continuos
pecados, son las preguntas que sobre sí mismo puede formularse todo hombre.
Puede preguntarse si no es: «áspero y de mal genio, poco dado a perdonar, despiadado
o despectivo, arrogante, seguro de sí mismo; si no es aficionado a las fútiles
modas del mundo, ansioso de la amistad de los grandes y de participar en los
refinamientos de la buena sociedad, si no se ha entregado a una actividad tan
absorbente que la impide pensar en su Dios y Salvador» [37].
En cambio, podemos: «correr un riesgo si vamos por la vida descuidadamente y
sin pensar, seguros de haber sido salvados por Dios de una vez, bien sea en el
Bautismo, o –según creemos– en algún momento de arrepentimiento, o –según
imaginamos– en el mismo momento de la muerte de Cristo (como si la entera raza
humana hubiera sido perdonada y elevada de una vez y para siempre)».
Hay todavía otra posibilidad: «aún peor, si profanamente dudamos de que el hombre haya
caído nunca bajo la maldición, y confiamos vanamente en la misericordia de Dios,
sin advertir la auténtica miseria y el peligro infinito que supone el pecado» [38].
El hombre en este caso vive: «ignorante de la
profundidad de sus culpas y confiado presuntuosamente en su inocencia –eso
cree– y en la misericordia de Dios» [39].
1046. –¿NO PARECE QUE CRISTO, SEGÚN LO DICHO, VINIERA
PRINCIPALMENTE PARA BORRAR LOS PECADOS ACTUALES O PERSONALES?
–En el mismo lugar, nota
finalmente Santo Tomás que: «Cristo vino
principalmente para borrar el pecado más grande. Pero una cosa puede ser mayor
que otra de dos modos. Primero intensivamente: como es mayor la blancura cuanto
es más intensa. De este modo es mayor el pecado actual que el original, porque
es más voluntario». En este sentido, nuestros pecados, que no son como
el pecado original, una especie de hábito, fueron satisfechos principalmente
por Cristo.
Sin embargo, como se puede
considerar la gravedad del pecado: «en segundo
lugar, extensivamente: como se dice mayor la blancura que ocupa una superficie
más amplia. Y de este modo, el pecado original, que ha corrompido todo el
género humano, es mayor que cualquier pecado actual, que es propio solamente de
la persona que lo comete. Bajo este respecto, Cristo vino principalmente para
borrar el pecado original» [40].
1047. –¿FUE CONVENIENTE QUE LA ENCARNACIÓN SE
REALIZASE EN EL MOMENTO DE LA HISTORIA EN QUE OCURRIÓ?
–Sobre esta cuestión afirma
Santo Tomás que: «Dios se encarnó en el momento más
oportuno». Por su sabiduría y su bondad, dispuso que fuese en el tiempo
más idóneo y beneficioso. Lo confirma: «lo que se
dice en la Epístola a los galatas: «Cuando vino la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gal 4, 4); a cuyo
propósito comenta la Glosa: «la plenitud de los tiempos es la época fijada por Dios
Padre para enviar a su Hijo» (Glosa de Pedro Lombardo de las
epístolas de San Pablo)».
1048. –¿LA ENCARNACIÓN HUBIERA SIDO CONVENIENTE AL
PRINCIPIO DE LA CREACIÓN?
–Como «Dios
lleva a cabo todas las cosas sabiamente», se puede sostener que: «no fue
conveniente que se encarnase al principio del mundo» [41].
Argumenta seguidamente, Santo Tomás, en primer lugar, que no hubiera sido
conveniente que la Encarnación hubiese tenido lugar con anterioridad del pecado
del hombre, porque, dado que: «la obra de la
Encarnación se ordena principalmente a la reparación de la naturaleza humana
por la abolición del pecado, es cosa clara que no fue conveniente que Dios se
hiciese hombre antes del pecado, pues la medicina se aplica a los enfermos y no
a los sanos, según dice el Señor: «No está
el médico para los que gozan de buena salud, sino para los enfermos; yo no he
venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 12-13)».
En segundo lugar, sostiene
Santo Tomás que: «tampoco fue conveniente que Dios
se hiciese hombre, inmediatamente después de la caída». Una razón es la
siguiente: «del mismo pecado que tuvo su origen en la soberbia, era preciso que
el hombre para ser salvado, se humillase y reconociera la necesidad de un
libertador».
Otra, es por: «el orden de progreso en el bien, que exige el que se
vaya de lo imperfecto a lo perfecto» [42].
Se dio así el sucesivo perfeccionamiento de la ley, la ley natural por la ley
de la Escritura, y esta por la ley del amor de Cristo [43].
Además, explica Santo Tomás que: «sobre lo que dice San Pablo a los gálatas: «Promulgada por ángeles, por mano de un mediador» (Gal
3, 19), comenta la Glosa: «Es un designio magnífico de Dios el que después de la
caída del hombre, no enviase inmediatamente a su Hijo. Dejó primero al hombre a
su libre arbitrio para que, en la ley natural, experimentase sus propias
fuerzas. Después cuando decayó, Dios le dio la ley; con la cual aumentó el mal,
no por defecto de la ley, sino de la naturaleza viciada. Dios permitía esto
para que el hombre, reconociendo su propia debilidad, llamara al médico y buscase
el auxilio de la gracia» (Glosa ord. VI, 83B)» [44].
Una tercera razón de la
conveniencia de la posterioridad del momento de la Encarnación se debe a: «la dignidad misma del Verbo encarnado. Porque otra Glosa,
comentando la expresión de San Pablo «cuando llegó la plenitud de los tiempos» (Gal
4, 4), dice que «cuanto más grande era el juez que
venía, tanto más larga debía ser la serie de profetas que le precediese» (Glosa
de Pedro Lombardo de las epístolas de San Pablo)».
1049. –¿NO PODÍA HABERSE DIFERIDO LA ENCARNACIÓN
HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS?
–Muestra Santo Tomás que no
sólo no era conveniente que la Encarnación se hubiese realizado antes del
pecado de Adán, ni en seguida de haberlo cometido, sino que tampoco debía ser
al fin del mundo. No podía ser muy al final de la historia: «para que no se entibiase la fe con el excesivo
transcurso del tiempo. Porque, cuando se acerque el fin del mundo, «se enfriará
la caridad de muchos» (Mt 24, 12). Y San Lucas dice: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿crees que encontrará
fe sobre la tierra?» (Lc 18, 18)».
Un segundo motivo, que da
Santo Tomás, es el siguiente: «La naturaleza humana
alcanza en la Encarnación la plenitud de la perfección, y por eso no convenía
que el Verbo se hiciese hombre desde el principio. Pero, por otra parte, el
Verbo encarnado es causa eficiente de la perfección humana, pues, como dice San
Juan, «de su plenitud recibimos todos» (Jn 1, 16) y, por ello, no debía
aplazarse la Encarnación hasta el fin del mundo. Lo
que ocurrirá al fin de los tiempos será la consumación de la gloria, a la cual
el Verbo encarnado debe conducir la naturaleza humana».
El tercero, lo encuentra en lo
que se dice en el libro Cuestiones del Antiguo y
Nuevo Testamento: «Está en manos del
donante el tiempo y la proporción en que quiera ejercer la misericordia. Por
eso vino Cristo cuando juzgó que el socorro era oportuno y que tal beneficio
había de ser agradecido. Cuando el conocimiento de Dios comenzó a oscurecerse
entre los hombres y las costumbres empeoraron por una cierta dejadez, Dios se
dignó enviar a Abraham, para que se convirtiese en ejemplo de un conocimiento
de Dios y de unas costumbres renovados. Y por seguir siendo lánguida la
veneración debida a Dios, envió por medio de Moisés la Ley escrita. Y porque
los gentiles la despreciaron no sometiéndose a ella, y por no observarla ni
siquiera los que la recibieron, el Señor, guiado por su misericordia, envió a
su Hijo para que, una vez concedido a todos los hombres el perdón de los
pecados, los ofreciese al Padre justificados» ( Pseudo-San Agustín,
Ambrosiaster, I, c. 83)».
Comenta Santo Tomás que: «si se hubiera aplazado este remedio hasta el último día,
hubiesen desaparecido totalmente de la tierra el conocimiento de Dios, la
reverencia a Él debida y la honestidad de las costumbres».
Por último, nota que el
momento en el que el Verbo se encarnó permitió que: «la
omnipotencia divina», pudiera salvar: «al
hombre de múltiples formas: no sólo por la fe en Cristo futuro, sino también
por la fe en Cristo presente y pasado» [45].
De este modo Cristo estuvo por la fe como Salvador en los tres períodos del
tiempo de la historia, que marcaron su venida. En el futuro, en el Antiguo
Testamento, como el Mesías esperado; en el presente, en su vida terrena; y en
el pasado, en el tiempo después de la Encarnación hasta su nueva venida. Por
consiguiente, la época en que se realizó la Encarnación permitió que, aunque de
distintas maneras, la redención de Cristo abarcara a toda la historia de la
humanidad.
Eudaldo Forment
[1] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 27.
[2] Jn 1, 14.
[3] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III,
prol.
[4] Francisco Canals Vidal, Los siete primeros
concilios. La formulación de la ortodoxia católica, Barcelona, Editorial
Scire, 2003, pp.80-81.
[5] Ibíd., p. 81.
[6] Ibíd., p. 82,
[7] Ibíd., pp. 82-83.
[8] Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles,
IV, c. 27.
[9] Dz–Sch 148.
[10] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 2, ad 3.
[11] Ibíd., III, q.
46. a. 2, ob. 3.
[12] Ibíd., III,
q. 46, a. 2, ad 3.
[13] Antonio Royo
Martín, Jesucristo y la vida cristiana, Madrid, BAC, 1961, p. 30.
[14] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 1, ad 3.
[15] Ibíd., III,
q. 1, a. 1, in c.
[16] Ibíd., III,
q. 1, a. 1, ad 1.
[17] Ibíd., III,
q. 1, a. 1, sed c.
[18] Ibíd., III,
q. 1, a. 2, in c.
[19] Ibíd., III,
q. 1, a. 3, in c.
[20] Ibíd., III,
q. 1, a. 3, sed c.
[21] Ibíd., III,
q. 1, a.3, in c.
[22] Ibíd., III, q.
1, a. 3, ob. 1.
[23] Ibíd., III,
q. 1, a. 3, ad 1.
[24] Ibíd., III, q.
1, a. 3, ob. 2.
[25] Ibíd., III,
q. 1, a. 3, ad 2.
[26] Ibíd., III,
q. 1, a. 4, in c.
[27] John Henry
Newman, Sermones parroquiales, Madrid, Ediciones Encuentro, p. 2007,
vol. I, serm. 7, pp. 108-118, p. 108.
[28] Ibíd., p.
109
[29] Ibíd., p.
111.
[30] Ibíd., p.
112.
[31] Ibíd., p. 113.
[32] Ibíd., p. 112.
[33] Ibíd., p. 113
[34] Ibíd., p. 112.
[35] Ibíd., p. 113.
[36] Ibíd., pp.
113-114.
[37] Ibíd., p. 118.
[38] Ibíd., p. 110.
[39] Ibíd., p. 118.
[40] Santo Tomás de
Aquino, Suma teológica, III, q. 1, a. 4, in c.
[41] Ibíd., III,
q. 1, a. 5, sed c.
[42] Ibíd., q. 1,
a. 5, in c.
[43] Cf. ÍDEM, Exposición
de los dos mandamientos de la caridad y de los diez mandamientos,
Prol. I.
[44] ÍDEM, Suma
teológica, III, q. 1, a. 5, in c.
[45] Ibíd., III,
q. 1, a. 6, in c.
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