Hace mucho tiempo que hemos
incardinado los comentarios acerca de la obra de la Venerable Marta Robin
(francesa ella, de nacimiento y de nación) en la serie sobre la oración. Sin embargo, es de recibo reconocer
que desde hace mucho tiempo, también, no trata lo que traemos aquí de
oraciones, en sí mismas consideradas (algunas veces sí, claro) sino de textos
espirituales que nos pueden venir muy bien, primero, para conocer lo más
posible a una hermana nuestra en la fe que supo llevar una vida, sufriente, sí,
pero dada a la virtud y al amor al prójimo; y, en segundo lugar, también nos
vendrá más que bien a nosotros, sus hermanos en la fe que buscamos, en ejemplos
como el suyo, un espejo, el rastro de Dios en una vida ejemplar que seguir.
SOBRE LA PASIÓN EN SÍ MISMA VIVIDA – UN
REGALO DE CRISTO
Marta Robin vivió la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo desde 1930. Y es que entre desde el jueves por la
noche (21 horas) hasta el mediodía del domingo, pasó por los estados físicos
que sufrió el Mesías.
Pues bien, nuestra Venerable
francesa describe la íntima comunión con Jesucristo que le permite, como dice
el autor del libro aquí traído, “sobrepasar el
sufrimiento para encontrar el Corazón de Cristo”: “Te dono mi propia cruz roja de mi sangre divina.
Recíbela, mi Bien Amada, como el más rico presente de mi Corazón, como el más
elevado testimonio de mi Amor”.
Es bien cierto que esto se lo dice Jesucristo a la Venerable Marta Robin
pero no es menos cierto que bien nos lo podemos aplicar nosotros mismos,
hermanos de Marta y del mismo Hijo de Dios. Y es que, aunque, sea bien cierto y verdad que la Pasión vivida por
nuestra hermana en la fe era algo muy personal, no es menos cierto que, como lo
recibido de parte de Cristo es un ser divino y eterno, como si se tratase (que
lo era) de la misma Palabra de Dios, bien podemos hacer uso espiritual de
aquello.
Pues bien, los católicos tenemos, por la cruz, un amor que nunca puede
ser tenido por desmedido o exagerado. Y es que de aquel instrumento de tortura (porque así estaba concebido
y así lo era) nosotros obtenemos la imagen perfecta del amor de Dios y, por
ende, de su Hijo Jesucristo que vino al mundo, precisamente y no por casualidad,
para morir así… perdonando y obteniendo la vida eterna para sus hermanos los
hombres.
Cristo, en su Cruz colgado, le recuerda a Marta Robin, entrega su Sangre. Aquella Sangre no era una sangre
cualquiera (lo era, sí, en cuanto hombre que era Cristo) sino que, al ser Dios
hecho hombre, corría por las venas del Maestro la salvación misma, lo que damos
en llamar vida eterna, Cielo, Bienaventuranza y Visión Beatífica.
Todo eso, pues, le dona Jesucristo a la Venerable Marta Robin. Y alguien podría decir
que lo podía haber hecho de una forma menos terrible por los sufrimientos que
padecía ella. Sin embargo, como los caminos de Dios ya sabemos cómo son, no
vamos a tratar de averiguar las razones que llevaron al Todopoderoso a permitir
(pues no es algo común a todos los hijos del Creador) que una persona enferma
y, para el mundo, a poco tener en cuenta, pasara por el mismo Calvario que pasó
su Hijo hace dos mil años. Pero eso es lo que le
sucedió a Marta Robin y de aquella realidad bien podemos obtener frutos,
también, nosotros.
El caso es que lo que le dice Cristo a Marta es que dona su Cruz. Pero no una Cruz
cualquiera ni, aunque fuera la misma en la que lo colgaron, antes de que lo
colgaran. Hasta entonces no era más, ni menos, que un instrumento de tortura de
madera. No. Lo que le dona es la
Cruz iluminada con su Sangre divina. Entonces aquellos maderos pasaron
de ser unos simples partes de un árbol a ser instrumento de redención, de
perdón y, en fin, de Amor de Dios. Y eso es lo que Jesucristo entrega a Marta
Robin. Ni más (por ser mucho ya), ni menos (por la importancia que tiene tal
tipo de Cruz).
Pero es que aquella Cruz estaba relacionada directamente con el Corazón
del Hijo de Dios. Y eso suponía, para ella y también para nosotros, que tener a la Cruz
por realidad crucial (valga la redundancia) en nuestra vida, en la vida de la
propia Venerable, no era algo, digamos, sin importancia o poco importante sino,
al contrario: algo sobre lo que sostener una vida,
un quehacer, un mirar hacia el Cielo.
No hace poco, pues, Jesucristo, haciendo eso por su amada Marta
Robin. Y no
hace poco porque, como dice Él, es un testimonio de su Amor siendo, como lo
era, el “más elevado”. Y es que ¿puede haber algo más elevado que entregar la vida por
los amigos?
Eleuterio Fernández Guzmán
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