viernes, 8 de septiembre de 2017

TODA SU VIDA FUE A BRUJOS Y ADIVINOS E HIZO RITUALES; UNA NIÑA ATENDIDA POR UN EXORCISTA LE ASUSTÓ


¿Quieres confesarte?, le preguntó un cura en la Almudena de Madrid.

Leonardo Paredes cuenta en HM Televisión cómo dejó el mundo de la adivinación y la brujería.

Leonardo Paredes, argentino de Buenos Aires, hijo de uruguayos, nació en una familia católica pero no practicante. Sus padres se separaron cuando él tenía un año y medio. Él no llegó a terminar los estudios de bachillerato, y como otros en su familia empezó a trabajar muy pronto, a los 14 años. Trabajaba mucho, conseguía dinero siendo muy joven, con parte apoyaba la familia y el resto lo gastaba en diversiones.

COSTUMBRE DE IR A BRUJOS Y VIDENTES

Cuenta en el programa de testimonios Cambio de Agujas de HM Televisión que su familia tenía mucha tradición de acudir a brujos y videntes. Los brujos, por ejemplo, les daban velas para poner en el pesebre en Navidad, "una locura", recuerda.

Al crecer él fue profundizando en el mundo de la brujería y animaba a sus amigos a acudir a los adivinos que él frecuentaba. "Gracias a Dios que no llegué a ser tarotista", aunque recuerda que se lo planteó.

"Piensa que hay brujos que viven engañados y piensan que están haciendo cosas buenas, invocando...", dice más adelante.

SENTIR PRESENCIAS, RUIDOS, COSAS QUE CRUJEN...

"Cuando entras en ese mundo empiezas a ver y a notar cosas", afirma. "Estás durmiendo y notas una presencia que se acuesta a tu lado. Miras y no hay nada, obviamente. Sientes que te tocan. Tienes pesadillas en las que te levantas todo sudado. Donde vivía, sentía pasos en las baldosas que estaban flojas. La cama temblaba. En el momento que pisas la casa de un brujo estás abriendo la casa al demonio. Te vas aislando, te va separando de tu familia, amigos. No al principio, pero al final pasa".

A los 26 años intentaba retomar el bachiller. No avanzaba ni en estudios ni trabajando. Y le cansaba la inseguridad en las calles de Argentina. Un amigo le invitó a ir a España y se ubicó en Madrid, cerca de la catedral de la Almudena.

UN CURA EN LA ALMUDENA DE MADRID

En Argentina él ya hacía un tiempo que iba a misa, aunque sin reflexionar sobre la fe, como una costumbre. Y en España iba a la Almudena. "Yo me quedaba siempre atrás. Y me vio el padre Alberto, que aún está allí, y me dijo: '¿no te quieres confesar?'" Hablando con este sacerdote le comentó que buscaba trabajo. "Ah, rezaré por ti", dijo el padre Alberto. Y cinco días después le salió un trabajo.

Él empezó a pensar que en la iglesia, en los curas, había un cierto poder, como el de los brujos, para "conseguir cosas". Aumentó su presencia en misa, acudió más a confesarse.

Y un día quien encontró en el confesionario era "el padre Enrique, qué casualidad, exorcista". Le contó de su trato con brujos y de esas experiencias con presencias extrañas.

El padre Enrique le explicó que había hecho mal al acudir a los brujos, le habló de los peligros espirituales a los que se exponía, "y así se me abrió un mundo, fue como que me sacaran una venda de los ojos".

ORACIONES DE LIBERACIÓN... Y EFECTOS FÍSICOS

El padre Enrique le llevó a un espacio anexo de la catedral para hacer oraciones de liberación por él en varias sesiones. Él había estado con brujos y chamanes que le habían dado alimentos. En otros casos, le habían puesto a bañarse desnudo a oscuras en un baño ritual. En estas oraciones de liberación sentía efectos físicos, ganas de vomitar.

Pero su convencimiento de que el demonio actuaba y estaba interesado en él fue cuando una niña, a la que el padre Enrique también atendía con exorcismos, lo miró con una mirada maligna, "como de película". Ahí fue cuando decidió cambiar plenamente.

UN PROCESO PARA CRECER EN LA FE

Muchos domingos trabajaba, pero siempre que podía iba a misa. Dejó de vivir con su novia, que volvió a Argentina. Peregrinó a Lourdes. Conoció a seminaristas operarios del Reino de Cristo de Toledo, que le explicaron más cosas de la fe.

Más adelante conoció a una chica, no practicante, con un hijo. Él la acercó poco a poco a la Iglesia. Con las Siervas del Hogar de la Madre crecieron en la fe y aprendieron sobre la moral matrimonial cristiana. Se casaron y tuvieron un hijo y siguen creciendo en la fe.

"Me da pena ver mucha gente que va perdida, no profundiza, no se moja", explica finalmente. 


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