martes, 19 de septiembre de 2017

¿QUÉ HACÍA PÍO XI EN 1936?


¿QUÉ HACÍA PÍO XI EN 1936? (1)
Vamos a conocer el episodio de la vida de algunos santos durante los trágicos días de la persecución religiosa en la España de 1936. Hoy nos acercamos al Pontífice reinante durante los años de la gran persecución (1931-1939).

Aquiles Ratti, nació en Desio, cerca de Milán, el 31 de mayo de 1857, en el seno de una familia acomodada y muy respetada. Tras realizar sus estudios en el seminario de Milán, fue ordenado sacerdote el 27 de diciembre de 1879. En 1907 fue nombrado prefecto de la Biblioteca Ambrosiana de la capital lombarda, y en 1911 san Pío X le nombró viceprefecto de la Biblioteca Vaticana; y tres años después, director. Hombre de ciencia dedicado al estudio, el futuro Papa publicó en aquel periodo varios estudios sobre la historia de la Iglesia, la paleografía, la historia del arte y la literatura.

Era también conocido como uno de los alpinistas más atrevidos de su tiempo. En 1889 fue el primero en vencer la cumbre del monte Dofour, situado en la sierra del Monte Rosa, hazaña que cuenta en sus recuerdos de alpinista. Bajo estas líneas, monseñor Ratti (en el centro) junto a otros montañistas.
 
En 1918, aprovechando su gran habilidad para los idiomas, el Papa Benedicto XV lo envía a Polonia, primero como visitador apostólico, y al año siguiente como nuncio, nombrándolo para ello arzobispo titular de Lepanto. Para un erudito que ya cargaba con más de sesenta años a cuestas, el ir a su primera misión diplomática era realmente un reto, y más aún porque esta tarea nada tenía de sencilla. Acostumbrado acaso a luchar por conquistar las cumbres más difíciles, Achille, con mucha habilidad y coraje, supo llevar a cabo con éxito la misión encomendada. Por entonces su celo pastoral se mostró tan intenso que en agosto de 1920, cuando el ejército bolchevique se acercaba amenazante a las puertas de Varsovia, monseñor Ratti se negó a abandonar la cuidad.

En 1921 el Papa Benedicto XV lo llamó de vuelta a Italia, lo nombró arzobispo de Milán y le otorgó el capelo cardenalicio. Pocos meses después el cardenal Achille Ratti sería elegido para suceder a S.S. Benedicto XV en la Sede de Pedro. Con el nombre de Pío XI él tomaba ahora en sus manos el timón de la barca de Pedro. Era, según los cardenales norteamericanos, admirablemente equilibrado, sencillo y natural. Admirador de Dante y de Manzoni, no abandonó nunca los estudios y la lectura.

Por su extensa actividad, Pío XI habría de merecer diversos títulos: «el Papa de las encíclicas», por haber escrito una treintena de estas; «el Papa de los concordatos», al buscar mejorar las condiciones de la Iglesia en diversos países mediante la firma de 23 convenios; «el Papa de la Acción Católica», pues uno de los principales objetivos de su pontificado fue organizar a los laicos a través de la Acción Católica, con el fin de cristianizar todos los sectores de la sociedad; «el Papa de las misiones», por su impulso a la actividad misionera y, «el Papa de las canonizaciones», por haber elevado a los altares a 33 santos y haber dado cauce en su pontificado a 500 beatificaciones. Entre los santos proclamados por este Papa se encuentran santo Tomás Moro, san Juan María Vianney, san Roberto Belarmino, por decir algunos. Entre las canonizaciones más recordadas se encuentran las de santa Teresa de Lisieux (1925), san Juan Bosco (1934), y santa Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes, esta última proclamada santa durante el Jubileo de la Redención (1933). ​ Además, durante su papado también proclamó Doctores de la Iglesia a San Juan de la Cruz y san Alberto Magno.

SOBRE ESPAÑA

Alguna de sus encíclicas nos dan razón de sus grandes preocupaciones: Acerba animi (1932), denuncia de las injustas condiciones a que fue sometida la Iglesia católica en Méjico; Mit brennender Sorge (1937), una explícita condena de las doctrinas nazis, así como las comunistas serían condenadas en la Divina Redemptoris promissio, que salió cinco días después; y Dilectissima nobis (1933), en la que, reflexionando sobre la situación que vivía España en aquellos días, defiende la libertad y la civilización cristiana.
 
El 3 de junio de 1933 el Papa daba a conocer la encíclica DILECTISSIMA NOBIS SOBRE LA INJUSTA SITUACIÓN CREADA A LA IGLESIA CATÓLICA EN ESPAÑA. Pío XI subraya que la Iglesia no está ligada a ninguna forma de gobierno, siempre que se salvaguarden los derechos de Dios y de la conciencia cristiana. El Papa denuncia no la forma republicana, sino el ataque desencadenado contra aquellos derechos mediante la aprobación de la ley sobre las confesiones y congregaciones religiosas, movida por un verdadero odio a la religión.

[…] Nos sentimos doblemente apenados al presenciar las deplorables tentativas, que, de un tiempo a esta parte, se están reiterando para arrancar a esta Nación a Nos tan querida, con la fe tradicional, los más bellos títulos de nacional grandeza. No hemos dejado de hacer presente con frecuencia a los actuales gobernantes de España -según Nos dictaba Nuestro paternal corazón- cuán falso era el camino que seguían, y de recordarles que no es hiriendo el alma del pueblo en sus más profundos y caros sentimientos, como se consigue aquella concordia de los espíritus, que es indispensable para la prosperidad de una Nación […].

Mas ahora no podemos menos de levantar de nuevo nuestra voz contra la ley, recientemente aprobada, referente a las Confesiones y Congregaciones Religiosas, ya que ésta constituye una nueva y más grave ofensa, no sólo a la religión y a la Iglesia, sino también a los decantados principios de libertad civil, sobre los cuales declara basarse el nuevo régimen español.

Ni se crea que Nuestra palabra esté inspirada en sentimientos de aversión contra la nueva forma de gobierno o contra otras innovaciones, puramente políticas, que recientemente han tenido lugar en España. Pues todos saben que la Iglesia Católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana […]. Nada de esto ignoraba el Gobierno de la nueva República Española, pues estaba bien enterado de las buenas disposiciones tanto Nuestras como del Episcopado Español para secundar el mantenimiento del orden y de la tranquilidad social. Y con Nos y con el Episcopado estaba de acuerdo no solamente el clero tanto secular como regular, sino también los católicos seglares, o sea, la gran mayoría del pueblo español; el cual, no obstante las opiniones personales, no obstante las provocaciones y vejámenes de los enemigos de la Iglesia, ha estado lejos de actos de violencia y represalia, manteniéndose en la tranquila sujeción al poder constituido, sin dar lugar a desórdenes, y mucho menos a guerras civiles […]. Por esto Nos ha causado profunda extrañeza y vivo pesar el saber que algunos, como para justificar los inicuos procedimientos contra la Iglesia, hayan aducido públicamente como razón la necesidad de defender la nueva República.

Tan evidente aparece por lo dicho la inconsistencia del motivo aducido, que da derecho a atribuir la persecución movida contra la Iglesia en España, más que a incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que «contra el Señor y contra su Cristo» fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia.

Pío XI lamentaba la separación de la Iglesia y el Estado: […] La separación no es más que una funesta consecuencia (como tantas veces lo hemos declarado especialmente en la Encíclica «Quas primas») del laicismo o sea de la apostasía de la sociedad moderna que pretende alejarse de Dios y de la Iglesia.

Al contrario los nuevos legisladores españoles […], en virtud de la Constitución y de las leyes posteriormente emanadas, mientras todas las opiniones, aun las más erróneas, tienen amplio campo para manifestarse, solo la religión católica, religión de la casi totalidad de los ciudadanos, ve que se la vigila odiosamente en la enseñanza, y que se ponen trabas a las escuelas y otras instituciones suyas, tan beneméritas de la ciencia y de la cultura española. El mismo ejercicio del culto católico, aun en sus más esenciales y tradicionales manifestaciones, no está exento de limitaciones, como la asistencia religiosa en los institutos dependientes del Estado; las procesiones religiosas, las cuales necesitarán autorización especial gubernativa en cada caso; la misma administración de los Sacramentos a los moribundos, y los funerales a los difuntos.
 


¿QUÉ HACÍA PÍO XI EN 1936? (Y 2)

[Tomado de la novela histórica Toledo, ciudad mártir. 1936
págs. 13-17 (Toledo 2008)]

Apenas transcurrido un mes desde el inicio de la guerra, confirmada con datos precisos la realidad martirial en la zona republicana de España, el Papa se apresuró, el 22 de agosto, a conceder a los sacerdotes seculares y regulares en la parte de España donde se producía la persecución, una excepcional gracia digna de las catacumbas: la de "celebrar el Santo Sacrificio sin ara sagrada, sin vestidos sagrados y usando, en lugar de Cáliz, un vaso decente de cristal". Para su debida divulgación, tal gracia fue comunicada en nombre del Papa al Superior General de los PP. Claretianos, el Padre Felipe Maroto, por medio del Cardenal Eugenio Pacelli. A su vista, estaban todavía las notas autógrafas del comunicado en que añadía preciosas palabras para los perseguidos:

Su Santidad, que con el corazón está junto a esos sus afligidos hijos, que con sus padecimientos y con su sangre están escribiendo una página gloriosa en la Historia de la Iglesia, les envía a ellos y a los fieles que juntamente sufren, una especialísima Bendición Apostólica que les consuele y les fortifique.

14 DE SEPTIEMBRE, PALACIO VERANIEGO DEL PAPA

Habían transcurrido tres semanas de aquello. Ahora el Papa concedía una audiencia a un grupo de unos 500 españoles, presididos por los obispos de Cartagena, Monseñor Miguel de los Santos Díaz Gómara; de Vic, Monseñor Juan Perelló y Pou; de Tortosa, Monseñor Félix Bilbao Ugarriza; y de Seo de Urgel, Monseñor Justino Guitart Viladerbó. Junto a ellos, los sacerdotes, religiosos y seglares prófugos se encontraban en la pequeña plaza situada enfrente de la Residencia pontificia. Curiosamente, durante el movimiento por la unidad italiana, después de 1870, este sitio había sido rebautizado como Plaza de la Libertad.

Lo que se veía, al correr las cortinas desde las estancias vaticanas, era una escena sobrecogedora: los españoles llegaban lívidos todavía, angustiados, como aturdidos. Iban vestidos con ropas prestadas, que a muchos les caían grandes y les daban un cierto aspecto fantasmal; habían visto la muerte muy de cerca, pero venían cantando el Reinaré en España, como en una auténtica peregrinación. Era emocionante ver aquello.

La Secretaría de Estado había hecho preparar e imprimir una traducción oficiosa española de la alocución, de la que fue entregado un ejemplar a cada uno de los asistentes. Algunos lo doblaban con delicadeza mientras lo guardaban como si de una reliquia se tratase… Embargados por la emoción, se disponían a escuchar las palabras del Papa. Dando un vistazo rápido a las hojas que recogían la alocución, enseguida se percataron de que ni una sola vez aparecía la palabra comunismo... Sin embargo, los ejemplos citados -Rusia, China, Méjico…- eran lo suficientemente expresivos: con la tragedia de esos países alineaba el Papa lo que estaba sucediendo en España.
 
Por fin Pío XI se asomó a la ventana [sobre estas líneas] y los peregrinos, entre lágrimas, estallaron en un gran aplauso. Tras corresponder a los saludos, comenzó la alocución. El Papa se compadecía de los peligros y sufrimientos pasados, denunciaba los horrendos crímenes cometidos contra personas y edificios eclesiásticos en la zona republicana, aludía de modo discreto pero inequívoco a los excesos que también se daban en la otra zona y no negaba su caridad a los mismos perseguidores de la Iglesia… Muchos no podían ni leer, pero percibían la cálida acogida en el tono de voz del Pontífice.

A Pío XI le interesaba sobremanera denunciar primordialmente los problemas padecidos por la Iglesia española.

Estáis aquí, queridísimos hijos, para decirnos la gran tribulación de la que venís, tribulación de la que lleváis las señales y huellas visibles en vuestras personas y en vuestras cosas, señales y huellas de la gran batalla del sufrimiento que habéis sostenido, hechos vosotros mismos espectáculo a nuestros ojos y a los del mundo entero (…).

Venís a decirnos vuestro gozo por haber sido dignos, como los primeros apóstoles, de sufrir pro nomine Iesu (´por el nombre de Jesús`); vuestra fidelidad, mientras estáis cubiertos de oprobios por el nombre de Jesús y por ser cristianos. ¿Qué diría Él mismo, qué podemos decir Nos, en vuestra alabanza, venerables obispos y sacerdotes, perseguidos e injuriados precisamente por ser ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios?

Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmo y martirios; verdaderos martirios, en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra, hasta el sacrificio de las vidas más inocentes, de venerables ancianos, de juventudes primaverales, hasta la intrépida generosidad que pide un lugar en el carro para unirse a las víctimas que espera el verdugo.
 

Palabra por palabra, los españoles seguían aquellos ecos que hallaban justa resonancia en sus almas, como si ellas con toda la pesadumbre de unas horas espantosamente horribles se asomaran al mundo a dar gritos de alarma angustiosa, acusadora. El final fue sobrecogedor:

Diríase que una satánica preparación ha vuelto a encender más viva aún, en la vecina España, aquella llama de odio y de ferocísima persecución manifiestamente reservada a la Iglesia y a la Religión Católica, como el único verdadero obstáculo para el desencadenamiento de unas fuerzas que han dado ya razón y medida de sí mismas, en su conato de subversión en todos los órdenes, desde Rusia hasta China, desde Méjico a Sudamérica.

Queremos no retardar más la Bendición paterna, apostólica, que habéis venido a pedir al Padre común de vuestras almas, al Vicario de Cristo. Bendición que vosotros, queridísimos hijos, tanto deseáis y que también vuestro Padre desea otorgaros. Bendición que vosotros tan largamente merecéis. Y como vosotros queréis, así también Nos queremos y hemos dispuesto que Nuestra voz que bendice se extienda y llegue a todos vuestros hermanos de sufrimiento y de destierro, que desearían estar con vosotros y no pueden. Sabemos cuán grande es su dispersión; quizás ha entrado también esto en los planes de la divina Providencia para más de un provechoso fin. Esta Providencia os ha querido en muchos lugares, para que vosotros en tantas y tan lejanas partes, con las señales de las tristísimas cosas que han afligido a vuestra y nuestra querida España y a vosotros mismos, llevéis el testimonio personal y vivo de la heroica adhesión a la fe de vuestros mayores, que a centenares y millares (y vosotros sois del glorioso número) ha agregado confesores y mártires al ya tan glorioso martirologio de la Iglesia de España; heroica adhesión que (lo sabemos con indecible consolación) ha dad0 incluso lugar a imponentes y piísimas reparaciones y a tan vasto y profundo despertar de piedad y de vida cristiana, especialmente en el buen pueblo español, que nos hace ver el anuncio y el principio de cosas mejores, y de más serenos días para toda España.

A todo este bueno y fidelísimo pueblo, a toda esta querida y nobilísima España que ha sufrido tanto, se dirige y quiere llegar Nuestra Bendición, como va e irá, hasta el completo y seguro retorno de serena paz, Nuestra cuotidiana oración...


            En la explanada, bajo la atenta mirada del Papa que les impartía su bendición, los prófugos convertidos en verdaderos peregrinos no dejaban de llorar, persignarse repetidas veces y abrazarse unos a otros.

SEIS MESES DESPUÉS

Seis meses después de aquella audiencia, cuando todavía tendrían que pasar dos años enteros para que finalizara la guerra civil española, en sus habitaciones del Palacio Vaticano el Papa firmaba la encíclica Divini Redemptori, ataque frontal a los excesos del comunismo en el mundo y concretamente en España. Era el 19 de marzo de 1937, festividad de San José. Producidas ya las masivas matanzas de presos "sacados" de las cárceles de Madrid y de otras muchas poblaciones, y de los buques prisión amarrados en los puertos del Cantábrico y del Mediterráneo, en la encíclica se hacía referencia explícita a los mártires españoles con estas palabras:

El furor comunista no se ha limitado a matar obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas... sino que ha hecho un número mayor de víctimas entre los seglares de toda clase y condición, que, diariamente puede decirse, son asesinados en masa por el hecho de ser buenos cristianos.

Durante su pontificado, la Iglesia católica se fortaleció como institución y comenzó a ser un referente importante a nivel mundial no solamente en los aspectos religiosos sino también políticos. De hecho, hoy en día su servicio diplomático tiene unas dimensiones sólo superadas por los Estados Unidos.

Algunos años antes, en 1931, y con la colaboración de uno de los inventores de la radio, el marqués italiano Guglielmo Marconi [bajo estas líneas], se inauguraron las transmisiones de Radio Vaticano, a través de las cuales la Iglesia manifestó desde entonces sus opiniones a nivel mundial, ya que la emisora muy pronto desarrolló transmisiones en diversos idiomas, cosa que hasta el presente continúa haciendo.

Pío XI murió el 10 de febrero de 1939, cuando apenas faltaban unos meses para que estallase la Segunda Guerra Mundial. Está sepultado en las Grutas Vaticanas.


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