Cada vez que abrimos
el corazón a la voz de la conciencia, que nos avisa de los peligros y nos
estimula en el camino hacia el bien.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Dios ama a cada uno de sus hijos. Por eso, de mil maneras,
busca atraerlos hacia sí, suscita en sus corazones ayudas para que emprendan el
camino del bien. Entre esas ayudas está
la conciencia, que santa Catalina de Siena llamaba con una fórmula sugestiva:
el “perro de la conciencia”.
En su “Diálogo”, la santa
italiana recordaba cómo Dios desea que los hombres acojamos sus enseñanzas y
nos lancemos a reparar los propios pecados. De este modo podremos recibir
grandes regalos. Según el texto de Catalina, Dios explica que muchos “por sus deseos
de reparación, recibirán el perdón de sus pecados y este beneficio: que yo hago
despertar en ellos el perro de la conciencia, sensibilizándoles para que
perciban el perfume de la virtud y se deleiten en las cosas espirituales” (santa
Catalina de Siena, “Diálogo”).
¿En qué modo ocurre esto? Así continúa el párrafo antes
citado: “¿Cómo lo hago? Permito a veces que el
mundo se les muestre en lo que es, haciéndoles sufrir de muchas y variadas
maneras con objeto de que conozcan la poca firmeza del mundo y deseen su propia
patria: la vida eterna. Por estos y otros muchos modos, que mi amor ha ideado
para reducirlos a la gracia, yo los conduzco, a fin de que mi verdad se realice
en ellos”.
El
perro de la conciencia nos ayuda, según este texto, con un doble movimiento.
Por un lado, nos permite reconocer la fragilidad del mundo. Por otro, despierta
en nosotros el deseo de ir a la patria verdadera.
El “Catecismo de la Iglesia
Católica” tiene una amplia sección donde habla de la conciencia. Entre
las ideas que ofrece este documento, encontramos la siguiente descripción: “Presente en el corazón de la persona, la conciencia
moral (cf. Rm 2,14-16) le ordena, en el
momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones
concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf. Rm
1,32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por
el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El
hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le
habla” (“Catecismo de la Iglesia Católica”, n.
1777).
Cada
vez que abrimos el corazón a la voz de la conciencia, que nos avisa como un perro
fiel ante los peligros y nos estimula en el camino hacia el bien,
estamos escuchando a Dios, que nos invita a apartarnos del mal, a arrepentirnos
de nuestros pecados, y a correr en el amor a Él y a los hermanos.
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