lunes, 14 de diciembre de 2015

GENEROSIDAD


Dar y darse. El valor que nos hace mejorar como personas.


En esta época nuestra, que exalta como valores supremos la comodidad, el éxito personal y la riqueza material, la generosidad parece ser lo único que verdaderamente vale la pena en esta vida.

El egocentrismo nos lleva a la infelicidad, aunque la sociedad actual nos quiera persuadir de lo contrario. Quienes realmente han hecho algo que ha valido la pena en la historia de la humanidad han sido los seres más generosos. Cuando la atención se vuelca hacia el “Yo”, se acaba haciendo un doble daño: a los demás mientras se les pasa encima, y a uno mismo, porque a la postre se queda solo.

Pero ¿Qué es generosidad? ¿Es dar limosna a un niño de la calle? ¿Es invertir mi tiempo en obras de caridad? Si. Definitivamente eso es generosidad, pero también es generosidad escuchar al amigo en sus venturas y desventuras; generosidad también es llevarle un vaso de agua al hermano, hermana, padre, madre, esposo, esposa, hijo o hija. Generosidad es pensar y actuar hacia los demás, hacia fuera. No hacia adentro.

Hace un tiempo hubo un grupo de muchachos que, tras muchos sacrificios suyos y de sus padres, lograron embarcarse hacia Europa para ir a Roma. Querían conocer la Ciudad Eterna, e iban con un grupo de adultos que hacían actividades con universitarios. El recorrido era agotador: una agenda muy apretada, ir corriendo de aquí para allá, muchas horas de autobús, unas caminatas interminables. Uno de los instructores había asistido porque quería conocer Roma a precio módico, pero el viaje comenzó a resultar insoportable. Cuando llegaron a Madrid, su alojamiento estaba a 45 minutos de la capital española. Cuando llegaron estaba lloviendo y el autobús no pudo pasar en un caminito, así que todos tuvieron que bajar porque el albergue se encontraba algunos kilómetros cuesta arriba. Hubo que bajar equipaje y cargarlo bajo la lluvia. Cuando llegaron a su destino, decidieron tomar un baño, y el agua estaba fría. Este era el comienzo de un viaje que duraría casi 3 semanas, y lo peor estaba aún por llegar. El instructor del que hablábamos quedó un día verdaderamente agotado, se la pasaba terriblemente, estaba exhausto y ya ni siquiera estaba disfrutando el viaje. Lo que quería era ir a casa.

Por otra parte, otro de los instructores sentía el mismo cansancio y para él las jornadas eran aún mas agotadoras, pues tenía veinte años más. Sin embargo siempre estaba sonriente, siempre hacia que a los demás el viaje les pareciera apasionante. En medio del peor humor, soltaba un chiste y todos olvidaban las cosas difícil. Este instructor aprovechaba cada oportunidad para hablar con cada uno de los chicos, les preguntaba qué hacían, se preocupaba por ellos. Y cuando no decía algún chiste, o se enteraba de los intereses de aquellos muchachos, los cuidaba silenciosamente, asegurándose de que el autobús no dejara a ninguno, viendo si estaban abrigados o regalándole a alguno de ellos un chocolate. Los dos instructores hicieron el mismo viaje. Uno lo pasó pésimo, el otro fue increíblemente feliz. ¿Cuál fue la diferencia? La generosidad.

El instructor generoso no tenía ni siquiera tiempo de pensar en que la jornada era agotadora. Y a pesar de que sus pies le recordaban que el día había sido una larguísima caminata, el viaje estaba siendo de utilidad a los muchachos y para él esa era la mejor recompensa. Al preocuparse de los demás solucionaba dos problemas: los de los muchachos que necesitaban atención, y los suyos propios.

La generosidad es un concepto que poco a poco se ha ido perdiendo, porque en esta sociedad a veces creemos que cuando alguien nos da algo por nada, es que hay una intención detrás, pero todo lo bueno que hay en la vida de los humanos es fruto de la entrega generosa de alguien, y eso bueno se ha obtenido no a base de acumular bienes materiales ni mucho menos de arrebatarlos, sino a base de cariño a los demás y de olvido propio, a base de sacrificio. A pesar de todo, existen todavía hombres y mujeres dispuestos a ser generosos. Cuando se entrega lo que sólo uno puede dar y que no puede comprarse en ningún centro comercial, es cuando la verdad se ilumina y sobre todo, entendemos y vivimos la generosidad en su más profundo sentido: la entrega de sí mismo.

A pesar de la gran desvalorización de la sociedad, hay que decir que muchos hombres y mujeres son ejemplos silenciosos de generosidad: la madre que hace de comer, se arregla, limpia la casa y además se da tiempo para ir a trabajar; el padre que duerme solo cinco o seis horas diarias para dar el sustento a sus hijos; la trabajadora doméstica que todos los días hace las mismas cosas pero que ya se siente de la familia; el estudiante que hace lo que debe obteniendo las mejores notas que puede; la chica generosa que ayuda a sus amigas cuando tienen problemas. Todos ellos son ejemplos que sin duda deberíamos seguir. Y estos actos de generosidad son de verdad heróicos. Siempre es más fácil hacer un acto grandioso por el cual nos admiren, que simplemente darnos a los demás sin obtener ningún crédito. Y es que todos tendemos a buscar el propio brillo, la propia satisfacción, el prevalecer sobre los demás y solemos evitar el dar nuestra luz a los demás. Es obligado pues, que en nuestro primer encuentro con la generosidad, nos resulte este valor poco atractivo y quizá hasta incomprensible. Pero verdaderamente, la generosidad resuelve muchos problemas.

Dar sin esperar nada a cambio, entregar la vida, volcarse a los demás, ayudar a los que nos necesitan, dar consuelo a los que sufren, eso es generosidad. Y no es un valor pasado de moda. La generosidad es la puerta de la amistad, el cimiento del amor, la estrella de la sociedad. Y lo mejor de todo es que nosotros podemos ser generosos muy fácilmente. ¿Cómo?

– Sonriendo a los demás siempre.

– Ofreciendo nuestra ayuda.

– Poniéndonos en los zapatos del otro.

– Teniendo un pequeño detalle con nuestra familia, tan simple como dejar que los demás elijan algo qué hacer: ir al cine, a una comida en el campo, o dejar que los demás escojan la película que se va a ver este fin de semana.

Pero no hay que ser tacaños con la generosidad ni comodones. Hay mucha gente que podría consolarse con nuestra ayuda si hacemos un esfuerzo superior. ¿Cada cuánto tiempo vamos a visitar enfermos a un hospital? ¿Por qué no visitar a enfermos terminales? Sí, es duro, sí a veces es deprimente, y por supuesto que es mas divertido salir a pasear que ir a un hospital público a ver gente que muy pronto se va a morir. ¡Pues precisamente como nadie lo hace, es el momento de que alguien lo haga! Nadie nos va a dar un aplauso, o una medalla por hacerlo, pero vamos a volcarnos hacia los demás, el brillo no importa, lo que importa es que a pesar de nuestros defectos y miserias, podemos hacer una diferencia en la vida de alguien.

Ser generosos aunque hoy en día inusual, no es difícil, también es parte de nuestra naturaleza. Entendamos que el Yo debe dejar un poco de lugar a los demás y entregar lo que uno tiene. En silencio, sin reflectores. Ahí, donde está la paz.

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