Homilía del Papa en la fiesta de la Inmaculada
Concepción, antes de la solemne apertura de la Puerta Santa. 8 diciembre 2015
Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento, para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa.
Por: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va
“La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios”. Lo afirmó el Papa Francisco durante su homilía de la Solemne Santa Misa que presidió a las 9.30 en una Plaza de San Pedro, bañada por una tenue lluvia y ante notables medidas de seguridad, que sin embargo, no impidieron que los fieles y peregrinos de numerosos países asistieran, con entusiasmo y agradecimiento, para rezar junto al Obispo de Roma antes de la solemne Apertura de la Puerta Santa.
El Papa Bergoglio reafirmó que Dios “no es sólo
quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original
que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo”. Por esta razón –
dijo – es “el amor de Dios el que previene, anticipa y
salva”. Porque si “todo quedase relegado al
pecado seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la
promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del
Padre”.
“Este Año Santo Extraordinario es también un don de
gracia” – añadió el
Santo Padre – a la vez que explicó que “entrar por la Puerta significa
descubrir la profundidad de la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale
personalmente al encuentro de cada uno”.
NUEVO TIEMPO
Entre los conceptos de este nuevo tiempo el Pontífice dijo que “será un año para crecer en la convicción de la Misericordia”,
más allá de todas las ofensas contra Dios y su gracia cuando se afirma, sobre
todo, que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son
perdonados por su Misericordia. De ahí que haya reafirmado la necesidad de “anteponer la Misericordia al juicio”, puesto que “el
juicio de Dios será siempre a la luz de su Misericordia”.
CRUZAR
LA PUERTA SANTA NOS HACE SENTIR PARTÍCIPES DE ESTE MISTERIO DE AMOR
Francisco invitó a abandonar “toda forma de miedo y temor”, porque no es propio de
quien es amado, y a vivir “la alegría del encuentro con
la gracia que lo transforma todo”. Y afirmó, una vez más, que “entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de
la Misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro
de cada uno”.
El Papa recordó en esta ocasión aquella otra
Puerta, que hace cincuenta años los Padres del Concilio Vaticano II abrieron
hacia el mundo. Porque esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de
los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran
progreso realizado en la fe. Y destacó ante todo que el Concilio fue un
encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro
tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que impulsa a la Iglesia
a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma,
para retomar con entusiasmo el camino misionero.
De modo que el Jubileo nos “obliga a no descuidar el espíritu que surgió en el Vaticano
II, el del samaritano, tal como lo recordó el beato Pablo VI en la
Conclusión del Concilio. Y concluyó afirmando: “Cruzar
hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen
Samaritano”.
(María Fernanda Bernasconi
- RV)
HOMILÍA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO:
Dentro de poco tendré la alegría de abrir la
Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente
simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en
primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en
estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven
muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).
La Virgen María es llamada en primer lugar a
regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha
envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel
entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad
de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo
de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede
transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que
puede cambiar la historia de la humanidad.
La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la
grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en
María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando
viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El
inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el
proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia
cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la
tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra
vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que
insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.
Y, sin embargo, la historia del pecado solamente
se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende
bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más
desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del
amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios
que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen
Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su
cumplimiento.
Este Año Extraordinario es también un don de
gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la
misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de
cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a
nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la
misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma
sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer
que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione
sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la
misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz
de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir
partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de
miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la
alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.
Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del
mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace
cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no
puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta
el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer
lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre
la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder
del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante
muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el
camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada
hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo...; donde hay
una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del
Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero,
por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma
fuerza y el mismo entusiasmo.
El jubileo nos provoca esta apertura y nos
obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano,
como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la
Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen
Samaritano.
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