jueves, 4 de junio de 2015

CRISTO Y LA NOVEDAD


Cristo y la novedad... o más bien la novedad es el mismo Cristo. Cristo trae consigo toda novedad, y ésta no es el afán de novedades, cambios, noticias, sino la transformación más profunda que se puede realizar: comienza todo de nuevo, un nuevo inicio de esplendor, de vida y de gloria.

La vida que conocemos, limitada y llena de debilidades, queda asumida por la novedad de Cristo y se convierte en vida eterna.

El tiempo, que lo experimentamos en su fugacidad casi como un amenaza, se convierte en tiempo de salvación, de gracia y de comunicación de Dios, recibiendo un nuevo nombre: "eternidad".

El amor, que ahora lo experimentamos mezclado con nuestro éros sin purificar, con nuestra concupiscencia, se eleva a algo nuevo, la cáritas, un amor sobrenatural que dignifica y se sabe entregar.

El hombre, cada uno de nosotros, sometidos a la fragilidad del pecado y a la muerte, nace de nuevo con Cristo -por el agua y el Espíritu- a una existencia espiritual, llevada por el Espíritu Santo, con vocación de santidad.

La novedad es Cristo para el hombre.

"Resucitó realmente, abriendo así a la vida un nuevo horizonte sin confín; lo dio Él de Sí mismo: "No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1,17-18). Un mundo nuevo ha sido fundado; ha quedado inaugurado un nuevo modo de existir. ¡Cristo ha resucitado, Cristo vive!" (Pablo VI, Mensaje pascual, 10-abril-1977).

El tiempo y el hombre son nuevos por Cristo resucitado; pero la novedad alcanza a todo lo creado, a este mundo nuestro que se va transformando hasta el día de su Venida, en un cielo nuevo y una tierra nueva.

Bien podríamos calificar que la novedad del Resucitado es también "cósmica" y que todo, absolutamente todo lo creado, participa de la novedad del Señor:

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