Uno de los momentos de la
Misa más difíciles de comprender y vivir es cuando el cura, después del signo
de la Cruz, dice: “Reconozcamos nuestros pecados”. Esto se debe, quizás, a que
muchas veces llegamos a Misa corriendo, con mil preocupaciones, con un hijo que
llora y, aunque milagrosamente ese domingo no llevemos retraso, es muy probable
que el inicio de la Misa se nos pase sin que nos enteremos de nada.
Todo esto se nos dificulta
aún más si no conocemos el valioso significado del Acto Penitencial. Alguno al
leer esto, pensará que es un momento donde simplemente reconocemos que, siendo
pecadores, no somos dignos de estar ante la presencia de Dios.
Pero más aún, este momento
de la celebración es fundamental para poder vivir toda la Misa. Tomando un
ejemplo sencillo para ilustrarlo, es como si llegásemos con 10 minutos de
retraso a una película; quizás nos enteraremos igual del argumento, pero sería
mucho más fácil si la viéramos entera.
Será entonces de provecho
descubrir juntos la profundidad del Acto Penitencial. Por el momento trataremos
de entender lo esencial. Pecado significa estar divididos dentro de nosotros
mismos y con los demás… debido a que hemos roto en algún grado la comunión con
Dios. La Santa Misa, en cambio, es un evento que lleva a la persona a
experimentar el Amor de Dios y por tanto, a reconciliarse consigo mismo y con
los otros. Por esto, lo primero que hacemos es reconocer aquello que tenemos
todos en común: nuestros pecados, para poder así experimentar a Aquél que en
medio de nuestras divisiones, nos lleva a vivir en Unidad y Paz.
Pero reconocer nuestros
pecados no es nada fácil. Hay una novela que me lo recuerda, se llama El
poder y la gloria de Graham Greene. En ella se cuenta la historia de un
cura que vivió durante la persecución de los Católicos en la guerra Cristera en
México en el siglo XX. Describe un episodio emblemático: a este sacerdote
fugitivo, que constantemente trata de esconder su verdadera identidad, lo
encarcelan por otro motivo. En un cierto punto el protagonista se da cuenta de
que se encuentra verdaderamente entre los últimos de la tierra; recluido en una
prisión oscura y nauseabunda, circundado por delincuentes, criminales, ladrones
y prostitutas. Es curioso que precisamente en esta situación, este hombre se
sienta libre de confesar, no solo el hecho de ser sacerdote, sino también los
pecados cometidos en su ministerio.
Este sacerdote reconoce su
pobreza viendo la pobreza de los demás, y así experimenta aquella libertad que
va más allá de sus miedos. El punto entonces, es reconocer lo que somos para
poder maravillarnos del amor grande y misericordioso de Dios. Este sacerdote,
antes de reconocer sus pecados, toma conciencia de la situación real que está
viviendo. ¡El Acto Penitencial de la Misa también! Se nos propone para
ayudarnos a ver dónde estamos, quienes somos, cuáles son nuestros sufrimientos,
dolores, fracasos, desilusiones, tristezas, amarguras, rencores… para poder
verdaderamente tomar conciencia de la necesidad que tenemos de encontrarnos con
el Señor.
Podríamos decir que este es el primer momento
en el cual se unen todos los fieles en un solo espíritu y se comienza a
experimentar la Unidad en Dios que se nos regala en el sacrificio eucarístico,
que es perdón, encuentro, entre nuestras fragilidades y Su misericordia, entre
la tierra y el cielo, que nos hace capaces de amar.
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