viernes, 21 de noviembre de 2014

INTRODÚZCASE EN EL APASIONANTE MUNDO DE LOS "AGRAPHA" EVANGÉLICOS


Se le llama “agrapha” a todos aquellos dichos de Jesucristo que han llegado hasta nosotros fuera de los Evangelios canónicos.

Al parecer, la expresión es utilizada por primera vez en 1776 por J. G. Körner, si bien sólo se generaliza cuando Alfred Resch titula así, “Agrapha: Aussercanonische Schriftfragmente”, “Agrapha: fragmentos extracanónicos”, la colección de dichos que compiló en el trabajo publicado en 1899.

“Agrapha” es una palabra construída desde el griego, como el propio Diccionario de la Rae recoge: “Del gr. ἄγραφος”.

Curiosamente, el Diccionario le otorga dos acepciones:

“1. adj. Que es incapaz de escribir o no sabe hacerlo.

2. adj. Dicho de una persona: Poco dada a escribir. U. t. c. s.”

Ninguna de las cuales, sin embargo, relacionada con la que le damos aquí, a saber “no escrito”, simplemente “no escrito”. De hecho, nuestro “agrapha” es un plural, por lo que su traducción más correcta sería “las cosas no escritas”, si bien en la acepción que aquí le damos, se tiende a utilizarlo en plural, diciéndose “un agrapha”, y no “un agraphum”, como sería lo correcto.

Existe toda una “ciencia” (así entre comillas) de los agrapha que establece perfectamente qué es un agrapha y qué no lo es. Para empezar, un agrapha ha de ser un dicho, no un discurso, lo que excluye todas las palabras que atribuyen a Jesús obras como la “Didascalia” o el “Pistis Sophia”.

El análisis de la autenticidad de un agrapha es exhaustivo. Lo primero que se ha de examinar es la fuente. Desde este punto de vista y como es fácil de entender, es más fácil atribuir la autenticidad de un agrapha recogido, aunque sea a través de fuentes interpuestas, a autores como San Papías o San Justino Mártir, los cuales, aunque no propiamente con Jesús, sí pudieron tener acceso a las generaciones apostólicas o inmediatamente postapostólicas, que a un autor del s. V. A continuación se debe examinar el contexto en el que el agrapha pudo ser pronunciado, tratando de determinar si el agrapha no procede de un error de quien lo recoge, de una licencia literaria del autor, de una exageración, o de un adorno en el discurso que no procede de la boca de Jesús sino de la pluma del escritor.

Las fuentes de las cuales pueden recogerse “agrapha auténticos” son básicamente cuatro:

1º.- Los manuscritos del Nuevo Testamento, muchos de los cuales contienen textos que por la razón que sea, se han quedado fuera de la traducción oficial de la Vulgata, o porque no se hallaban en los manuscritos que San Jerónimo manejaba, o porque los desechara. o simplemente por error u olvido, que San Jerónimo era indudablemente gran varón, pero humano como Vd. y como yo, y con medios muy escasos como hoy día nos cuesta imaginar. Estos manuscritos constituyen tal vez la fuente más autorizada de “agrapha”.

2º.- La tradición apócrifa: aquí la dificultad consiste en establecer qué apócrifos proceden de una fuente que efectivamente pudo entrar en contacto con los hechos narrados, y qué apócrifos son mero producto de la imaginación de su autor. Uno de los grandes exponentes de este tipo es el Evangelio de Tomás, posiblemente tan antiguo como alguno de los evangelios canónicos, notablemente el de Juan, último en ser escrito, que tuvimos ocasión de conocer bien en su día (pinche aquí si quiere hacerlo).

3º.- La literatura patrística, es decir, los que recogen todos los autores a los que se considera entre los componentes de la patrística, ya griega ya latina.

4º.- los llamados “Logia Oxirrinco”, procedentes del gran descubrimiento de Oxirrinco al que tuvimos ocasión de referirnos en esta columna ya (pinche aquí si desea conocerlo mejor)

Existen además una serie de agrapha de cuestionable autenticidad pero muy curiosos y llamativos en las literaturas judía e islámica.

Otro día traeré a esta columna interesantes ejemplos de unos agrapha y de otros. Por el momento y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Por aquí nos vemos mañana.

Luis Antequera

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