"Hay muchos que, creyéndose dioses,
piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos.
Desearían decidir por sí mismos lo que es verdad o no; lo que es bueno o malo;
lo justo o lo injusto; decidir quién es
digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias;
dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el
impulso de cada momento". Benedicto XVI. JMJ Madrid 2011
Desde los primeros siglos, el cristianismo ha defendido la vida humana
desde su concepción. En la Didajé, un breve escrito catequético del principios
del siglo II, se dice: "No procurarás el
aborto ni destruirás al recién nacido". En la Epístola de
Bernabé (XIX, 5), también del siglo II, dice que el cristianismo repudia "matar al niño procurando el aborto, ni tampoco destruirlo
después de nacer".
En la Carta a Diogneto (S. II) se dice que los cristianos “Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte
en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra
extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña.
Igual que todos, se casan y engendran
hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en
común, pero no el lecho.”
La vida es un don de Dios, un bien que los seres humanos recibimos
inmerecidamente. Como don de Dios, no
podemos disponer de ella como se nos antoje. Hoy en día existen cristianos que
ven el aborto como un mal menor que debe ser tolerado para no dañar la libertad
individual de las personas. Estos cristianos olvidan que la vida de un ser indefenso no puede ser considerada como ofrenda a los
dioses de la concordia y la tolerancia social.
La vida es un bien que puede ser defendido de muchas formas, entre ellas
a través de los ordenamientos jurídicos, por ello se considera un derecho y se
defiende, como tal, dentro de los sistemas judiciales y políticos. Aunque la
reducción de un bien, a un derecho, conlleva ventajas de dinámica social y
política, hay que estar atentos para no caer en la trampa reduccionista. Si consideramos la vida sólo como un derecho, este puede ser contrapuesto
con otros de igual nivel o superior. Considerarlo un
bien impide que sea negociado y gestionado, por los políticos de turno.
Los parlamentos nacionales de cada estado o país y por lo tanto, las
votaciones son lo que fija una jerarquía de derechos u otra. Esta dinámica
política nos induce a pensar que la negociación política es la única forma de
defender la vida y no es así. Otras veces intentamos cambiar la sociedad con
ruido social. Pensamos que si hacemos suficiente ruido, asustaremos a los
políticos y cambiarán las leyes. Es posible que dé resultado, pero tampoco esta
la única forma de actuar. Frecuentemente nos olvidamos de la
parábola de la masa de trigo y la levadura. Levadura que transforma la
sociedad, sin ruido social ni negociaciones políticas.
Pensemos en lo que la Carta a Diogneto nos señala. Los cristianos “Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman
parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda
tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra
extraña”.
El cristiano vive en una dimensión social y
política diferente a la de los ciudadanos normales. Nos sentimos forasteros y por lo tanto, no nos vemos obligados a aceptar
“derechos” que son inhumanos y atroces. No aceptamos el aborto como derecho,
porque no lo puede ser. La vida la
entendemos como un bien superior que no puede ser negociado o sometido a las
economías sociales de cada momento. Hay
que ser conscientes que los bienes son innegociables porque su ausencia
conlleva siempre un mal social y humano.
Este 22 de noviembre se celebra una
manifestación a favor de la vida en Madrid (España) No puedo dejar de invitar a participar a todas aquellas personas
que se sientan cómodas en el activismo social. Pero a las
personas que no se sientan cómodas haciendo ruido y creando miedo en los
políticos de turno, hay que decirles que no se sientan como cristianos de
segunda. Hay muchas formas de luchar por la vida y quizás la levadura sea la
más eficiente de todas. Ahí está nuestro reto como cristianos.
Néstor Mora Núñez
No hay comentarios:
Publicar un comentario