La conciencia requiere una
formación constante, de manera que iluminada la inteligencia, se ejercite la
voluntad con actos repetidos una y otra vez, hasta que se conviertan en
hábitos, es decir, en modo habituales de actuar. ¡Nada que ver con el lenguaje
de los "valores", frutos del consenso social y de las modas!
Las virtudes requieren un trabajo
interior de la persona hasta lograr que no sólo realice actos virtuosos, sino
que la persona misma sea virtuosa; no sólo que realice algunos actos de
paciencia, sino que la persona llegue a ser paciente.
La virtud cardinal de la
templanza ejerce una función primera que es la de controlar racionalmente, con
una directriz de la inteligencia y de lo razonable, las pasiones y los afectos
que tantas veces se desbordan. Esta virtud racional (¡cardinal!) organiza una
jerarquía de prioridades para la persona y es capaz de subordinar lo inferior a
lo superior, lo menos importante a lo más importante, sabiendo insistir en lo
fundamental y evitando la dispersión en los placeres que son accesorios.
Por ejemplo, el Diccionario de
Autoridades define así la templanza: "virtud que modera los apetitos y uso
excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón, así para la salud del cuerpo
como para las funciones y operaciones del alma".
¿Qué palabras serían sinónimas de
"templanza"? Moderación, entereza, sobriedad, buena disposición.
La virtud cardinal de la
templanza nos enseña, entonces, a ser sobrios, moderados en las cosas, en el
uso de los sentidos y placeres, la moderación en la comida, la bebida...
confiriendo así una entereza a la persona que no va detrás de los primeros
gustos, de las primeras sensaciones, o que satisface siempre cualquier capricho
que le surja.
La templanza es un orden
interior, una moderación, que conlleva un orden externo de la vida. De esta
manera comprendemos que no todo es malo, pero desde luego, aunque haya muchas
cosas buenas, no todas nos convienen.
¿Es bueno el cine? Sí, claro.
Pero no sería bueno estar todos los días en el cine, por el gasto de dinero, la
pérdida diaria de tiempo, etc.: pues entonces no conviene.
La templanza nos hace moderados
permitiendo que guardemos un equilibrio en todas las cosas. Un hombre templado,
difícilmente se desordena, sino que ante cualquier situación lo primero que
hace es ser consciente de ella, no alterarse, rezar y buscar el punto exacto en
el que situarse, intentando dominar la situación serenamente.
La templanza dice la palabra
justa en el tono exacto que excluye los gritos... pero dice lo que tenga que
decir.
Pidamos
gracia al Señor para ejercitarnos en la templanza.
Javier Sánchez Martínez
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