Leía yo algunos artículos periodísticos acerca de varios obispos. Los periodistas siempre se declaran a favor o en contra de un prelado de acuerdo a sus esquemas mundano-populistas. Lo determinante para ellos (y para la mayoría del pueblo infiel) es que un obispo viva con sencillez y que sea cercano a la gente.
Eso no es así. Eso demuestra la
cortedad de miras de los que tienen el altavoz mediático en sus manos.
Lo que se busca en un obispo es
que sepa gobernar de acuerdo a los criterios de la Sagrada Escritura. Debe
regir su rebaño como lo haría Pablo, Bernabé, Santiago o Tomás. Lo que debería
buscar la gente es que el obispo fuera un pozo de sabiduría celestial. Lo que
deberían comentar los periodistas es la necesidad de que el obispo sea un
verdadero escogido entre los más santos presbíteros, un escogido entre los
escogidos. No un hombre bueno, sino un faro de santidad. Deberíamos hablar de
su vida ascética, de sus obras de penitencia, del tiempo que ha pasa cada año
retirado para escuchar la voz del Señor.
Las mandangas ésas de si es cercano o no es cercano, de si ha tenido tal
gesto o no, de si es a la pata llana o no, todo eso son memeces, perifollos del
envoltorio. Lo que importa es la sustancia. Ser un buen obispo no es un
concurso para ver quien gana en esta carrera de ser más campechano.
P.
FORTEA
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