Queridos amigos y hermanos de
ReL: la Palabra de
Dios es vida abundante. Todas las iglesias cristianas editan la Biblia en las más diversas lenguas. Sabemos que las lecturas bíblicas están presentes en toda celebración litúrgica y que los Círculos Bíblicos siguen multiplicándose. Sin embargo, el mundo pareciera andar cada vez peor. Este 15º domingo durante el año trata, precisamente, de la Palabra de Dios. Jesús la compara a una semilla de gran vitalidad, pero que necesita un terreno fértil para producir frutos.
Dios es vida abundante. Todas las iglesias cristianas editan la Biblia en las más diversas lenguas. Sabemos que las lecturas bíblicas están presentes en toda celebración litúrgica y que los Círculos Bíblicos siguen multiplicándose. Sin embargo, el mundo pareciera andar cada vez peor. Este 15º domingo durante el año trata, precisamente, de la Palabra de Dios. Jesús la compara a una semilla de gran vitalidad, pero que necesita un terreno fértil para producir frutos.
El poder y la eficacia de la
palabra de Dios son el argumento central de la liturgia de hoy. “Como bajan la
lluvia y la nieve desde el cielo y no vuelven allá, sino después de empapar la
tierra, de fecundarla y hacerla germinar… -dice el Señor-, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y
cumplirá mi encargo” (Is 55, 10-11; 1ª lectura). La palabra de Dios realiza
siempre lo que expresa: bastó un “fiat” (sí) para sacar de la nada el universo
entero y dar la vida a todas las criaturas. Y cuando el hombre, en vez de
responder con amor a la palabra creadora, se rebeló, otra palabra, la promesa del
Salvador, repetida a través de los siglos de mil formas, le aseguró la
salvación y lo orientó a ella.
Llegada la plenitud de los
tiempos, Dios no ha enviado a los hombres ya simples palabras, sino su Palabra
eterna, su Verbo. El Verbo ha asumido la naturaleza humana, se ha hecho carne,
llamándose Jesucristo, y ha venido a sembrar en el corazón de los hombres la
palabra de Dios.
Es el tema de la parábola del
sembrador que se lee en el Evangelio de hoy (Mt 13, 1-23). El sembrador salido
a sembrar es justamente Jesús, y la semilla que esparce “es la palabra de Dios”
(Lc 8, 11) que él -Palabra increada- posee en sí mismo y expresa a los hombres
en lenguaje humano. Su palabra, pues, es de un poder y eficacia divinos, es
semilla fecunda como ninguna, capaz de germinar en salvación, santidad y vida
eterna.
Con todo -dice la parábola- la
misma semilla produce fruto abundante en un terreno y en otros no produce nada.
Se significa aquí el misterio de la libertad del hombre frente al don de Dios.
Jesús siembra por doquier la Palabra: no la niega ni a los pecadores
empedernidos, a la gente superficial y distraída, a los hombres inmersos en los
placeres o engolfados en los negocios, a todos los cuales se los compara en la
parábola al camino pisoteado, al terreno pedregoso o al cubierto de espinas;
esto indica la gran misericordia del Señor.
En el orden espiritual, en
efecto, “es posible que la roca se transforme en tierra grasa; y que el camino
deje de ser pisado y se convierta también en tierra fértil, y que las espinas
desaparezcan y dejen crecer exuberantes semillas. Y si no en todos se opera esa
transformación no es ciertamente por culpa del sembrador, sino de aquellos que
no quieren transformarse” (San Juan Crisóstomo, In Mt, 44, 3). Terrible cosa,
pero real: el hombre puede cerrarse a la palabra de Dios, rechazarla y en
consecuencia hacerla ineficaz. Entonces la Palabra verterá en otra parte su
fecundidad con la extraordinaria abundancia de frutos producida “en la tierra
buena”, o sea en el que “escucha la Palabra de Dios y la entiende” (Mt 13, 23).
Pero aun en éstos el fruto no será igual, sino proporcionado a las
disposiciones de cada uno: “unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta” (ib).
Por eso Jesús, aun antes de
explicar la parábola, recuerda a sus discípulos lo que decía Isaías de sus
contemporáneos: “Esta embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído,
han cerrado los ojos, para no entender con el corazón, ni convertirse para que
yo los cure (ib 15). En verdad que hay que reflexionar y orar para que la
gracia de Dios preserve a los creyentes de semejante endurecimiento. Por otra
parte, es cierto: quien escucha con buena voluntad la palabra de Dios,
reportará fruto y gozará de la felicidad proclamada por el Señor: “Dichosos
vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen” (ib 16).
Les dejo este bellísimo texto
orante sobre la Palabra de Dios que nos pone en diálogo de amor con el Divino
Sembrador:
“Salió el sembrador a sembrar. ¿De dónde saliste o cómo saliste, Señor,
tú que estás en todas partes y lo llenas todo? No cambiando de lugar, sino
tomando nuestra naturaleza y por una relación nueva con nosotros, haciéndote
más cercano nuestro por haberte revestido de carne. Porque, como nosotros no
podíamos entrar donde tú estabas, pues nuestros pecados amurallaban la entrada,
saliste en busca nuestra. ¿Y a qué saliste?... Saliste a cultivar y cuidar esta
tierra por ti mismo y a sembrar en ella la palabra de la piedad…
Señor, tú ofreces a todos tu palabra con mucha generosidad. Porque así
como el sembrador no distingue la tierra que va pisando con sus pies, sino que
arroja sencilla e indistintamente su semilla, así tú no distingues tampoco al
pobre del rico, al sabio del ignorante, al tibio del fervoroso, al valiente del
cobarde; a todos indistintamente te diriges.
Haz, Señor, que escuche yo con diligencia y piense constantemente tu
enseñanza, y luego la ponga en práctica con valor, despreciando las riquezas y
desprendiéndome de todo lo mundano… Que nos fortifiquemos por todas partes,
atendiendo a tu palabra divina, echando profunda raíces y purificándonos de lo
mundano” (San Juan Crisóstomo, Comentario
sobre el Evangelio de San Mateo, 44, 3-4).
“Mi palabra no volverá a mí sin
producir fruto”, afirma el Señor. Hermanos: la parábola del sembrador nos
invita a examinar la calidad de nuestra tierra. La eficacia de la Palabra de
Dios puede verse limitada por la falta de colaboración. Abramos nuestro corazón
a Jesús Sembrador que siembra su Palabra en nuestros corazones para dar a
nuestra vida una dimensión nueva.
Con mi bendición.
Padre José Medina
Padre José Medina
Le invito a escuchar el audio de una síntesis de
estas reflexiones en el siguiente vínculo:
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